Tal como lo recuerdo
Guadalupe T. I. Ramírez
¿Que si les temo? No. ¿Qué daño podrían hacerme, si cuando me los traen ya están tiesos! ¿Que si nada me da miedo? ¿que si jamás me he asustado! Pues verán que sí, y mucho, pero de eso ya han pasado más de veinte años.
En ese entonces llegó a vivir a nuestra casa un tío lejano, por parte de la familia de mi mamá; y como ella siempre decía que la familia es familia y debemos apoyarnos, no dudó en recibirlo cuando enfermó, por razones que nunca nos explicó muy bien, o al menos no a mí, pues en ese entonces, a los niños no se les contaban muchas cosas.
A mi padre nunca le agradó la idea de que mi tío viviera con nosotros y menos la de sacar a uno de sus hijos de su cuarto para dárselo a alguien que prácticamente no conocía, en especial porque amuebló nuestras habitaciones con muebles que él mismo hizo; tanto así, que la cuna de Jorge se convirtió en una pequeña cómoda al poco tiempo de que dejara de caber en ella.
Por tanto, los primeros días después de la llegada de mi tío, él tuvo que dormir en el sillón grande de la sala, hasta que después de discutir airadamente en la cocina, como pocas veces recuerdo que mis padres lo hicieran, mi mamá convenciera a mi papá de dejarle a nuestro tío abuelo el cuarto más pequeño de la casa, o sea, el mío.
A pesar de ser yo al que sacaron de su cuarto, mi hermano era el más enojado de los dos, pues al haber sido hijo único por casi cinco años, odiaba compartir sus cosas, y peor aún, su cuarto, conmigo.
Yo no sé si debido a esto o al constante aburrimiento que decía sentir, y aprovechándose de que yo estaba aprendiendo a leer, a Jorge le dio por contarme historias de miedo y por leerme libros de monstruos y vampiros, a los que hasta tiempo después, me enteré, les agregaba de su cosecha, haciendo que me dieran mucho más miedo.
Cabe aclarar que yo confiaba en él y le creía todo, así que cuando me dijo que mi papá no quería a mi tío porque hizo algo muy muy malo y que por eso no podía volver a su pueblo, procuré alejarme lo más posible de mi antiguo cuarto, que era donde mi tío pasaba la mayor parte del día.
De hecho, en el tiempo que "tío" vivió con nosotros, casi no me le acerqué y recibí varios regaños de mi mamá, por no querer llevarle las cosas que me pedía cuando lo estaba atendiendo, pues admito, que me causaba temor ver su cara pálida, seria y alargada, además de sus manos huesudas, sobresaliendo de entre las sábanas.
Supongo que si alguna vez "tío" hubiera accedido a salir a la calle con nosotros o al menos al jardín a tomar el sol, –como tanto se lo recomendaba mi padre–, quien lo hubiera visto, habría notado que no era de por ahí; pero como dije, solamente lo supongo, pues a excepción de los días que durmió en el sillón y de las veces que cenó con nosotros en la cocina, nunca lo vi deambulando por la casa y mucho menos en la calle.
Para todo esto, Jorge tenía una teoría, una que me mantuvo sin dormir bien durante meses, con tal de vigilar nuestra puerta por las noches, para que mi tío, el vampiro, no fuera a chuparnos la sangre.
Al principio no creí mucho en la teoría de Jorge, pero él se encargó de explicarme todo acerca de los vampiros y las similitudes que mi tío tenía con ellos, y el por qué y cómo deberíamos cuidarnos de él, y hasta me ayudó a hacer una estaca con la rama más gruesa de un árbol que había en el jardín.
Mi tío, por su parte, después de gritar muchas palabras que jamás había escuchado y que mis padres nos prohibieron repetir, tuvo un fuerte ataque de tos, pues su avanzada enfermedad le impedía hacer cualquier esfuerzo y el empujarme cuando intenté solucionar el problema de mi casa, haciendo uso de la estaca, lo había alterado mucho. ¿Cómo que no es un vampiro, si se parece a los de los dibujos de nuestros libros! ¿Cómo no va a ser un vampiro, si Jorge dice que seguramente me ha estado chupando la sangre, y por eso amanezco muy cansado! ¿Cómo no va a serlo, si desde que él llegó, Jorge pone una cabeza de ajos debajo de nuestras almohadas!
Ni esas, ni ninguna otra explicación convencieron a mi madre de lo que mi tío realmente era, ni porque le dije que más de una vez logré ver algunas gotas de sangre escurriendo por sus labios, antes de que se las limpiara con los pañuelos que siempre traía en sus bolsillos, los mismos que mi mamá le lavaba y dejaba casi tan blancos como cuando eran nuevos.
Al día siguiente, ya que todos estaban más calmados, mi madre me hizo disculparme con mi tío, quien solamente me respondió con un leve movimiento de cabeza y una especie de gruñido.
Más tarde, cuando mi mamá se fue al mercado, mi papá platicó conmigo y me dejó muy en claro que no debía asustarme, pues no existen los monstruos o los fantasmas, pero que no estaba tan seguro de lo de los vampiros, pues no a cualquiera le gustaba la moronga, o al menos no, tanto como a mi tío.
En ese entonces llegó a vivir a nuestra casa un tío lejano, por parte de la familia de mi mamá; y como ella siempre decía que la familia es familia y debemos apoyarnos, no dudó en recibirlo cuando enfermó, por razones que nunca nos explicó muy bien, o al menos no a mí, pues en ese entonces, a los niños no se les contaban muchas cosas.
A mi padre nunca le agradó la idea de que mi tío viviera con nosotros y menos la de sacar a uno de sus hijos de su cuarto para dárselo a alguien que prácticamente no conocía, en especial porque amuebló nuestras habitaciones con muebles que él mismo hizo; tanto así, que la cuna de Jorge se convirtió en una pequeña cómoda al poco tiempo de que dejara de caber en ella.
Por tanto, los primeros días después de la llegada de mi tío, él tuvo que dormir en el sillón grande de la sala, hasta que después de discutir airadamente en la cocina, como pocas veces recuerdo que mis padres lo hicieran, mi mamá convenciera a mi papá de dejarle a nuestro tío abuelo el cuarto más pequeño de la casa, o sea, el mío.
A pesar de ser yo al que sacaron de su cuarto, mi hermano era el más enojado de los dos, pues al haber sido hijo único por casi cinco años, odiaba compartir sus cosas, y peor aún, su cuarto, conmigo.
Yo no sé si debido a esto o al constante aburrimiento que decía sentir, y aprovechándose de que yo estaba aprendiendo a leer, a Jorge le dio por contarme historias de miedo y por leerme libros de monstruos y vampiros, a los que hasta tiempo después, me enteré, les agregaba de su cosecha, haciendo que me dieran mucho más miedo.
Cabe aclarar que yo confiaba en él y le creía todo, así que cuando me dijo que mi papá no quería a mi tío porque hizo algo muy muy malo y que por eso no podía volver a su pueblo, procuré alejarme lo más posible de mi antiguo cuarto, que era donde mi tío pasaba la mayor parte del día.
De hecho, en el tiempo que "tío" vivió con nosotros, casi no me le acerqué y recibí varios regaños de mi mamá, por no querer llevarle las cosas que me pedía cuando lo estaba atendiendo, pues admito, que me causaba temor ver su cara pálida, seria y alargada, además de sus manos huesudas, sobresaliendo de entre las sábanas.
Supongo que si alguna vez "tío" hubiera accedido a salir a la calle con nosotros o al menos al jardín a tomar el sol, –como tanto se lo recomendaba mi padre–, quien lo hubiera visto, habría notado que no era de por ahí; pero como dije, solamente lo supongo, pues a excepción de los días que durmió en el sillón y de las veces que cenó con nosotros en la cocina, nunca lo vi deambulando por la casa y mucho menos en la calle.
Para todo esto, Jorge tenía una teoría, una que me mantuvo sin dormir bien durante meses, con tal de vigilar nuestra puerta por las noches, para que mi tío, el vampiro, no fuera a chuparnos la sangre.
Al principio no creí mucho en la teoría de Jorge, pero él se encargó de explicarme todo acerca de los vampiros y las similitudes que mi tío tenía con ellos, y el por qué y cómo deberíamos cuidarnos de él, y hasta me ayudó a hacer una estaca con la rama más gruesa de un árbol que había en el jardín.
Mi tío, por su parte, después de gritar muchas palabras que jamás había escuchado y que mis padres nos prohibieron repetir, tuvo un fuerte ataque de tos, pues su avanzada enfermedad le impedía hacer cualquier esfuerzo y el empujarme cuando intenté solucionar el problema de mi casa, haciendo uso de la estaca, lo había alterado mucho. ¿Cómo que no es un vampiro, si se parece a los de los dibujos de nuestros libros! ¿Cómo no va a ser un vampiro, si Jorge dice que seguramente me ha estado chupando la sangre, y por eso amanezco muy cansado! ¿Cómo no va a serlo, si desde que él llegó, Jorge pone una cabeza de ajos debajo de nuestras almohadas!
Ni esas, ni ninguna otra explicación convencieron a mi madre de lo que mi tío realmente era, ni porque le dije que más de una vez logré ver algunas gotas de sangre escurriendo por sus labios, antes de que se las limpiara con los pañuelos que siempre traía en sus bolsillos, los mismos que mi mamá le lavaba y dejaba casi tan blancos como cuando eran nuevos.
Al día siguiente, ya que todos estaban más calmados, mi madre me hizo disculparme con mi tío, quien solamente me respondió con un leve movimiento de cabeza y una especie de gruñido.
Más tarde, cuando mi mamá se fue al mercado, mi papá platicó conmigo y me dejó muy en claro que no debía asustarme, pues no existen los monstruos o los fantasmas, pero que no estaba tan seguro de lo de los vampiros, pues no a cualquiera le gustaba la moronga, o al menos no, tanto como a mi tío.
*Contadora, lectora, colaboradora entusiasta...