Los pájaros
Víctor M. Campos*
L
El rastro de plumas la guía hasta el cadáver:
¿Quién fue? Eso es lo que pregunta, furiosa, mi mamá. ¿Quién lo pescó?, grita y los perros, acobardados, huyen cuando la ven con la escoba en las manos. ¡¿Los mato de hambre?! ¿O les gusta que les pegue? Reparte escobazos mientras se oyen los golpes bofos contra sus cuerpos regordetes lo mismo que sus quejidos sordos. Mi mamá elige arbitrariamente a uno y lo golpea con tal saña que el palo se rompe. El culpable se mete bajo la lavadora. Ella le encaja la punta del palo tratando de darle más y más. Su voz de mujer dulce y melancólica se convierte en la voz de una loca poseída por la furia. Es de suponerse que la actitud de los perros le parece estúpida y cruel: sin embargo apalearlos debe ser edificante porque tiene por finalidad hacer que sus perros se conviertan en esos seres racionales que juegan al póquer como en los cuadros de Coolidge.
¿Quién fue? Eso es lo que pregunta, furiosa, mi mamá. ¿Quién lo pescó?, grita y los perros, acobardados, huyen cuando la ven con la escoba en las manos. ¡¿Los mato de hambre?! ¿O les gusta que les pegue? Reparte escobazos mientras se oyen los golpes bofos contra sus cuerpos regordetes lo mismo que sus quejidos sordos. Mi mamá elige arbitrariamente a uno y lo golpea con tal saña que el palo se rompe. El culpable se mete bajo la lavadora. Ella le encaja la punta del palo tratando de darle más y más. Su voz de mujer dulce y melancólica se convierte en la voz de una loca poseída por la furia. Es de suponerse que la actitud de los perros le parece estúpida y cruel: sin embargo apalearlos debe ser edificante porque tiene por finalidad hacer que sus perros se conviertan en esos seres racionales que juegan al póquer como en los cuadros de Coolidge.
O
Antes rara vez le cambiaba la voz:
Podía cantar rancheras a todo pulmón, pero al final de su catarsis seguía siendo la misma voz. El gran cambio fue desde aquella vez que le llamaron por teléfono y le dieron la peor noticia de su vida: No, dijo en un primer momento. No, no, no, repitió y cada no le iba saliendo más y más descompuesto por el terror. Dejó caer la bocina y empezó a correr por toda la casa mientras aullaba como un animal herido de muerte. Yo era un niño pequeño y como tal no podía hacer otra cosa que dejarme arrastrar por los aullidos de mi mamá. Algunos se acercaron para averiguar qué pasaba. Lo mataron, dijo, lo mataron, lo mataron. Luego de golpear contra un mueble y de rebotar en el suelo, la bocina apenas sostenida por el cable espiral oscilaba en aquel vaivén vergonzoso por haber sido el medio para dar tan trágica noticia.
Podía cantar rancheras a todo pulmón, pero al final de su catarsis seguía siendo la misma voz. El gran cambio fue desde aquella vez que le llamaron por teléfono y le dieron la peor noticia de su vida: No, dijo en un primer momento. No, no, no, repitió y cada no le iba saliendo más y más descompuesto por el terror. Dejó caer la bocina y empezó a correr por toda la casa mientras aullaba como un animal herido de muerte. Yo era un niño pequeño y como tal no podía hacer otra cosa que dejarme arrastrar por los aullidos de mi mamá. Algunos se acercaron para averiguar qué pasaba. Lo mataron, dijo, lo mataron, lo mataron. Luego de golpear contra un mueble y de rebotar en el suelo, la bocina apenas sostenida por el cable espiral oscilaba en aquel vaivén vergonzoso por haber sido el medio para dar tan trágica noticia.
S
Que ésta sea la señal inequívoca del fin es algo que le gustaría a mi mamá:
Que los pájaros tomen el control y seamos nosotros los que estemos enjaulados hasta morir la haría desternillarse de loca felicidad. Ella, sin embargo, nunca vería una película de Hitchcock por más que cada día conspire para que esas retorcidas expresiones de la justicia sucedan. El patio es el reino de sus catarsis. Ahí canta, hace composta, habla con sus plantas; ahí pasa la mayor parte del tiempo con sus perros falderos a los que recogió de la calle o que se robó de algún sitio. Ahí, también, ha ido ganado terreno el lado oriente en donde hay un viejo tocador en vertical con una bandeja con agua y una tapa de lámina repleta de maíz quebrado, arroz y pan remojado en su parte más alta. El patio era de la lavadora, de los tanques de gas y sobre todo de los perros, pero las cosas han cambiado.
Que los pájaros tomen el control y seamos nosotros los que estemos enjaulados hasta morir la haría desternillarse de loca felicidad. Ella, sin embargo, nunca vería una película de Hitchcock por más que cada día conspire para que esas retorcidas expresiones de la justicia sucedan. El patio es el reino de sus catarsis. Ahí canta, hace composta, habla con sus plantas; ahí pasa la mayor parte del tiempo con sus perros falderos a los que recogió de la calle o que se robó de algún sitio. Ahí, también, ha ido ganado terreno el lado oriente en donde hay un viejo tocador en vertical con una bandeja con agua y una tapa de lámina repleta de maíz quebrado, arroz y pan remojado en su parte más alta. El patio era de la lavadora, de los tanques de gas y sobre todo de los perros, pero las cosas han cambiado.
P
Á
Desde aquella vez mamá se volvió otra:
El repertorio de canciones rancheras se decantó por las más tristes amén de que pasaron años para que volviera a cantarlas. Desde entonces toda forma de justicia que implique un severo castigo la hace sonreír vilmente. En más de una ocasión se le ha ido a las manos a gente a la que ve maltratando animales. En más de una ha cruzado la calle, sin fijarse, persiguiendo a un animal que a su juicio necesitaba un refugio: por esa misma necedad he allanado propiedad privada para rescatar algún perro abandonado por sus dueños. Si yo terminaba en la cárcel, ¿qué? La justicia tendría que abrirse camino de un modo u otro. Así que apalear a un perro al que se le ha hecho fácil atrapar un pájaro por pura diversión está más que justificado. Eso responde cuando le digo que ya lo deje en paz. Pues para que sienta el cabrón lo que sufrió el pobre pajarito, me dice a los gritos.
El repertorio de canciones rancheras se decantó por las más tristes amén de que pasaron años para que volviera a cantarlas. Desde entonces toda forma de justicia que implique un severo castigo la hace sonreír vilmente. En más de una ocasión se le ha ido a las manos a gente a la que ve maltratando animales. En más de una ha cruzado la calle, sin fijarse, persiguiendo a un animal que a su juicio necesitaba un refugio: por esa misma necedad he allanado propiedad privada para rescatar algún perro abandonado por sus dueños. Si yo terminaba en la cárcel, ¿qué? La justicia tendría que abrirse camino de un modo u otro. Así que apalear a un perro al que se le ha hecho fácil atrapar un pájaro por pura diversión está más que justificado. Eso responde cuando le digo que ya lo deje en paz. Pues para que sienta el cabrón lo que sufrió el pobre pajarito, me dice a los gritos.
J
Si alguien lastimara a uno de mis seres queridos seguro que lo torturaría hasta la muerte:
Es el tipo de deseo que uno engendra en este país. Pero cuando el perro pesca al pájaro, no sé si es para tanto. Puedo tragar saliva cuando miro a un perro callejero deambulando sin rumbo, sediento y herido, a nada de morir atropellado. Me identifico fácilmente con el niño al que veo acosado por otros más grandes. No me falta empatía, indignación ni rabia cuando soy testigo de un acto injusto. Ganas no me faltan de intervenir y de lastimar al que abusa del otro. En momentos como ésos viene a mí una furia inexplicable, tantas veces reprimida, y que amenaza con salir. Es cierto que más de una vez he cruzado la línea buscando justicia por propia mano y que quizá he disfrutado un poco más de lo debido esa búsqueda atroz: no sería de extrañar que ahora la justicia me buscara a mí. Las cosas tienen la costumbre de suceder independientemente de si las entiendes o no.
Es el tipo de deseo que uno engendra en este país. Pero cuando el perro pesca al pájaro, no sé si es para tanto. Puedo tragar saliva cuando miro a un perro callejero deambulando sin rumbo, sediento y herido, a nada de morir atropellado. Me identifico fácilmente con el niño al que veo acosado por otros más grandes. No me falta empatía, indignación ni rabia cuando soy testigo de un acto injusto. Ganas no me faltan de intervenir y de lastimar al que abusa del otro. En momentos como ésos viene a mí una furia inexplicable, tantas veces reprimida, y que amenaza con salir. Es cierto que más de una vez he cruzado la línea buscando justicia por propia mano y que quizá he disfrutado un poco más de lo debido esa búsqueda atroz: no sería de extrañar que ahora la justicia me buscara a mí. Las cosas tienen la costumbre de suceder independientemente de si las entiendes o no.
A
A los pocos días el patio ha cambiado:
Un muro de macetas y tanques de gas divide la mitad oriente de la otra mitad. Los pájaros se han multiplicado y son tantos que los perros han ido quedando cautivos en sus respectivas casas. Mi madre celebra alunadamente la irrupción de un cuervo. Dice que entre los llaneros, las torcazas, las palomas y los tordos, un cuervo majestuoso se abre paso y come mientras los demás a su alrededor montan una guardia silenciosa. Está delirando. O eso pienso hasta que aparece el espléndido pajarraco: mira, mira, dice mi mamá llamándome en susurros para que vaya a la ventana. Y cuando llega otro y otro más el graznar de tanto pájaro y el aullido de los perros se vuelve ensordecedor. Mamá sale al patio para sumarse a esta animalia del fin del mundo. El horizonte ennegrece y mi mamá no para de decirme que salga: ven, hijo, ven.
Un muro de macetas y tanques de gas divide la mitad oriente de la otra mitad. Los pájaros se han multiplicado y son tantos que los perros han ido quedando cautivos en sus respectivas casas. Mi madre celebra alunadamente la irrupción de un cuervo. Dice que entre los llaneros, las torcazas, las palomas y los tordos, un cuervo majestuoso se abre paso y come mientras los demás a su alrededor montan una guardia silenciosa. Está delirando. O eso pienso hasta que aparece el espléndido pajarraco: mira, mira, dice mi mamá llamándome en susurros para que vaya a la ventana. Y cuando llega otro y otro más el graznar de tanto pájaro y el aullido de los perros se vuelve ensordecedor. Mamá sale al patio para sumarse a esta animalia del fin del mundo. El horizonte ennegrece y mi mamá no para de decirme que salga: ven, hijo, ven.
R
¿Y si en su búsqueda de justicia el hermano pequeño se convirtió en otra cosa?
¿A quién le sorprendería que un ojiverde, amable y divertido hermano pequeño resultara ser más un sádico que un justiciero? ¿Una puñalada en el corazón? Si bien a uno lo matan nada más porque sí, una puñalada de éstas, perpetrada al menos entre dos, parece algo más, ¿no es verdad? Mi mamá no admite nada que no sea su relato. El hermano menor era un buen muchacho y los buenos muchachos no tendrían por qué morir así. Yo también lo soy y sus palabras me hielan la sangre. Un buen muchacho que no mata ni a una mosca y el único que visita de cuando en cuando a su mamá y fielmente la sigue en sus delirios. Si alguien me atravesara el corazón seguro más de uno pensaría que fue injusto, pero, ¿en realidad lo sería? Si alguien viene y me apuñala, el contenido de mi corazón se derramará por el suelo como brea negra.
¿A quién le sorprendería que un ojiverde, amable y divertido hermano pequeño resultara ser más un sádico que un justiciero? ¿Una puñalada en el corazón? Si bien a uno lo matan nada más porque sí, una puñalada de éstas, perpetrada al menos entre dos, parece algo más, ¿no es verdad? Mi mamá no admite nada que no sea su relato. El hermano menor era un buen muchacho y los buenos muchachos no tendrían por qué morir así. Yo también lo soy y sus palabras me hielan la sangre. Un buen muchacho que no mata ni a una mosca y el único que visita de cuando en cuando a su mamá y fielmente la sigue en sus delirios. Si alguien me atravesara el corazón seguro más de uno pensaría que fue injusto, pero, ¿en realidad lo sería? Si alguien viene y me apuñala, el contenido de mi corazón se derramará por el suelo como brea negra.
O
A mi madre no le importa saber las causas:
Cuando intento explicarle alguna de las razones del porqué hay cada vez más pájaros sólo me atraviesa con la mirada fría como haciendo un esfuerzo doble por reconocerme. Pronto se olvida de mí mientras va hacia la ventana y sonríe mesiánicamente. Mira, mira, dice y señala a uno u otro pajarraco que se posa sobre la higuera o el papayo. Son tantos que los perros apenas y salen ya de sus casas. Muchas veces prefieren hacerse encima e incluso no comer ante la amenaza que pende sobre ellos. Aún por las noches poco se atreven a salir: desde las ramas de los árboles los acechan. Los perros están insólitamente silenciosos. Tienen miedo: la luna menguante en la esclerótica los delata. Todos tenemos miedo: mi mamá es una loca que vive para los pájaros y en la medida que éstos llegan, mi mamá se va convirtiendo en otra cosa.
Cuando intento explicarle alguna de las razones del porqué hay cada vez más pájaros sólo me atraviesa con la mirada fría como haciendo un esfuerzo doble por reconocerme. Pronto se olvida de mí mientras va hacia la ventana y sonríe mesiánicamente. Mira, mira, dice y señala a uno u otro pajarraco que se posa sobre la higuera o el papayo. Son tantos que los perros apenas y salen ya de sus casas. Muchas veces prefieren hacerse encima e incluso no comer ante la amenaza que pende sobre ellos. Aún por las noches poco se atreven a salir: desde las ramas de los árboles los acechan. Los perros están insólitamente silenciosos. Tienen miedo: la luna menguante en la esclerótica los delata. Todos tenemos miedo: mi mamá es una loca que vive para los pájaros y en la medida que éstos llegan, mi mamá se va convirtiendo en otra cosa.
S
Las plantas han sentado sus reales recorriéndose hasta la ventana:
Los tanques de gas y la lavadora son ya objetos sin sentido que mal sirven de refugio a los perros famélicos que se ocultan bajo las carcasas de metal. Los pájaros han empezado a destriparse unos a otros. Las disputas territoriales se han vuelto sanguinarias y aunque intento hacer entrar en razón a mamá eso ya no es posible. Son los perros, grita, y con el palo en la mano los persigue y los golpea. Si ellos logran ocultarse entonces mi mamá intenta empalarlos. Ya basta, mamá. Ella me mira desquiciadamente y blande el palo por encima de su cabeza desgreñada. Son los perros, grita, y vuelve a la persecución y al martirio. No me queda más remedio que intervenir: voy hasta la puerta, cruzo el umbral y forcejeo con ella. Ya basta, le gruño mientras intento quitarle el palo: ¡ya basta!, grito cuando un dolor horrendo me atraviesa el pecho de lado a lado.
Los tanques de gas y la lavadora son ya objetos sin sentido que mal sirven de refugio a los perros famélicos que se ocultan bajo las carcasas de metal. Los pájaros han empezado a destriparse unos a otros. Las disputas territoriales se han vuelto sanguinarias y aunque intento hacer entrar en razón a mamá eso ya no es posible. Son los perros, grita, y con el palo en la mano los persigue y los golpea. Si ellos logran ocultarse entonces mi mamá intenta empalarlos. Ya basta, mamá. Ella me mira desquiciadamente y blande el palo por encima de su cabeza desgreñada. Son los perros, grita, y vuelve a la persecución y al martirio. No me queda más remedio que intervenir: voy hasta la puerta, cruzo el umbral y forcejeo con ella. Ya basta, le gruño mientras intento quitarle el palo: ¡ya basta!, grito cuando un dolor horrendo me atraviesa el pecho de lado a lado.
*El autor se formó en el Taller Levreriano de Escritura Creativa dirigido por Carmen Simón. Es licenciado en Docencia del Arte por la UAQ. También es cuentista publicado por el Fondo Editorial de Querétaro y en revistas de Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, España, Estados Unidos, México, Perú y Venezuela.