¿Por qué no comen los perros?
(cuadro hopperiano no. 3)
Marcos Iván Ramos Espejel*
“Oh Gregory, don't you remember
one night on the hill,
when we swapped rings off each other's hands,
sorely against my will?”
The Lass of Aughrim
one night on the hill,
when we swapped rings off each other's hands,
sorely against my will?”
The Lass of Aughrim
El sol se extendía holgazán, agotado y exageradamente amarillo sobre la playa. Las olas como bestias obesas y azules, a penas móviles, se sucedían y bufaban con lentitud exasperante.
-¿Por qué no comen los perros?
-Yo que voy a saber, mendigos perros malagradecidos.
Dos enormes pitbulls blancos con ojos color avellana dormían bajo la sombra de una pared, de espaldas y con la lengua de fuera. Dos platos repletos de croquetas que comenzaban a desparramarse yacían en el suelo.
La mujer miraba a los perros preocupada y él vio su cara, esa cara desvelada y taciturna. Sabía que de nuevo no había podido dormir sino hasta ya de madrugada, tenía ese rostro frio de los tiempos difíciles, aquel rostro que, antes joven y más espontaneo y ahora un tanto arrugado y resignado, era efecto de algo ignoto y lejano, de algo que, aunque él siempre quiso alcanzar y contener nunca lo logró pues, creía, pertenecía a un cierto tipo de tristeza que no era de este mundo sino más bien de los territorios desiertos de la memoria y la muerte. Apartó la vista de esa silueta inerte de ojos grises que lo exiliaba. A pesar del tiempo, a pesar de los abandonos y los reencuentros, del cariño, de lo incierto y los perdones, a pesar del arrojo, de la constancia y los esfuerzos, a pesar del presente, existiría un lugar recóndito que le sería siempre inaccesible. Sin siquiera meditarlo un momento y regresando su vista al mar, se enfureció aún más con los perros.
-Por mí que se mueran, perros malagradecidos.
El calor insoportable obligaba a los pocos sonidos que brotaban como las olas, las palabras interrogantes, los gorjeos de las aves y los motores de los carros a distancia, a arrastrarse y a crepitar algunos segundos por el horizonte antes de desaparecer por completo. Lo mejor era salir de ahí, dar la vuelta, ir de compras.
¿De dónde habían salido aquellos dos perros? ¿El regalo de algún familiar o de algún amigo? ¿Una mala decisión en un tianguis? O, simplemente, habían llegado solos, sucios y hambrientos. En sus recuerdos, o fuera en su imaginación, los visualizaba corriendo y ladrando de forma bruta detrás de las iguanas y las lagartijas, o aullando noches enteras bajo los cielos tropicales hacia los relámpagos torrenciales que se encendían y apagaban de forma intermitente en medio del mar. ¿De dónde? ¿De qué mal sueño, de qué pesadilla, de qué perdidas?
-¿Ya llevas las croquetas de los perros?
Se interrumpió el fluir de su ensoñación. La luz del supermercado caía sobre todo el lugar como una piel pesada, disecada, seca y sin oquedades.
-Tranquila linda, ya las llevo.
Su fuerza ya no era la de antes pero todavía podía cargar dos bolsas con una sola mano, ofreciendo la sobrante a su pareja. Ambos ya no eran los mismos, sus pasos eran más lentos y cuidadosos. Y así lentos, tomados de las manos, solos y juntos se dirigieron al carro. La noche los había alcanzado, solamente media luna asomaba en el cielo.
Una camioneta blanca se puso en marcha. La carretera a esas horas estaba casi intransitada, un camino amplio y con curvas pronunciadas se despeñaba por el borde de la izquierda en una enorme caída oscura y arbolada. Ella se dejó vencer por el cansancio y recargó ligeramente su cabeza sobre el hombro de él. Comenzó a llover. Entre sueños y en sordina, ella susurró:
-Pero…... ¿por qué no comen los perros?
Giró para verla, ahí estaba, aun con los ojos cerrados, esa tristeza casi silenciosa y aislada.
La luna se mantenía sonriente, tiesa como un cadáver. El camino ininterrumpido y el continuo vaivén de las olas a lo lejos seguían su curso. La velocidad del auto y la lluvia eran uniformes. Los colores espesos se adherían mutuamente en el claroscuro de las sombras. La noche se presumía inmarcesible y un corazón se detuvo. Por un momento todo se congeló, la armonía y regularidad de las cosas crearon un paisaje estático.
Involuntariamente apretó el acelerador y cerró los ojos.
-¿Por qué no comen los perros?
-Yo que voy a saber, mendigos perros malagradecidos.
Dos enormes pitbulls blancos con ojos color avellana dormían bajo la sombra de una pared, de espaldas y con la lengua de fuera. Dos platos repletos de croquetas que comenzaban a desparramarse yacían en el suelo.
La mujer miraba a los perros preocupada y él vio su cara, esa cara desvelada y taciturna. Sabía que de nuevo no había podido dormir sino hasta ya de madrugada, tenía ese rostro frio de los tiempos difíciles, aquel rostro que, antes joven y más espontaneo y ahora un tanto arrugado y resignado, era efecto de algo ignoto y lejano, de algo que, aunque él siempre quiso alcanzar y contener nunca lo logró pues, creía, pertenecía a un cierto tipo de tristeza que no era de este mundo sino más bien de los territorios desiertos de la memoria y la muerte. Apartó la vista de esa silueta inerte de ojos grises que lo exiliaba. A pesar del tiempo, a pesar de los abandonos y los reencuentros, del cariño, de lo incierto y los perdones, a pesar del arrojo, de la constancia y los esfuerzos, a pesar del presente, existiría un lugar recóndito que le sería siempre inaccesible. Sin siquiera meditarlo un momento y regresando su vista al mar, se enfureció aún más con los perros.
-Por mí que se mueran, perros malagradecidos.
El calor insoportable obligaba a los pocos sonidos que brotaban como las olas, las palabras interrogantes, los gorjeos de las aves y los motores de los carros a distancia, a arrastrarse y a crepitar algunos segundos por el horizonte antes de desaparecer por completo. Lo mejor era salir de ahí, dar la vuelta, ir de compras.
¿De dónde habían salido aquellos dos perros? ¿El regalo de algún familiar o de algún amigo? ¿Una mala decisión en un tianguis? O, simplemente, habían llegado solos, sucios y hambrientos. En sus recuerdos, o fuera en su imaginación, los visualizaba corriendo y ladrando de forma bruta detrás de las iguanas y las lagartijas, o aullando noches enteras bajo los cielos tropicales hacia los relámpagos torrenciales que se encendían y apagaban de forma intermitente en medio del mar. ¿De dónde? ¿De qué mal sueño, de qué pesadilla, de qué perdidas?
-¿Ya llevas las croquetas de los perros?
Se interrumpió el fluir de su ensoñación. La luz del supermercado caía sobre todo el lugar como una piel pesada, disecada, seca y sin oquedades.
-Tranquila linda, ya las llevo.
Su fuerza ya no era la de antes pero todavía podía cargar dos bolsas con una sola mano, ofreciendo la sobrante a su pareja. Ambos ya no eran los mismos, sus pasos eran más lentos y cuidadosos. Y así lentos, tomados de las manos, solos y juntos se dirigieron al carro. La noche los había alcanzado, solamente media luna asomaba en el cielo.
Una camioneta blanca se puso en marcha. La carretera a esas horas estaba casi intransitada, un camino amplio y con curvas pronunciadas se despeñaba por el borde de la izquierda en una enorme caída oscura y arbolada. Ella se dejó vencer por el cansancio y recargó ligeramente su cabeza sobre el hombro de él. Comenzó a llover. Entre sueños y en sordina, ella susurró:
-Pero…... ¿por qué no comen los perros?
Giró para verla, ahí estaba, aun con los ojos cerrados, esa tristeza casi silenciosa y aislada.
La luna se mantenía sonriente, tiesa como un cadáver. El camino ininterrumpido y el continuo vaivén de las olas a lo lejos seguían su curso. La velocidad del auto y la lluvia eran uniformes. Los colores espesos se adherían mutuamente en el claroscuro de las sombras. La noche se presumía inmarcesible y un corazón se detuvo. Por un momento todo se congeló, la armonía y regularidad de las cosas crearon un paisaje estático.
Involuntariamente apretó el acelerador y cerró los ojos.
*Ciudad de México, México (1990). Psicólogo por parte del Instituto Politécnico Nacional (IPN). Filósofo por parte de la Universidad Autónoma Metropolitana. Publicación en Antología Hispanoamericana (1970-2000), revista Liberoamérica 2019; Traducción de tres poemas de René Char, revista Monolito 2019; Poema, Tu poesía no, revista Nocturnario 2019; Poema, Un último cocodrilo, revista Alerta Sociológica 2019, UAM; Cuento, Una cuestión de comunicación, 3° lugar, publicación UAM y la Ventana de Arte Incluyente 2019; Un rottweiler sobre la arena, revista Perro negro de la calle; El cráter Gernsback, revista Teoría Ómicron. Poema, Landscape come to life, Revista Phantasma. Aficionado de la poesía y la escritura.