Oroño y Arijón
Lisandro Romero Carrier*
La última vez fue en el cruce de Oroño y Arijón. Estación obligada para los que desde la zona sur quisieran ir para Buenos Aires. Última vez de respirar aire enviciado de marginalidad expuesta. Adiós al barrio y sus heridas. A la monstruosidad de una ciudad insensible. Ella había pasado años trabajando para poder concretar el despegue y en ese momento todo le daba un poco de miedo. Lo nuevo da miedo. Lo viejo, lo cómodo y conocido no representaba ningún miedo, pero sí la promesa de quedarse estancada en una esquina como esa sin nunca llegar a saber cómo moja el agua del Mediterráneo o como el Sena desprende su olores por las noches. El miedo no podía ganarle a eso o al menos ella no lo permitiría.
Él la acompañaba con la promesa interna de seguir sus pasos, de cruzar los charcos, de conocer la tierras de sus abuelos y de ser alguien en el mundo.. Vestía una remera de mangas cortas y un jean con las rodillas rotas. Esa noche él quiso saber si era amor o nostalgia prematura pero no obtuvo respuesta y pensó que la duda era el mejor de los terrenos habitables. Sabía en su interior, desde el primer momento en que hablaron con sinceridad, que Nadia estaba destinada para grandes cosas. Era una energía que desprendía. Por momentos la miraba y se encontraba con la Nadia del futuro, la que ella ansiaba ser. Se sentía increíble a su lado.
El año anterior había sido de distanciamiento. Él tenía urgencia por terminar la carrera y estaba muy confundido en relación a ella. Por eso se había encerrado en la facultad hasta la graduación que le permitiría obtener mejores trabajos. Ella fue un par de veces a verlo al aula número 7. Se quedaban hablando en el patio pero con una distancia importante, para evitar choques. Él chocaba mucho con la gente, sobre todo cuando estaba estresado y de mal humor y aquél era el caso. Llegando al final de su carrera se había dado cuenta de que eso no era lo que quería hacer el resto de su vida. No se sentía oportuno ni propio en ese lugar. A lo mejor es pereza o falta de confianza, se decía. Pero era obvio que algo no estaba funcionando allí.
Esperaron casi una hora. No había nadie más en la parada. Mucha gente de la zona prefería el tren. Estuvieron como veinte minutos abrazados. Él no sabía qué decir y se notaba que ella quería escuchar algo. Por un segundo se separó de ella y la vio rota. Rota como nunca. Aquella era la Nadia del pasado, la que él no había conocido. Entonces encontró las palabras.
-No vuelvas- dijo- no vuelvas hasta que seas la Nadia que siempre quisiste ser.
Hubo llanto, hubo que llorar aunque en medio se mezclase la alegría. Él no quiso, no por salvaguardar su masculinidad, sino para ayudarla a volar. Porque él necesitaba de su ejemplo para abrir las alas. Y además, claro, la quería.
Sacó una servilleta de papel que tenía en el bolsillo trasero del jean y le limpio las lagrimas negras. Ella no paraba de mirarlo. Él le sonrió con los ojos mojados y dos lágrimas brotaron manchando sus pómulos secos.
Él la acompañaba con la promesa interna de seguir sus pasos, de cruzar los charcos, de conocer la tierras de sus abuelos y de ser alguien en el mundo.. Vestía una remera de mangas cortas y un jean con las rodillas rotas. Esa noche él quiso saber si era amor o nostalgia prematura pero no obtuvo respuesta y pensó que la duda era el mejor de los terrenos habitables. Sabía en su interior, desde el primer momento en que hablaron con sinceridad, que Nadia estaba destinada para grandes cosas. Era una energía que desprendía. Por momentos la miraba y se encontraba con la Nadia del futuro, la que ella ansiaba ser. Se sentía increíble a su lado.
El año anterior había sido de distanciamiento. Él tenía urgencia por terminar la carrera y estaba muy confundido en relación a ella. Por eso se había encerrado en la facultad hasta la graduación que le permitiría obtener mejores trabajos. Ella fue un par de veces a verlo al aula número 7. Se quedaban hablando en el patio pero con una distancia importante, para evitar choques. Él chocaba mucho con la gente, sobre todo cuando estaba estresado y de mal humor y aquél era el caso. Llegando al final de su carrera se había dado cuenta de que eso no era lo que quería hacer el resto de su vida. No se sentía oportuno ni propio en ese lugar. A lo mejor es pereza o falta de confianza, se decía. Pero era obvio que algo no estaba funcionando allí.
Esperaron casi una hora. No había nadie más en la parada. Mucha gente de la zona prefería el tren. Estuvieron como veinte minutos abrazados. Él no sabía qué decir y se notaba que ella quería escuchar algo. Por un segundo se separó de ella y la vio rota. Rota como nunca. Aquella era la Nadia del pasado, la que él no había conocido. Entonces encontró las palabras.
-No vuelvas- dijo- no vuelvas hasta que seas la Nadia que siempre quisiste ser.
Hubo llanto, hubo que llorar aunque en medio se mezclase la alegría. Él no quiso, no por salvaguardar su masculinidad, sino para ayudarla a volar. Porque él necesitaba de su ejemplo para abrir las alas. Y además, claro, la quería.
Sacó una servilleta de papel que tenía en el bolsillo trasero del jean y le limpio las lagrimas negras. Ella no paraba de mirarlo. Él le sonrió con los ojos mojados y dos lágrimas brotaron manchando sus pómulos secos.
*Nació en Pilar, provincia de Buenos Aires. Estudió cine, actuación y producción documental. Ha publicado cuentos y poesías en publicaciones de México, Colombia, Venezuela y Perú. Ha ganado dos premios literarios en Argentina. Autor de las obras de teatro "Grand Ruch Hotel" "Villa Adelina" y "Flores de Vilna". Como videasta ha participado en festivales de cine en Argentina y Alemania. Ha actuado en cortos y mediometrajes. En la actualidad dirige y produce teatro independiente. También es fotógrafo amateur.