Lenguaje, mímesis y originalidad en Danlalalán[1]
René Ostos
En Danlalalán se aprecia con claridad la participación de un narrador omnisciente con deslizamientos hacia las perspectivas de los personajes, de este modo se construye la realidad de la novela, pues “vemos” el mundo como ellos lo ven y, es el lenguaje y visión del mundo propia de estos personajes, habitantes del campo brasileño, donde se manifiesta la originalidad de la obra, pues si bien es cierto que la figura del avec no es, para el tiempo en que se publicó la novela, un recurso novedoso, es en la mirada de los personajes mencionados donde radica la particularidad del relato.
A través de los personajes percibimos el mundo de la obra, un mundo que se muestra al paso por nuestros sentidos: “del olor, del propio olor de Doralda, gustaba en demasía… recordaba el sasafrás canela, la rosa gardenia y la hoja de maíz tierno; y que se pegaba, así nomás, en las sábanas, en el camisón, en el vestido, en las almohadas.” El narrador, quizá atraído por el aroma de Doralda, especifica olores en su omnisciencia “…sasafrás canela, la rosa gardenia y la hoja de maíz tierno…” y en su desplazamiento hacia el avec, “así nomás”, omite explicaciones. Además, “Buenos olores eran los de la lima, del café tostado, el del cuero, el del cedro, buena madera trabajada; palo limón — que da el aceite perfumado para el cabello de las mujeres rubias.” Bueno, aquí el maestro de ceremonias ya ni se preocupó en aclarar que esos olores son los que le gustan a Soropita.
En contraste con los aromas doráldicos y otros placenteros y propios del campo figura el de la ceiba: “…el olor de la ceiba hedía seco, como muchos hombres durmiendo juntos en un rancho en noches de cierto calor”. El comparativo “…como muchos hombres durmiendo juntos en un rancho en noches de cierto calor” no es propio de un omnisciente, es el referente de un ex tropero, es decir, de Soropita, que hacía apenas tres años que había dejado de arrear ganado. Continuando con el olfato, encontramos que a Soropita no le gusta el olor de la sangre “[…] la sangre hedía, toda sangre, un hedor triste”. Qué figura tan significativa es el hedor triste, pues nos permite saber algo más acerca del personaje, no solo que no le gusta el olor a sangre, sino que esta emanación le evoca tristeza — nada como el olfato para rememorar el pasado, ¿verdad, Surupita?
¿Y qué decir del tacto? A Soropita le avergonzaban sus cicatrices “La palma de la mano tocó la cicatriz del mentón: rápido, la quitó. Detestaba palpar aquello…no podía seguir con los dedos el relieve duro, el bulto de piel, parecía parte de un bicho,… cuña de madera, corteza de árbol del matorral.” Aquí las referencias a la cicatriz pasan de ser objetivas “no podía seguir con los dedos el relieve duro, el bulto de piel”, a ser subjetivas “parecía parte de un bicho,… cuña de madera, corteza de árbol del matorral”, es la visión de un ex tropero ahora terrateniente. Sin embargo, con toda esta rudeza, Soropita es dócil con Doralda que “… pasaba sus manos por los gruesos costurones, uno por uno, ah[2] mano fácil, sorpresas suaves, le pasaba la mano por todo el cuerpo…” Ahora el deslizamiento es hacia la visión de Doralda, a quien las cicatrices de Soropita le parecen “sorpresas suaves” por las que puede pasearse a “mano fácil”, y el párrafo continúa: “…él se estremecía, no de cosquillas: por lo bueno, de ansias. Miel en las manos, ni parecía posible una caricia de dedos con tanta suavidad.” Nuevamente el narrador se omniscienta "él se estremecía, no de cosquillas” luego se desplaza: “por lo bueno, de ansias. Miel en las manos”; y vuelve a omniscientarse: “ni parecía posible una caricia de dedos con tanta suavidad.” Y con todo este toqueteo e ir y venir de las perspectivas, descubrimos más cosas del personaje y su mundo: un universo que es palpable, que se observa desde la subjetividad de sus habitantes.
Recreémonos la pupila y el oído un poco y detengámonos a contemplar los Campos Generales que de tan cotidianos, Soropita
"… ya no ponía mayor atención en las cosas de siempre: el campo, la concha del cielo, el ganado en los pastizales — los cañaverales, el maíz maduro — el graznido del gavilán en lo alto — los largos reclamos de la torcaza tristona — los arbustos negros del viejo matorral — los papagayos que pasan en suave y aleteado vuelo silencioso — un cerro azul después de los cerros verdes — el cartón pardo de las avispas que cuelga de una rama, en el mezquital — las mariposas que son indecisos pedacitos blancos pestañeando — el cárdeno poniente u oriente — el deslizar de un riachuelo."
Es una visión maravillosa —particularmente me quedo con las mariposas, “indecisos pedacitos blancos pestañeando”. Es curioso cómo Soropita se ha habituado a ese edén, y sin embargo, a través de su visión, el sitio se nos presenta con toda novedad.
Pero no todo es paradisiaco en los Campos Generales, párrafos más tarde nos encontramos con que Soropita da un largo rodeo:
"… para evitar el pantano de barro negro, porque le daba náusea el olor de las hojas deshilachándose, del agua podrida, con barro, con bichos de baba, crías de sapos, frías cosas vivas pero sin sangre, pegadas unas a en otras, que seguro están en las grutas, en el lodo, ocultas. … El peor mal que nos podría llegar a suceder, lo último de uno, sería morirse embarrado en esa asquerosidad."
El desplazamiento del narrador hacia la perspectiva del personaje es claro, pues inicia en tercera persona: “le daba náusea el olor”; y termina incluyéndose en el texto: “lo último de uno”. Y vaya que sería horrible morir ahí, aunque por tratarse de Soropita es más apremiante el temor: “En un matorral como ese, en los estorbos, podía haber alguien emboscado, gente maligna, la envidia del mundo es mucha. Sujetos que mamaron ruindad, alacranes que desgracian — por su culpa, viajar siempre es arriesgado y engañoso.” Por supuesto que en nada tiene que ver el hecho de que Soropita se haya cargado a unos cuantos.
Pero a Soropita lo que realmente le ocupaba el pensamiento, era llegar a casa: “Doralda lo esperaba. Podía estar vestida de entrecasa o como fuera: la blancura gatuna de los movimientos, el brillo en los ojos desafiantes, la nariz que temblaba — parecía que la ropa le quedaba de repente holgada, muy ancha, que iba a salir de pronto, risueña y deslizándose, desnuda, de dentro de esa ropa”. En esta imagen que es perturbadoramente erótica vemos de nueva cuenta el deslizamiento del omnisciente: “Doralda lo esperaba. Podía estar vestida de entrecasa…”, hacia el avec: “o como fuera.” daba igual, lo importante era que debajo del envoltorio estaba Doralda en toda su desnudez. Ah, Doralda, “… ella llegaba con sus ojos libres, el corazón contento. El momento en que sentía su corazón latiendo hasta en las palmas de sus manos, cuando él tomaba, apretaba, las manos suaves, finas, una seda; y el pie se apoyaba en la pierna de él, por debajo de las mantas: un pie así, liso, blanquito,… ella nunca había andado descalza.” Miren el cambio de perspectiva del final, un avec: “un pie así, liso, blanquito”; que se convierte en omnisciente: “ella nunca había andado descalza”. Notemos también la supresión del verbo y el símil: “El momento en que sentía su corazón latiendo hasta en las palmas de sus manos, [era] cuando él tomaba, apretaba, las manos suaves, finas, [como] una seda…”, oración que en su forma natural y gramaticalmente correcta quedaría de este modo: Cuando él tomaba, apretaba, las manos suaves, finas, como una seda, era el momento en que sentía su corazón latiendo hasta en las palmas de sus manos. Creo que es evidente que con esta corrección el texto no gana en términos de estilo, todo lo contrario, pierde riqueza lingüística y musicalidad.
Y ya entrados en el tema de las mujeres, leamos un pasaje que todo buen soropita querría a bien olvidar, pues éste en uno de sus viajes solicitó, como era su costumbre, los servicios de una prostituta: “La mujer era linda, vistosa, se acordaba: un algo de pelirrojo, clara, pecosa, con salpicado de pecas hasta el verde de los ojos, cagaditas de mosquito oxidadas, hoja pinta.” La descripción es alegre, pero qué decir de la sintaxis: “La mujer era linda, vistosa, se acordaba…”, es peculiar, agramatical, pienso: un recurso necesario y recurrente en Danlalalán, que sirve para caracterizar el fluir psíquico de los personajes, o mejor dicho, son los personajes los que caracterizan la sintaxis de la obra, y eso es lo que le da su peculiaridad.
Pero ¿por qué dije que todo soropita tendría a bien olvidar? pues resulta que al buen Soropita, hombre de toda hombría, garañón indomable; nomás no pudo en aquella ocasión, salió “flameado, había durado ahí menos que pájaro en árbol seco.” Y vaya que en un macho eso debe de calar. Pero esa no fue la única vez que su amigo le falló, más tarde le pasó lo mismo con Doralda: “No, no había podido, paralizado, paralizado, y forcejeaba por mandar en sí, un frío que lo mojaba, casi lloraba, mordía el freno.” Una vez más los deslizamientos del omnisciente: “No, no había podido… y forcejeaba por mandar en sí,… casi lloraba”; hacia el avec: “paralizado, paralizado,… un frío que lo mojaba,… mordía el freno.”, mas el deslizamiento no es lo único que se aprecia, para lograr el registro del fluir psíquico del personaje, el narrador omite dos verbos conjugados: estaba y sentía “[estaba] paralizado,… [sentía] un frío que lo mojaba…”. Ante tal circunstancia, Surupita, como todo hombre que se precie de serlo, intentó curarse con algún remedio, con alguna yerba: “La mejor de todas, la vergatiesa: esa plantita rastrera del bosque, de hojas menuditas, estrechitas, verde oscuro casi negras, mostraba de Dios su valor — ya podía uno querer doblarla, aplastarla, achicarla, como le hiciera, que ella se enderezaba siempre y volvía a ser, mandona." Esta descripción es magistral y, nuevamente aparece el deslizamiento omnisciente- avec, pero más que deslizamiento, de pronto parecen ser ambos entes enunciando a la vez: “esa plantita rastrera del bosque, de hojas menuditas, estrechitas, verde oscuro casi negras”, es decir, la descripción precisa del narrador adornada con los diminutivos de Soropita: una descripción cariñosa, quizá porque representa el ideal masculino del personaje “mostraba de Dios su valor”.
Como he podido señalar, en Danlalalán el deslizamiento entre el omnisciente y el avec es un recurso estilístico del que Guimarães Rosa echa mano para proyectar el registro lingüístico de los personajes, para hacerlos vívidos, “reales”, que dicho sea de paso, son ellos, los personajes, con su visión del mundo, los que hacen a la sintaxis y gramática de la obra y no al revés. Por ejemplo, cuando Soropita recupera su erección: “Ya a la otra noche se ufanaba del todo, sano de acero, qué felicidad” , notamos el deslizamiento del omnisciente “Ya a la otra noche se ufanaba del todo…”; al avec “sano de acero, qué felicidad”; si quitamos ese deslizamiento, tendríamos algo como esto: “Ya a la otra noche se ufanaba del todo, estaba sano, tenía una erección de acero, se sentía muy feliz”; como vemos, le quita toda emotividad y nos limita a ver al personaje desde afuera, acartonado, sin vida, ajeno a su propia realidad. Resumo: el lenguaje de la obra no cae en la artificiosidad, más bien recurre a un natural artificio, es decir que el texto se adapta al fluir psíquico de los personajes, troperos, prostitutas, campesinos, de los generales brasileños; es ahí, en su lenguaje mimético, que está la originalidad de la obra.
[1] El puro nombre de esta novela tiene un dejo de presentación estelar (Dan- la- la- lán: dígase acompañado de trompeta).
[2] No sé si sea una exclamación a la que le faltó una coma o una preposición a la que sobró una “h”, pero tal cual estaba en el texto.
A través de los personajes percibimos el mundo de la obra, un mundo que se muestra al paso por nuestros sentidos: “del olor, del propio olor de Doralda, gustaba en demasía… recordaba el sasafrás canela, la rosa gardenia y la hoja de maíz tierno; y que se pegaba, así nomás, en las sábanas, en el camisón, en el vestido, en las almohadas.” El narrador, quizá atraído por el aroma de Doralda, especifica olores en su omnisciencia “…sasafrás canela, la rosa gardenia y la hoja de maíz tierno…” y en su desplazamiento hacia el avec, “así nomás”, omite explicaciones. Además, “Buenos olores eran los de la lima, del café tostado, el del cuero, el del cedro, buena madera trabajada; palo limón — que da el aceite perfumado para el cabello de las mujeres rubias.” Bueno, aquí el maestro de ceremonias ya ni se preocupó en aclarar que esos olores son los que le gustan a Soropita.
En contraste con los aromas doráldicos y otros placenteros y propios del campo figura el de la ceiba: “…el olor de la ceiba hedía seco, como muchos hombres durmiendo juntos en un rancho en noches de cierto calor”. El comparativo “…como muchos hombres durmiendo juntos en un rancho en noches de cierto calor” no es propio de un omnisciente, es el referente de un ex tropero, es decir, de Soropita, que hacía apenas tres años que había dejado de arrear ganado. Continuando con el olfato, encontramos que a Soropita no le gusta el olor de la sangre “[…] la sangre hedía, toda sangre, un hedor triste”. Qué figura tan significativa es el hedor triste, pues nos permite saber algo más acerca del personaje, no solo que no le gusta el olor a sangre, sino que esta emanación le evoca tristeza — nada como el olfato para rememorar el pasado, ¿verdad, Surupita?
¿Y qué decir del tacto? A Soropita le avergonzaban sus cicatrices “La palma de la mano tocó la cicatriz del mentón: rápido, la quitó. Detestaba palpar aquello…no podía seguir con los dedos el relieve duro, el bulto de piel, parecía parte de un bicho,… cuña de madera, corteza de árbol del matorral.” Aquí las referencias a la cicatriz pasan de ser objetivas “no podía seguir con los dedos el relieve duro, el bulto de piel”, a ser subjetivas “parecía parte de un bicho,… cuña de madera, corteza de árbol del matorral”, es la visión de un ex tropero ahora terrateniente. Sin embargo, con toda esta rudeza, Soropita es dócil con Doralda que “… pasaba sus manos por los gruesos costurones, uno por uno, ah[2] mano fácil, sorpresas suaves, le pasaba la mano por todo el cuerpo…” Ahora el deslizamiento es hacia la visión de Doralda, a quien las cicatrices de Soropita le parecen “sorpresas suaves” por las que puede pasearse a “mano fácil”, y el párrafo continúa: “…él se estremecía, no de cosquillas: por lo bueno, de ansias. Miel en las manos, ni parecía posible una caricia de dedos con tanta suavidad.” Nuevamente el narrador se omniscienta "él se estremecía, no de cosquillas” luego se desplaza: “por lo bueno, de ansias. Miel en las manos”; y vuelve a omniscientarse: “ni parecía posible una caricia de dedos con tanta suavidad.” Y con todo este toqueteo e ir y venir de las perspectivas, descubrimos más cosas del personaje y su mundo: un universo que es palpable, que se observa desde la subjetividad de sus habitantes.
Recreémonos la pupila y el oído un poco y detengámonos a contemplar los Campos Generales que de tan cotidianos, Soropita
"… ya no ponía mayor atención en las cosas de siempre: el campo, la concha del cielo, el ganado en los pastizales — los cañaverales, el maíz maduro — el graznido del gavilán en lo alto — los largos reclamos de la torcaza tristona — los arbustos negros del viejo matorral — los papagayos que pasan en suave y aleteado vuelo silencioso — un cerro azul después de los cerros verdes — el cartón pardo de las avispas que cuelga de una rama, en el mezquital — las mariposas que son indecisos pedacitos blancos pestañeando — el cárdeno poniente u oriente — el deslizar de un riachuelo."
Es una visión maravillosa —particularmente me quedo con las mariposas, “indecisos pedacitos blancos pestañeando”. Es curioso cómo Soropita se ha habituado a ese edén, y sin embargo, a través de su visión, el sitio se nos presenta con toda novedad.
Pero no todo es paradisiaco en los Campos Generales, párrafos más tarde nos encontramos con que Soropita da un largo rodeo:
"… para evitar el pantano de barro negro, porque le daba náusea el olor de las hojas deshilachándose, del agua podrida, con barro, con bichos de baba, crías de sapos, frías cosas vivas pero sin sangre, pegadas unas a en otras, que seguro están en las grutas, en el lodo, ocultas. … El peor mal que nos podría llegar a suceder, lo último de uno, sería morirse embarrado en esa asquerosidad."
El desplazamiento del narrador hacia la perspectiva del personaje es claro, pues inicia en tercera persona: “le daba náusea el olor”; y termina incluyéndose en el texto: “lo último de uno”. Y vaya que sería horrible morir ahí, aunque por tratarse de Soropita es más apremiante el temor: “En un matorral como ese, en los estorbos, podía haber alguien emboscado, gente maligna, la envidia del mundo es mucha. Sujetos que mamaron ruindad, alacranes que desgracian — por su culpa, viajar siempre es arriesgado y engañoso.” Por supuesto que en nada tiene que ver el hecho de que Soropita se haya cargado a unos cuantos.
Pero a Soropita lo que realmente le ocupaba el pensamiento, era llegar a casa: “Doralda lo esperaba. Podía estar vestida de entrecasa o como fuera: la blancura gatuna de los movimientos, el brillo en los ojos desafiantes, la nariz que temblaba — parecía que la ropa le quedaba de repente holgada, muy ancha, que iba a salir de pronto, risueña y deslizándose, desnuda, de dentro de esa ropa”. En esta imagen que es perturbadoramente erótica vemos de nueva cuenta el deslizamiento del omnisciente: “Doralda lo esperaba. Podía estar vestida de entrecasa…”, hacia el avec: “o como fuera.” daba igual, lo importante era que debajo del envoltorio estaba Doralda en toda su desnudez. Ah, Doralda, “… ella llegaba con sus ojos libres, el corazón contento. El momento en que sentía su corazón latiendo hasta en las palmas de sus manos, cuando él tomaba, apretaba, las manos suaves, finas, una seda; y el pie se apoyaba en la pierna de él, por debajo de las mantas: un pie así, liso, blanquito,… ella nunca había andado descalza.” Miren el cambio de perspectiva del final, un avec: “un pie así, liso, blanquito”; que se convierte en omnisciente: “ella nunca había andado descalza”. Notemos también la supresión del verbo y el símil: “El momento en que sentía su corazón latiendo hasta en las palmas de sus manos, [era] cuando él tomaba, apretaba, las manos suaves, finas, [como] una seda…”, oración que en su forma natural y gramaticalmente correcta quedaría de este modo: Cuando él tomaba, apretaba, las manos suaves, finas, como una seda, era el momento en que sentía su corazón latiendo hasta en las palmas de sus manos. Creo que es evidente que con esta corrección el texto no gana en términos de estilo, todo lo contrario, pierde riqueza lingüística y musicalidad.
Y ya entrados en el tema de las mujeres, leamos un pasaje que todo buen soropita querría a bien olvidar, pues éste en uno de sus viajes solicitó, como era su costumbre, los servicios de una prostituta: “La mujer era linda, vistosa, se acordaba: un algo de pelirrojo, clara, pecosa, con salpicado de pecas hasta el verde de los ojos, cagaditas de mosquito oxidadas, hoja pinta.” La descripción es alegre, pero qué decir de la sintaxis: “La mujer era linda, vistosa, se acordaba…”, es peculiar, agramatical, pienso: un recurso necesario y recurrente en Danlalalán, que sirve para caracterizar el fluir psíquico de los personajes, o mejor dicho, son los personajes los que caracterizan la sintaxis de la obra, y eso es lo que le da su peculiaridad.
Pero ¿por qué dije que todo soropita tendría a bien olvidar? pues resulta que al buen Soropita, hombre de toda hombría, garañón indomable; nomás no pudo en aquella ocasión, salió “flameado, había durado ahí menos que pájaro en árbol seco.” Y vaya que en un macho eso debe de calar. Pero esa no fue la única vez que su amigo le falló, más tarde le pasó lo mismo con Doralda: “No, no había podido, paralizado, paralizado, y forcejeaba por mandar en sí, un frío que lo mojaba, casi lloraba, mordía el freno.” Una vez más los deslizamientos del omnisciente: “No, no había podido… y forcejeaba por mandar en sí,… casi lloraba”; hacia el avec: “paralizado, paralizado,… un frío que lo mojaba,… mordía el freno.”, mas el deslizamiento no es lo único que se aprecia, para lograr el registro del fluir psíquico del personaje, el narrador omite dos verbos conjugados: estaba y sentía “[estaba] paralizado,… [sentía] un frío que lo mojaba…”. Ante tal circunstancia, Surupita, como todo hombre que se precie de serlo, intentó curarse con algún remedio, con alguna yerba: “La mejor de todas, la vergatiesa: esa plantita rastrera del bosque, de hojas menuditas, estrechitas, verde oscuro casi negras, mostraba de Dios su valor — ya podía uno querer doblarla, aplastarla, achicarla, como le hiciera, que ella se enderezaba siempre y volvía a ser, mandona." Esta descripción es magistral y, nuevamente aparece el deslizamiento omnisciente- avec, pero más que deslizamiento, de pronto parecen ser ambos entes enunciando a la vez: “esa plantita rastrera del bosque, de hojas menuditas, estrechitas, verde oscuro casi negras”, es decir, la descripción precisa del narrador adornada con los diminutivos de Soropita: una descripción cariñosa, quizá porque representa el ideal masculino del personaje “mostraba de Dios su valor”.
Como he podido señalar, en Danlalalán el deslizamiento entre el omnisciente y el avec es un recurso estilístico del que Guimarães Rosa echa mano para proyectar el registro lingüístico de los personajes, para hacerlos vívidos, “reales”, que dicho sea de paso, son ellos, los personajes, con su visión del mundo, los que hacen a la sintaxis y gramática de la obra y no al revés. Por ejemplo, cuando Soropita recupera su erección: “Ya a la otra noche se ufanaba del todo, sano de acero, qué felicidad” , notamos el deslizamiento del omnisciente “Ya a la otra noche se ufanaba del todo…”; al avec “sano de acero, qué felicidad”; si quitamos ese deslizamiento, tendríamos algo como esto: “Ya a la otra noche se ufanaba del todo, estaba sano, tenía una erección de acero, se sentía muy feliz”; como vemos, le quita toda emotividad y nos limita a ver al personaje desde afuera, acartonado, sin vida, ajeno a su propia realidad. Resumo: el lenguaje de la obra no cae en la artificiosidad, más bien recurre a un natural artificio, es decir que el texto se adapta al fluir psíquico de los personajes, troperos, prostitutas, campesinos, de los generales brasileños; es ahí, en su lenguaje mimético, que está la originalidad de la obra.
[1] El puro nombre de esta novela tiene un dejo de presentación estelar (Dan- la- la- lán: dígase acompañado de trompeta).
[2] No sé si sea una exclamación a la que le faltó una coma o una preposición a la que sobró una “h”, pero tal cual estaba en el texto.