Gilgamesh, un poema antiguo para valorar la vida
Luis Alberto Carmona Sánchez*
Un poema antiguo, que nos advierte sobre la posibilidad que aún tenemos para conservar toda forma de vida en el planeta, podría ser la salvación de todos.
Considerada la primera epopeya en la historia, cuenta que un rey, Gilgamesh, gobernó Uruk por 126 años. Hijo de la diosa Ninsun y del humano Lugalbanda, hicieron de él un ser divino en dos tercios y lo demás humano.
Poema escrito en cuatro partes, doce tablillas incompletas, cuenta la rivalidad entre Gilgamesh como representante de la civilización y Enkidu como abanderado de la barbarie. Las circunstancias condujeron a que ambos se hicieran amigos, teniendo que combatir al Toro Celeste creado por la diosa Anu. Enkidu, protector de los animales, muere en aquella batalla. El componente divino de Gilgamesh no lo había hecho sospechar de la finitud de la vida, de la mortalidad de la materia, hasta que lo experimenta con la pérdida de su amigo.
Gilgamesh emprende la aventura por las estepas para hallar su inmortalidad. Deja su representación de civilizado y decide dirigirse al mundo de la naturaleza, incluso llevando pieles de animales puestas, mundo del que era originario y protector Enkidu. La civilización le trajo el conocimiento de la finitud, la destrucción y la muerte; ahora, el mundo de la naturaleza, del cual el hombre es miembro, ha de representarle la libertad.
La búsqueda de Gilgamesh pone en evidencia el autoengaño al haberse adjudicado gratuitamente la inmortalidad. Hay una ocasión en donde el rey de Uruk se acerca a su propósito: obtiene una planta que le garantizaría ser eterno, y dice: “el anciano se rejuvenece”. Pero su cometido se ve atropellado cuando de regreso a su ciudad, una serpiente le roba la planta. En definitiva, entiende Gilgamesh que la inmortalidad no es para él; luego el dios Enlil se lo corrobora: “tu destino, le dice, ha sido reinar, pero no vivir para siempre”.
En el portal web Viveananda, se afirma que “el mero hecho de estar vivos es una probabilidad cósmica”. Con el poema en mención puede completarse lo anterior al decir que toda forma de vida es una parte de esta probabilidad, y que el artificioso dominio del hombre sobre la naturaleza y sobre el hombre mismo solo pone en evidencia su temor a la muerte; es la negación del drama inevitable de la vida “definida por la inexorabilidad de la muerte”, como lo afirma Lara Peinado, profesor de la Universidad Complutense de Madrid.
La carrera vertiginosa de ciertos países por el control de la capacidad de trabajo de la población joven de otros países, la extracción de recursos naturales no renovables con fines ostentosos, la privatización del agua y la caza indiscriminada de animales marinos, nos ponen en la gratuidad de la muerte al desconocer, debido a la ceguera de la instrumentalidad, que no solo las formas de vida presentes están desapareciendo, sino que las probabilidades de vidas próximas se reducen con alarma.
Gilgamesh es ese poema épico que nos recuerda que toda desigualdad material y de dominio del hombre, es tan solo la desdicha innecesaria en la vida de todos, pues la muerte se encarga de igualarnos a cada uno. La BBC apunta a esto cuando dice: “si bien los individuos son mortales, la humanidad es eterna”. Pero, si seguimos con la arrogancia humana de controlarlo y destruirlo todo, de asumir que los recursos naturales son infinitos, la eterna humanidad solo será el recuerdo de que todos somos finitos, excepto si sabemos hacer bien las cosas; esa será su verdadera inmortalidad, la gloria que alcance por el cuidado que tenga sobre todas las formas de vida.
Se dice en el poema: “cuando los dioses crearon la humanidad, la muerte para la humanidad apartaron, reteniendo la vida en las propias manos”. En nuestras manos sigue la vida, pero continuamos eligiendo la destrucción.
Considerada la primera epopeya en la historia, cuenta que un rey, Gilgamesh, gobernó Uruk por 126 años. Hijo de la diosa Ninsun y del humano Lugalbanda, hicieron de él un ser divino en dos tercios y lo demás humano.
Poema escrito en cuatro partes, doce tablillas incompletas, cuenta la rivalidad entre Gilgamesh como representante de la civilización y Enkidu como abanderado de la barbarie. Las circunstancias condujeron a que ambos se hicieran amigos, teniendo que combatir al Toro Celeste creado por la diosa Anu. Enkidu, protector de los animales, muere en aquella batalla. El componente divino de Gilgamesh no lo había hecho sospechar de la finitud de la vida, de la mortalidad de la materia, hasta que lo experimenta con la pérdida de su amigo.
Gilgamesh emprende la aventura por las estepas para hallar su inmortalidad. Deja su representación de civilizado y decide dirigirse al mundo de la naturaleza, incluso llevando pieles de animales puestas, mundo del que era originario y protector Enkidu. La civilización le trajo el conocimiento de la finitud, la destrucción y la muerte; ahora, el mundo de la naturaleza, del cual el hombre es miembro, ha de representarle la libertad.
La búsqueda de Gilgamesh pone en evidencia el autoengaño al haberse adjudicado gratuitamente la inmortalidad. Hay una ocasión en donde el rey de Uruk se acerca a su propósito: obtiene una planta que le garantizaría ser eterno, y dice: “el anciano se rejuvenece”. Pero su cometido se ve atropellado cuando de regreso a su ciudad, una serpiente le roba la planta. En definitiva, entiende Gilgamesh que la inmortalidad no es para él; luego el dios Enlil se lo corrobora: “tu destino, le dice, ha sido reinar, pero no vivir para siempre”.
En el portal web Viveananda, se afirma que “el mero hecho de estar vivos es una probabilidad cósmica”. Con el poema en mención puede completarse lo anterior al decir que toda forma de vida es una parte de esta probabilidad, y que el artificioso dominio del hombre sobre la naturaleza y sobre el hombre mismo solo pone en evidencia su temor a la muerte; es la negación del drama inevitable de la vida “definida por la inexorabilidad de la muerte”, como lo afirma Lara Peinado, profesor de la Universidad Complutense de Madrid.
La carrera vertiginosa de ciertos países por el control de la capacidad de trabajo de la población joven de otros países, la extracción de recursos naturales no renovables con fines ostentosos, la privatización del agua y la caza indiscriminada de animales marinos, nos ponen en la gratuidad de la muerte al desconocer, debido a la ceguera de la instrumentalidad, que no solo las formas de vida presentes están desapareciendo, sino que las probabilidades de vidas próximas se reducen con alarma.
Gilgamesh es ese poema épico que nos recuerda que toda desigualdad material y de dominio del hombre, es tan solo la desdicha innecesaria en la vida de todos, pues la muerte se encarga de igualarnos a cada uno. La BBC apunta a esto cuando dice: “si bien los individuos son mortales, la humanidad es eterna”. Pero, si seguimos con la arrogancia humana de controlarlo y destruirlo todo, de asumir que los recursos naturales son infinitos, la eterna humanidad solo será el recuerdo de que todos somos finitos, excepto si sabemos hacer bien las cosas; esa será su verdadera inmortalidad, la gloria que alcance por el cuidado que tenga sobre todas las formas de vida.
Se dice en el poema: “cuando los dioses crearon la humanidad, la muerte para la humanidad apartaron, reteniendo la vida en las propias manos”. En nuestras manos sigue la vida, pero continuamos eligiendo la destrucción.
*Universidad Nacional de Colombia.