Soltar las riendas a los puños
Enrique González Rojo Arthur
Nunca, o casi,
nos hincamos de rodillas
ante Matilde o Rebeca
y le declaramos nuestro odio.
O, a la voz de “te odio tanto”,
acariciamos el cabello
de nuestra mujer.
Odiamos a tal o cual persona,
costumbre,
institución,
pero aquí,
dentro de nosotros,
en nuestro fuero interno,
en algún escondrijo de nuestra intimidad.
Un odio sincero y dicho en voz alta
es una amenaza pública.
El odio se ejerce,
y de qué manera,
pero sin decirlo, con un silencio
que camina de puntitas.
Hay odios que tienen un pacto de sangre con
[el
insomnio.
Son como la almohada
que, en su afán de acunar al sueño,
no pega los ojos en toda la noche,
o como el mar que tan sólo en su palabra
se está quieto.
La mala reputación del odio
conduce a ignorar las virtudes
de alguna de sus manifestaciones
que valen oro.
Sano es el odio a quienes, amordazando todo
[escrúpulo,
se tutean con los tiranos,
cuidan el embarnecimiento de sus bolsillos
como la niña de sus ojos
y son, en fin, lameculos del cielo.
Es un odio sano,
un odio repugnancia,
un encono que, si lograra saltar la barrera
y dar con los pases mágicos
que transmudan lo teórico en lo práctico,
sería un odio en olor a santidad,
triunfo de la moral sobre los muladares
de la usanza.
No es éste el odio negativo,
el buscapleitos,
el que maldice las diferencias,
el que siempre que piensa en el hermano,
sale a la busca
de quijadas de burro.
En alguno de sus litorales
el odio y el amor entonan la misma canción
y lanzan madres en la misma trinchera.
También es cierto que en ocasiones
la montura apropiada del amor
s un odio en pie de guerra
o un furor de puñal desenvainado.
El puño que florece, que madura
pero no se anda por las ramas
desgañitando estériles enojos,
sino que identifica al enemigo,
conspira a cinco dedos,
y pone en jaque al delincuente,
al malhechor
o a la epidemia
de verdugos o cómitres
(que ejecutan su vesania ....
con rúbricas de látigo),
forma parte del arsenal guerrero del amor.
El amor verdadero,
no el que tiene en el beso de Judas
su mentor y su guía,
es el que,
ante la violencia cotidiana,
ante el diabólico rumor del criadero de
escorpiones,
ante los vanos gimoteos del incienso,
está lejos de ser
un adicto a la indiferencia
o un especialista en dar la espalda.
Amor y odio químicamente puros
-en la versión vulgar de la sociedad
en que vivimos-
no son sino prejuicios,
sanguijuelas cebadas por la sangre
de la costumbre,
mentiras anidadas en los púlpitos
o convertidas en el aliento natural
de los micrófonos,
criaturas con el cerebro apolillado,
carcomido por proclamas perniciosas,
que revuelan a nuestro alrededor
con ínfulas de verdad
y cosa indiscutible.
Los auténticos amor y odio
van tomados de la mano.
Han oído tañer las campanas
y el tableteo de las denuncias,
han sentido el enloquecido redoble de timbal
de la presencia del asco.
Tomados de la mano,
cierran filas
y hablan, en las catacumbas
de la conjuración,
con los puños, las iracundias y los sueños
de la difícil pero bendita estrategia
de dar al traste con la maligna humedad
de este valle de lágrimas,
con un nuevo diluvio
definitivo,
implacable
y exitoso.
nos hincamos de rodillas
ante Matilde o Rebeca
y le declaramos nuestro odio.
O, a la voz de “te odio tanto”,
acariciamos el cabello
de nuestra mujer.
Odiamos a tal o cual persona,
costumbre,
institución,
pero aquí,
dentro de nosotros,
en nuestro fuero interno,
en algún escondrijo de nuestra intimidad.
Un odio sincero y dicho en voz alta
es una amenaza pública.
El odio se ejerce,
y de qué manera,
pero sin decirlo, con un silencio
que camina de puntitas.
Hay odios que tienen un pacto de sangre con
[el
insomnio.
Son como la almohada
que, en su afán de acunar al sueño,
no pega los ojos en toda la noche,
o como el mar que tan sólo en su palabra
se está quieto.
La mala reputación del odio
conduce a ignorar las virtudes
de alguna de sus manifestaciones
que valen oro.
Sano es el odio a quienes, amordazando todo
[escrúpulo,
se tutean con los tiranos,
cuidan el embarnecimiento de sus bolsillos
como la niña de sus ojos
y son, en fin, lameculos del cielo.
Es un odio sano,
un odio repugnancia,
un encono que, si lograra saltar la barrera
y dar con los pases mágicos
que transmudan lo teórico en lo práctico,
sería un odio en olor a santidad,
triunfo de la moral sobre los muladares
de la usanza.
No es éste el odio negativo,
el buscapleitos,
el que maldice las diferencias,
el que siempre que piensa en el hermano,
sale a la busca
de quijadas de burro.
En alguno de sus litorales
el odio y el amor entonan la misma canción
y lanzan madres en la misma trinchera.
También es cierto que en ocasiones
la montura apropiada del amor
s un odio en pie de guerra
o un furor de puñal desenvainado.
El puño que florece, que madura
pero no se anda por las ramas
desgañitando estériles enojos,
sino que identifica al enemigo,
conspira a cinco dedos,
y pone en jaque al delincuente,
al malhechor
o a la epidemia
de verdugos o cómitres
(que ejecutan su vesania ....
con rúbricas de látigo),
forma parte del arsenal guerrero del amor.
El amor verdadero,
no el que tiene en el beso de Judas
su mentor y su guía,
es el que,
ante la violencia cotidiana,
ante el diabólico rumor del criadero de
escorpiones,
ante los vanos gimoteos del incienso,
está lejos de ser
un adicto a la indiferencia
o un especialista en dar la espalda.
Amor y odio químicamente puros
-en la versión vulgar de la sociedad
en que vivimos-
no son sino prejuicios,
sanguijuelas cebadas por la sangre
de la costumbre,
mentiras anidadas en los púlpitos
o convertidas en el aliento natural
de los micrófonos,
criaturas con el cerebro apolillado,
carcomido por proclamas perniciosas,
que revuelan a nuestro alrededor
con ínfulas de verdad
y cosa indiscutible.
Los auténticos amor y odio
van tomados de la mano.
Han oído tañer las campanas
y el tableteo de las denuncias,
han sentido el enloquecido redoble de timbal
de la presencia del asco.
Tomados de la mano,
cierran filas
y hablan, en las catacumbas
de la conjuración,
con los puños, las iracundias y los sueños
de la difícil pero bendita estrategia
de dar al traste con la maligna humedad
de este valle de lágrimas,
con un nuevo diluvio
definitivo,
implacable
y exitoso.
Joyas y Gerifaltes, Enero 2013