Hay una serpiente en mi libro
Comentarios y otros malos chistes sobre el libro Tatuajes de un mexicano herido, de Alejandro Paniagua Anguiano
Fausto Leyva
Llevo tres horas pensando sobre cómo iniciar esta suerte de reseña. Después de leer el libro de Paniagua, al menos unas cinco veces, creo que se volvió un artefacto peligroso. Lo veo y algo me dice que debo guardar distancia, de no hacerlo, ahora sí, quedaría atrapado algunos de sus personajes: sería como verse al espejo y simplemente halaría del gatillo de cada página, quedándome grandes boquetes donde alguna vez tuve infancia, mujeres, heridas del recuerdo y un tatuaje maltrecho, sería otro mexicano -por fortuna- herido.
¿Cómo entender las intenciones de Alejandro, en este poemario, a qué le apuesta?
Mi estimado lector, estamos hablando de poesía, poesía narrativa, la aún controvertida prosa en verso, pero no ahondaré en estos tecnicismos; lo dejaremos en el simple acto de tomar un libro y leerlo, esa permisiva posición que deja al autor meterse en nuestra cabeza para contarnos su versión de las cosas. Trataré de platicarles un poco sobre mi entendimiento de Tatuajes de un mexicano herido.
Estoy seguro que este libro tiene muchas vertientes de las cuales podemos teorizar: son pequeños cuentos, de una lectura fluida y ritmo preciso, permiten al lector no perder atención a cada verso y los escenarios son claros. Cada palabra tiene una función exacta dentro de la maquinaria de los poemas. En general, es un poemario muy bien hecho.
Desconocimientos es el primer poema del libro de Paniagua, también el primer madrazo. Desde el principio uno se encuentra con esa voz narrativa que dicta los poemas: es una especie de esquizofrenia, una voz en off que nos irá diciendo qué hacer y sentir, no hay forma de equivocarnos. Este poema pone en cuestión los arquetipos de idealizar a la figura paterna, porque no se trata de hablar sobre esta figura de autoridad, sino de humanizarla y ponerla en su justa dimensión de un ser errante. Cuando se lee el texto, uno puede voltear a ver al progenitor, si lo hay, y odiarlo en silencio, por algún momento, darse cuenta que es una persona llena de errores y sueños rotos –malintencionado-, y, aun así, volver al amor que se puede sentir por él o tomar la decisión de matarlo, como bien lo expresa en otro poema titulado mis dos últimas vidas. En realidad, el personaje del padre, es un ente que ronda durante todo el libro.
Otro de los golpes brutales que uno puede recibir en este libro, viene de Quemaduras de tercer grado: la resignación de un hombre a cuidar a su hijo deformado por el fuego, y en algún momento la magia llega, contempla a su criatura multicolor y esta se vuelve un bello ser cosmogónico.
Otro punto importante que se debe puntualizar, es el uso de símbolos de la cultura popular actual y los que aún sobreviven de las generaciones pasadas. Esto lo podemos ver claramente en Posicionamiento de marca. Este juego literario entre los logos de marcas, fácilmente identificables, y un loco consumista, simplemente te deja una sonrisa perpetua, pero llena de miedo y paranoia, ahora deseo quemar mi playera de Lacoste para que el cocodrilo no me muerda un pezón y enterrar un Bubulubu en mi patio evadiendo sus instintos de venganza.
A lo largo del poemario uno puede encontrarse con un Mario Bros descomunal y apunto de aplastarte, con una última película de ficheras como testigo de un final de escopeta, también a un par de guerreros aztecas reencarnados en los barrios más violentos de México, con un payaso del gran circo de los Salinas de Gortari, incluso uno podría sentir el impulso de comprarle su cuarto acolchonado al enfermo mental y al Diablo su alma. Entre líneas se encontrar la fórmula para medir la traición en caballos de Troya, sabrá que Shakespeare jugaba pac-man y que Popeye posiblemente mate a Oliva.
Todo esto pareciera una composición surrealista, un mal chiste, una anécdota pesimista de la vida, y sin duda podría serlo, si uno se ha visto en circunstancias similares a las que nos relata el autor, es la veracidad en el mero imaginario de un enfermo mental -que es otro de los personajes comunes en este poemario-. No hay forma de evitar sentir algún momento epifánico dentro de estos versos, en lo particular, mi mente regresó en el tiempo y me vi jugando Atari, mintiendo para evitar una madriza en la primaria, renació en mi olfato el aroma del sexo de algunas mujeres que no debí conocer, incluso volví a sentir el temblor de mis piernas durante los sismos de septiembre de 2017.
Ahí radica la belleza de los Tatuajes de un mexicano herido, en hacer sentir lo que posiblemente habíamos olvidado, reconocer que tenemos otro organismo inexplicable, Juan Villoro lo llama la piel de la memoria. Creo que es un perfecto testimonio para que la Generación X comience a ver sus pasos.
Pasaron varios días en los que intenté ser claro con lo aquí expuesto, pero simplemente me fue imposible, no se puede ser preciso ante la locura poética de Alejandro Paniagua, no sería justo intentar hacerlo, porque es su trabajo el que se defiende por sí sólo. Después de leer su libro, sólo puedo agradecer su ingenio en el arte del engaño, del uso del lenguaje y la imaginación. Habrá que seguir de cerca su trayectoria como escritor, en medida de lo posible, y advertir que si me lo encuentro, será mejor tener un cuchillo cerca, no vaya a ser que se le ocurra escribir un poema con alguno de mis órganos vitales.
No me queda más que invitarlos a buscar y adquirir Tatuajes de un mexicano herido, no se arrepentirán de entregarse a esta lectura, las consecuencias serán lo de menos.
¿Cómo entender las intenciones de Alejandro, en este poemario, a qué le apuesta?
Mi estimado lector, estamos hablando de poesía, poesía narrativa, la aún controvertida prosa en verso, pero no ahondaré en estos tecnicismos; lo dejaremos en el simple acto de tomar un libro y leerlo, esa permisiva posición que deja al autor meterse en nuestra cabeza para contarnos su versión de las cosas. Trataré de platicarles un poco sobre mi entendimiento de Tatuajes de un mexicano herido.
Estoy seguro que este libro tiene muchas vertientes de las cuales podemos teorizar: son pequeños cuentos, de una lectura fluida y ritmo preciso, permiten al lector no perder atención a cada verso y los escenarios son claros. Cada palabra tiene una función exacta dentro de la maquinaria de los poemas. En general, es un poemario muy bien hecho.
Desconocimientos es el primer poema del libro de Paniagua, también el primer madrazo. Desde el principio uno se encuentra con esa voz narrativa que dicta los poemas: es una especie de esquizofrenia, una voz en off que nos irá diciendo qué hacer y sentir, no hay forma de equivocarnos. Este poema pone en cuestión los arquetipos de idealizar a la figura paterna, porque no se trata de hablar sobre esta figura de autoridad, sino de humanizarla y ponerla en su justa dimensión de un ser errante. Cuando se lee el texto, uno puede voltear a ver al progenitor, si lo hay, y odiarlo en silencio, por algún momento, darse cuenta que es una persona llena de errores y sueños rotos –malintencionado-, y, aun así, volver al amor que se puede sentir por él o tomar la decisión de matarlo, como bien lo expresa en otro poema titulado mis dos últimas vidas. En realidad, el personaje del padre, es un ente que ronda durante todo el libro.
Otro de los golpes brutales que uno puede recibir en este libro, viene de Quemaduras de tercer grado: la resignación de un hombre a cuidar a su hijo deformado por el fuego, y en algún momento la magia llega, contempla a su criatura multicolor y esta se vuelve un bello ser cosmogónico.
Otro punto importante que se debe puntualizar, es el uso de símbolos de la cultura popular actual y los que aún sobreviven de las generaciones pasadas. Esto lo podemos ver claramente en Posicionamiento de marca. Este juego literario entre los logos de marcas, fácilmente identificables, y un loco consumista, simplemente te deja una sonrisa perpetua, pero llena de miedo y paranoia, ahora deseo quemar mi playera de Lacoste para que el cocodrilo no me muerda un pezón y enterrar un Bubulubu en mi patio evadiendo sus instintos de venganza.
A lo largo del poemario uno puede encontrarse con un Mario Bros descomunal y apunto de aplastarte, con una última película de ficheras como testigo de un final de escopeta, también a un par de guerreros aztecas reencarnados en los barrios más violentos de México, con un payaso del gran circo de los Salinas de Gortari, incluso uno podría sentir el impulso de comprarle su cuarto acolchonado al enfermo mental y al Diablo su alma. Entre líneas se encontrar la fórmula para medir la traición en caballos de Troya, sabrá que Shakespeare jugaba pac-man y que Popeye posiblemente mate a Oliva.
Todo esto pareciera una composición surrealista, un mal chiste, una anécdota pesimista de la vida, y sin duda podría serlo, si uno se ha visto en circunstancias similares a las que nos relata el autor, es la veracidad en el mero imaginario de un enfermo mental -que es otro de los personajes comunes en este poemario-. No hay forma de evitar sentir algún momento epifánico dentro de estos versos, en lo particular, mi mente regresó en el tiempo y me vi jugando Atari, mintiendo para evitar una madriza en la primaria, renació en mi olfato el aroma del sexo de algunas mujeres que no debí conocer, incluso volví a sentir el temblor de mis piernas durante los sismos de septiembre de 2017.
Ahí radica la belleza de los Tatuajes de un mexicano herido, en hacer sentir lo que posiblemente habíamos olvidado, reconocer que tenemos otro organismo inexplicable, Juan Villoro lo llama la piel de la memoria. Creo que es un perfecto testimonio para que la Generación X comience a ver sus pasos.
Pasaron varios días en los que intenté ser claro con lo aquí expuesto, pero simplemente me fue imposible, no se puede ser preciso ante la locura poética de Alejandro Paniagua, no sería justo intentar hacerlo, porque es su trabajo el que se defiende por sí sólo. Después de leer su libro, sólo puedo agradecer su ingenio en el arte del engaño, del uso del lenguaje y la imaginación. Habrá que seguir de cerca su trayectoria como escritor, en medida de lo posible, y advertir que si me lo encuentro, será mejor tener un cuchillo cerca, no vaya a ser que se le ocurra escribir un poema con alguno de mis órganos vitales.
No me queda más que invitarlos a buscar y adquirir Tatuajes de un mexicano herido, no se arrepentirán de entregarse a esta lectura, las consecuencias serán lo de menos.