La concubina*
Rafael Hernández Barba
Personajes: Doña Socorro, Doña Candelaria.
(La acción se desarrolla de noche, en la banqueta junto a un portón de vecindad vieja de la Ciudad de México. Una mesa, un anafre y un par de sillas. Doña Candelaria, la fritanguera, mientras dora una garnacha, mira a lo lejos preocupada).
Doña Socorro: (Sale de la vecindad) ¿Todavía no levanta? ¡Tan noche que es, y con este canijo frío que está haciendo, ya debería usted recogerse! Está esperando a don Gumaro, ¿verdad? No me diga que otra vez anda tomando.
Doña Candelaria: (Saca la garnacha del aceite y la pone a escurrir) ¡Ay, doña Soco, lo que tenemos que aguantar las esposas de los borrachos! Ya quiero irme, mañana voy tempranito a La Merced.
Doña Socorro: Pues ya que todavía no se va, prepáreme dos gorditas de chicharrón y dos tlacoyos de requesón por favor. A mi marido lo envenenan sus gorditas.
Doña Candelaria: (Se pone a trabajar) ¿Se las preparo con todo? (Socorro asiente con la cabeza).
Doña Socorro: ¡Ay doña Cande, usted vende antojitos desde que amanece y no se cansa! Ya tiene muchos años con el puesto, ¿verdad? Desde que llegamos a esta vecindad, hace más de quince años, usted ya tenía tiempo vendiendo.
Doña Candelaria: Qué quiere, doña Soco, si no sé hacer otra cosa: sólo trabajar y trabajar. Lo heredé de mi mamacita, que en paz descanse. (Mira preocupada a lontananza; se distrae y se quema). ¡Ay, babosa, ya me quemé!
Doña Socorro: Ya deje de preocuparse por don Gumaro, ya verá que en cualquier momento aparece caminando despreocupado por el callejón. Una siempre anda pensando que algo les pasa y ellos tan campantes.
Doña Candelaria: (Suspira) ¡Ay doña Soco, si usted supiera! (Angustiada; se le corta la voz).
Doña Socorro: Tranquilícese, doña Cande. Dígame lo que le pasa. (Le toma las manos y la obliga a sentarse).
Doña Candelaria: Todo el día echando tortilla y, aunque usted me vea hablar con muchos clientes, la verdad es que me hace falta platicar con alguien para desahogarme.
Doña Socorro: Todos tenemos preocupaciones doña Cande, si viera las de Caín que paso con mi viejo cuando llega tarde. Así son todos los maridos doña Cande.
Doña Candelaria: El problema con mi marido es que no lo es. El Gumaro no es mi esposo (pausa). Él y yo nomás así nos juntamos, como los animalitos.
Doña Socorro: No se apure doña Cande, todos tenemos secretos y el que ustedes no estén casados no es ninguna falta grave.
Doña Candelaria: (Aparte) Gumaro y yo estamos juntos desde hace veinticuatro años… por culpa de mi mamá (suspira). En aquel tiempo mi mamacita y yo teníamos nuestro puesto de fritangas por el rumbo de la Doctores. Vivíamos bien aunque con limitaciones, tal vez por eso nunca me preocupé por buscarme un hombre para cuando estuviera vieja. A Gumaro ya lo había visto un par de veces caminando frente al puesto, pero nunca le hubiera hablado de no ser porque un día, unos judiciales, como lo vieron borrachín, le sacaron su dinero y le pusieron además una soberana tranquiza. Mi mamá les gritaba que ya lo dejaran que eran unos encajosos, rateros, muertos de hambre. Yo la contuve diciéndole que no se metiera, que se la iban a llevar a ella también. Ella me dijo que si no hacíamos algo por la gente, ¿qué sería de este mundo? Total, Gumaro quedó hecho un Jesucristo crucificado. Mi mamá le limpió los coágulos de sangre y lo sentó junto al bracero. Luego de levantar el puesto, el Gumaro seguía allí, como desmayado. De tan golpeado y borracho que estaba, me dio mucha tristeza verlo así, tan desvalido, tan abandonado. Le dije a mi mamá que lo lleváramos para la casa. Me respondió que estaba loca, que ni lo conocíamos. La miré muy enojada y le dije que había dicho que debíamos hacer algo por la gente, ora que se aguantara.
El Gumaro estuvo una semana; lo curamos y le dimos de comer. Quedó tan agradecido que empezó a visitarnos y a llevarnos flores. En su lecho de muerte, el Gumaro le juró a mi mamacita que vería por mí el resto de sus días. Desde entonces, él y yo nos arrejuntamos como quien dice. (Pausa. Candelaria deja de trabajar). Cuando lo conocí, ya era casado. Por eso se emborrachaba, y se emborracha todavía, por los problemas con su otra familia. Yo creo que no lo quieren, que sólo sirve para dar el gasto y mi viejo, de la pena, se tira al alcohol. A mí me da lo que puede, cuando puede. A veces trae más de la cuenta y yo le digo que mejor se los lleve a aquellos, a lo mejor lo necesitan más que yo. Él me mira con sus ojos vidriosos, como miran los perritos cuando piden comida, y siento que me dice para sus adentros: qué buena eres, cómo no es aquella como tú. (Largo silencio. Candelaria empieza a sollozar).
Doña Socorro: No llore, doña Cande. Usted no ha hecho nada malo, todo lo contrario. De verdad creo, como su mamá, que si las personas fueran la mitad de lo que es usted, el mundo sería otro.
Doña Candelaria: Gracias, ya me siento mejor. (Se limpia las lágrimas; termina de preparar las garnachas, las envuelve y las entrega a Socorro). Necesitaba contarle mis penas a alguien. (Silbido en off) ¡Es él! Mejor me apuro a recoger, el pobrecito ha de tener hambre y frío.
[Fin de la primera escena].
*Adaptación libre de un pasaje del libro Relatos de Mi Barrio, de Salvador "Chava" Flores.
(La acción se desarrolla de noche, en la banqueta junto a un portón de vecindad vieja de la Ciudad de México. Una mesa, un anafre y un par de sillas. Doña Candelaria, la fritanguera, mientras dora una garnacha, mira a lo lejos preocupada).
Doña Socorro: (Sale de la vecindad) ¿Todavía no levanta? ¡Tan noche que es, y con este canijo frío que está haciendo, ya debería usted recogerse! Está esperando a don Gumaro, ¿verdad? No me diga que otra vez anda tomando.
Doña Candelaria: (Saca la garnacha del aceite y la pone a escurrir) ¡Ay, doña Soco, lo que tenemos que aguantar las esposas de los borrachos! Ya quiero irme, mañana voy tempranito a La Merced.
Doña Socorro: Pues ya que todavía no se va, prepáreme dos gorditas de chicharrón y dos tlacoyos de requesón por favor. A mi marido lo envenenan sus gorditas.
Doña Candelaria: (Se pone a trabajar) ¿Se las preparo con todo? (Socorro asiente con la cabeza).
Doña Socorro: ¡Ay doña Cande, usted vende antojitos desde que amanece y no se cansa! Ya tiene muchos años con el puesto, ¿verdad? Desde que llegamos a esta vecindad, hace más de quince años, usted ya tenía tiempo vendiendo.
Doña Candelaria: Qué quiere, doña Soco, si no sé hacer otra cosa: sólo trabajar y trabajar. Lo heredé de mi mamacita, que en paz descanse. (Mira preocupada a lontananza; se distrae y se quema). ¡Ay, babosa, ya me quemé!
Doña Socorro: Ya deje de preocuparse por don Gumaro, ya verá que en cualquier momento aparece caminando despreocupado por el callejón. Una siempre anda pensando que algo les pasa y ellos tan campantes.
Doña Candelaria: (Suspira) ¡Ay doña Soco, si usted supiera! (Angustiada; se le corta la voz).
Doña Socorro: Tranquilícese, doña Cande. Dígame lo que le pasa. (Le toma las manos y la obliga a sentarse).
Doña Candelaria: Todo el día echando tortilla y, aunque usted me vea hablar con muchos clientes, la verdad es que me hace falta platicar con alguien para desahogarme.
Doña Socorro: Todos tenemos preocupaciones doña Cande, si viera las de Caín que paso con mi viejo cuando llega tarde. Así son todos los maridos doña Cande.
Doña Candelaria: El problema con mi marido es que no lo es. El Gumaro no es mi esposo (pausa). Él y yo nomás así nos juntamos, como los animalitos.
Doña Socorro: No se apure doña Cande, todos tenemos secretos y el que ustedes no estén casados no es ninguna falta grave.
Doña Candelaria: (Aparte) Gumaro y yo estamos juntos desde hace veinticuatro años… por culpa de mi mamá (suspira). En aquel tiempo mi mamacita y yo teníamos nuestro puesto de fritangas por el rumbo de la Doctores. Vivíamos bien aunque con limitaciones, tal vez por eso nunca me preocupé por buscarme un hombre para cuando estuviera vieja. A Gumaro ya lo había visto un par de veces caminando frente al puesto, pero nunca le hubiera hablado de no ser porque un día, unos judiciales, como lo vieron borrachín, le sacaron su dinero y le pusieron además una soberana tranquiza. Mi mamá les gritaba que ya lo dejaran que eran unos encajosos, rateros, muertos de hambre. Yo la contuve diciéndole que no se metiera, que se la iban a llevar a ella también. Ella me dijo que si no hacíamos algo por la gente, ¿qué sería de este mundo? Total, Gumaro quedó hecho un Jesucristo crucificado. Mi mamá le limpió los coágulos de sangre y lo sentó junto al bracero. Luego de levantar el puesto, el Gumaro seguía allí, como desmayado. De tan golpeado y borracho que estaba, me dio mucha tristeza verlo así, tan desvalido, tan abandonado. Le dije a mi mamá que lo lleváramos para la casa. Me respondió que estaba loca, que ni lo conocíamos. La miré muy enojada y le dije que había dicho que debíamos hacer algo por la gente, ora que se aguantara.
El Gumaro estuvo una semana; lo curamos y le dimos de comer. Quedó tan agradecido que empezó a visitarnos y a llevarnos flores. En su lecho de muerte, el Gumaro le juró a mi mamacita que vería por mí el resto de sus días. Desde entonces, él y yo nos arrejuntamos como quien dice. (Pausa. Candelaria deja de trabajar). Cuando lo conocí, ya era casado. Por eso se emborrachaba, y se emborracha todavía, por los problemas con su otra familia. Yo creo que no lo quieren, que sólo sirve para dar el gasto y mi viejo, de la pena, se tira al alcohol. A mí me da lo que puede, cuando puede. A veces trae más de la cuenta y yo le digo que mejor se los lleve a aquellos, a lo mejor lo necesitan más que yo. Él me mira con sus ojos vidriosos, como miran los perritos cuando piden comida, y siento que me dice para sus adentros: qué buena eres, cómo no es aquella como tú. (Largo silencio. Candelaria empieza a sollozar).
Doña Socorro: No llore, doña Cande. Usted no ha hecho nada malo, todo lo contrario. De verdad creo, como su mamá, que si las personas fueran la mitad de lo que es usted, el mundo sería otro.
Doña Candelaria: Gracias, ya me siento mejor. (Se limpia las lágrimas; termina de preparar las garnachas, las envuelve y las entrega a Socorro). Necesitaba contarle mis penas a alguien. (Silbido en off) ¡Es él! Mejor me apuro a recoger, el pobrecito ha de tener hambre y frío.
[Fin de la primera escena].
*Adaptación libre de un pasaje del libro Relatos de Mi Barrio, de Salvador "Chava" Flores.