Manuales de autoayuda
Carmen Ros
Fui a comprar revistas para ver los vestidos de boda con los que salen fotografiadas las aristócratas y las celebridades. Aquí en Aguascalientes se usan mucho y mis clientas son exigentes, no quieren parecer gringas, sino europeas, porque tienen un gusto más refinado. Verónica Pedrero, una que es asesora de la alcaldesa, le copió una pamela a Camila, la esposa del príncipe Carlos, el que quedó viudo de la lady Diana. Yo se la mandé hacer en Casa Álvaro, el que hace accesorios para novias. Tomé un Hola!, me paré en la fila para pagar y vi este libro, el de Dios aprieta pero no ahorca. Capitaliza tus situaciones de agobio. Lo compré porque es mi caso. Cada semana tengo que contratar costureras o bordadoras y vivo con el Jesús en la boca de no poder entregar los vestidos que me encargan. Ya he tenido que ponerme la noche entera a terminar un atavío de gran soiré y entregarlo el día siguiente, porque una de las trabajadoras no fue al taller. Le eché una ojeada al libro y vi que trataba de varios temas que me interesaron, como este, el de “El estrés es un capital valioso”, y este: “Usa tu estrés como una ofrenda, deposítalo ante Dios”.
Yo creo que ya nada más por el puro hecho de haber tenido ese ejemplar en mi buró, Dios Santísimo, por mediación de nuestra Señora de la Asunción, me inspiró la vez que una clienta se cayó con un vaso de mangos y granadas con chile y limón, bien copeteado, encima de un vestido de novia ya cortado e hilvanado para una muchacha de Irapuato. Lo mandé a la tintorería, me cobraron mucho más por el servicio de lavarlo y entregarlo el mismo día, pero qué esperanzas que la mancha desapareciera. Por la noche tuve que agarrar dos autobuses para llegar a Puebla. La clienta de Irapuato me había dicho antes, cuando vino a tomarse medidas, que allá había comprado la tela, en Sedería La Morera. Me fui con el rosario en la mano, uno que está hecho con pétalos de rosa, las cuentas son de color fiusha y sí, huele a rosas, me lo trajeron de Roma, con bendiciones del Papa; le pedí a Dios y a todos los santos que en la tienda no se hubiera agotado el género. Me oyeron en el cielo. Compré los metros necesarios. Al día siguiente, recé todo el camino, desde Puebla hasta Aguascalientes, le pedí muchísimo a la Virgen que me permitiera volver a cortar e hilvanar el pinche vestido para tenerlo a tiempo. Le prometí que, con el otro, el manchado, le haría a ella un vestidazo que nadie nunca en Aguascalientes hubiera visto ni imaginado. El corte fue complicadísimo porque era drapeado, estraples, claro que eso no se notaba bajo el manto, también de la misma tela. El modelo, que era muy entallado, lo saqué de Vogue. Yo creo que se corrió la voz del señorón vestido que le hice a la Virgen de la Asunción, porque han venido de varios pueblos y rancherías a pedirme que les cosa atavíos iguales o parecidos para sus santas patronas.
Cómo extirparse un amor imperfecto
No creo que el amor que siento por mi niño Álvaro sea imperfecto, sino al contrario. Pero necesito sacármelo del corazón. A ver qué me aconseja este libro: Cómo extirparse un amor imperfecto. Yo ni leo, pero tengo que hacer un esfuerzo, esto no puede seguir.
Como mi niño Álvaro y yo hicimos todos los accesorios para el ajuar de boda de Miranda Palacios, ella nos invitó a su boda. Nana, hay que incrustar estas perlitas en las flores del ramo, tienen que parecer pistilos, ¿te ocupas?, me pidió mi niño. Nana, que el zapatero forre las zapatillas con la tela del velo de la novia, ¿te ocupas? Mi niño confía en mí para todo. En el banquete, que fue elegantísimo, a mediodía, en el jardín de una hacienda, le dije a Álvaro que yo quería bailar, que me llevara a la pista de baile. ¿Cómo crees, nana? Él no bailó con nadie. Una periodista, sentada en nuestra mesa, nos felicitó por el trabajo de los accesorios, sabía de nosotros, de nuestro prestigio. La vi muy ronroneante con mi niño, le sobaba y sobaba el brazo. La mujer, creo que se llama Maricela, no escatimaba halagos, que si los accesorios res-plan-de-cien-tes del vestido de novia de fulanita, que si los de sutanita. Que si los de su abuela, dije yo, y me puse de pie para sentarme en medio de ella y de mi niño. Tuve que ponerle un alto a la tipa del periódico y, para que no le cupiera la menor duda de que con Álvaro ni soñara, fui muy clarita al contarle quién era yo, le recalqué que soy las manos de Álvaro, sus ojos, que no es casualidad que seamos los mejores accesoristas de Aguascalientes, conozco el negocio de arriba abajo y de derecha a izquierda, pero que sé más todavía de Álvaro. Le dije que cuando él tenía nueve meses y yo dieciséis años, la mamá de mi niño me contrató para cuidarlo. Lo que me callé fue que él, cuando ya pasaba de los nueve añitos, todavía me pedía pecho antes de meterlo a la cama. No es que me saliera leche, nunca me salió, de dónde, pero Álvaro se entretenía, así se arrullaba y caía dormido. Esto no se lo dije a la tal Maricela, ese es mi secreto y el de mi niño. Me di vuelo platicándole la historia del último cumpleaños de Álvaro, el gusto que me di al mandar hacer unas velas para el pastel, las hicieron las madres capuchinas, les incrustaron unas lágrimas de zafiros, porque son las piedras de los cuarenta y cinco años, que eran los años que cumplía mi niño. Entre otras cosas, le machaqué que soy yo quien contrata al pintor que retoca cada seis meses las magnolias que mi niño mandó pintar en el techo de su recámara y las azucenas de la mía, para que así ella entendiera que vivimos juntos. Pensó que no capté sus intenciones al preguntarme si Álvaro tiene o ha tenido novia. No, fíjese —le contesté con la misma puya que ella usó— él nada más tiene ojos para su trabajo, es su más grande amor. No mentí. Nunca ha mencionado ni por asomo el nombre de una mujer que no sea por cosa de trabajo, o de amistad sana; de haberlo hecho, creo que yo hubiera caído muerta del dolor. Además, Álvaro casi no sale sin que yo lo acompañe. Bueno, en ocasiones visita a algunos amigos, todos van solos, puros solteros.
En la boda de Miranda, antes de que sirvieran la comida, las bandejas de aperitivos dieron vueltas por todas las mesas. Como no soy de cocteles, me empiné varios jarritos de mezcal, que está muy de moda. La periodista brindó con un martini y se disculpó, iba a la tualet —así dijo— la seguí. No di ni un traspié, pero al verme en el espejo del baño me di cuenta de que el chongo postizo se me había deslizado hacia la derecha. Lo recompuse. La Maricela salió de un baño y, mientras ella se lavaba las manos, me sostuve de un lavabo y no supe por qué le dije ¿Usted cree en el amor? Me contestó que sí y como la vi muy segura de su sí, le pedí con la cara ya pinturrujeada del rímel que me corría con el llanto: Entonces, dígame, qué puedo hacer para que mi niño se fije en mí y me deje besarle hasta los pies.
Este libro tiene que ayudarme. No quiero pasar otra vergüenza.
Yo creo que ya nada más por el puro hecho de haber tenido ese ejemplar en mi buró, Dios Santísimo, por mediación de nuestra Señora de la Asunción, me inspiró la vez que una clienta se cayó con un vaso de mangos y granadas con chile y limón, bien copeteado, encima de un vestido de novia ya cortado e hilvanado para una muchacha de Irapuato. Lo mandé a la tintorería, me cobraron mucho más por el servicio de lavarlo y entregarlo el mismo día, pero qué esperanzas que la mancha desapareciera. Por la noche tuve que agarrar dos autobuses para llegar a Puebla. La clienta de Irapuato me había dicho antes, cuando vino a tomarse medidas, que allá había comprado la tela, en Sedería La Morera. Me fui con el rosario en la mano, uno que está hecho con pétalos de rosa, las cuentas son de color fiusha y sí, huele a rosas, me lo trajeron de Roma, con bendiciones del Papa; le pedí a Dios y a todos los santos que en la tienda no se hubiera agotado el género. Me oyeron en el cielo. Compré los metros necesarios. Al día siguiente, recé todo el camino, desde Puebla hasta Aguascalientes, le pedí muchísimo a la Virgen que me permitiera volver a cortar e hilvanar el pinche vestido para tenerlo a tiempo. Le prometí que, con el otro, el manchado, le haría a ella un vestidazo que nadie nunca en Aguascalientes hubiera visto ni imaginado. El corte fue complicadísimo porque era drapeado, estraples, claro que eso no se notaba bajo el manto, también de la misma tela. El modelo, que era muy entallado, lo saqué de Vogue. Yo creo que se corrió la voz del señorón vestido que le hice a la Virgen de la Asunción, porque han venido de varios pueblos y rancherías a pedirme que les cosa atavíos iguales o parecidos para sus santas patronas.
Cómo extirparse un amor imperfecto
No creo que el amor que siento por mi niño Álvaro sea imperfecto, sino al contrario. Pero necesito sacármelo del corazón. A ver qué me aconseja este libro: Cómo extirparse un amor imperfecto. Yo ni leo, pero tengo que hacer un esfuerzo, esto no puede seguir.
Como mi niño Álvaro y yo hicimos todos los accesorios para el ajuar de boda de Miranda Palacios, ella nos invitó a su boda. Nana, hay que incrustar estas perlitas en las flores del ramo, tienen que parecer pistilos, ¿te ocupas?, me pidió mi niño. Nana, que el zapatero forre las zapatillas con la tela del velo de la novia, ¿te ocupas? Mi niño confía en mí para todo. En el banquete, que fue elegantísimo, a mediodía, en el jardín de una hacienda, le dije a Álvaro que yo quería bailar, que me llevara a la pista de baile. ¿Cómo crees, nana? Él no bailó con nadie. Una periodista, sentada en nuestra mesa, nos felicitó por el trabajo de los accesorios, sabía de nosotros, de nuestro prestigio. La vi muy ronroneante con mi niño, le sobaba y sobaba el brazo. La mujer, creo que se llama Maricela, no escatimaba halagos, que si los accesorios res-plan-de-cien-tes del vestido de novia de fulanita, que si los de sutanita. Que si los de su abuela, dije yo, y me puse de pie para sentarme en medio de ella y de mi niño. Tuve que ponerle un alto a la tipa del periódico y, para que no le cupiera la menor duda de que con Álvaro ni soñara, fui muy clarita al contarle quién era yo, le recalqué que soy las manos de Álvaro, sus ojos, que no es casualidad que seamos los mejores accesoristas de Aguascalientes, conozco el negocio de arriba abajo y de derecha a izquierda, pero que sé más todavía de Álvaro. Le dije que cuando él tenía nueve meses y yo dieciséis años, la mamá de mi niño me contrató para cuidarlo. Lo que me callé fue que él, cuando ya pasaba de los nueve añitos, todavía me pedía pecho antes de meterlo a la cama. No es que me saliera leche, nunca me salió, de dónde, pero Álvaro se entretenía, así se arrullaba y caía dormido. Esto no se lo dije a la tal Maricela, ese es mi secreto y el de mi niño. Me di vuelo platicándole la historia del último cumpleaños de Álvaro, el gusto que me di al mandar hacer unas velas para el pastel, las hicieron las madres capuchinas, les incrustaron unas lágrimas de zafiros, porque son las piedras de los cuarenta y cinco años, que eran los años que cumplía mi niño. Entre otras cosas, le machaqué que soy yo quien contrata al pintor que retoca cada seis meses las magnolias que mi niño mandó pintar en el techo de su recámara y las azucenas de la mía, para que así ella entendiera que vivimos juntos. Pensó que no capté sus intenciones al preguntarme si Álvaro tiene o ha tenido novia. No, fíjese —le contesté con la misma puya que ella usó— él nada más tiene ojos para su trabajo, es su más grande amor. No mentí. Nunca ha mencionado ni por asomo el nombre de una mujer que no sea por cosa de trabajo, o de amistad sana; de haberlo hecho, creo que yo hubiera caído muerta del dolor. Además, Álvaro casi no sale sin que yo lo acompañe. Bueno, en ocasiones visita a algunos amigos, todos van solos, puros solteros.
En la boda de Miranda, antes de que sirvieran la comida, las bandejas de aperitivos dieron vueltas por todas las mesas. Como no soy de cocteles, me empiné varios jarritos de mezcal, que está muy de moda. La periodista brindó con un martini y se disculpó, iba a la tualet —así dijo— la seguí. No di ni un traspié, pero al verme en el espejo del baño me di cuenta de que el chongo postizo se me había deslizado hacia la derecha. Lo recompuse. La Maricela salió de un baño y, mientras ella se lavaba las manos, me sostuve de un lavabo y no supe por qué le dije ¿Usted cree en el amor? Me contestó que sí y como la vi muy segura de su sí, le pedí con la cara ya pinturrujeada del rímel que me corría con el llanto: Entonces, dígame, qué puedo hacer para que mi niño se fije en mí y me deje besarle hasta los pies.
Este libro tiene que ayudarme. No quiero pasar otra vergüenza.
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