Tratado IV (apócrifo) del Lazarillo de Tormes
René Ostos
“Hube de buscar el cuarto, y éste fue un fraile de la Merced, que las mujercillas que digo me encaminaron; al cual ellas llamaban pariente, gran enemigo del coro y de comer en el convento, perdido por andar fuera, amicísimo de negocios seglares y visitas, tanto que pienso que rompía él más zapatos que todo el convento. Éste me dio los primeros zapatos que rompí en mi vida, más no me duraron ocho días, ni yo pude con su trote durar más. Y por esto y” la aventura que voy a relatar, salí de él.
Huelgo de contar a vuestra merced, que dicho fraile apreció en mí buen mozo y llevome con él a sus andadas. Era muy dado en chirlería y por doquiera que llegábamos, hacíase amigo de las señoras, las hacía reír a carcajadas y hacíales no sé qué señas y guiños que pronto le invitaban a pasar a sus casas y presto me decía — Quédate aquí y avísame si ves algún hidalgo acercarse.
Dende a terminar su asunto, salía con la faltriquera llena de bodigos, queso, vino y letuario de frutas, e íbamos por el camino hasta encontrar un claro dónde comer. Me sentía como gallofero, mas la comida no era gallofa y en esta vía mi remanso.
Así anduvimos los días y una tarde mientras esperaba a que el fraile saliera de una de sus visitas, cuando no me caté, vi acercarse un hidalgo y entré en la casa a avisar a mi amo. Lo encontré en la chimenea, con la señora asida del talle y ésta con la valona de yuso, y el fraile, en igual predicamento, con el paletoque al piso y a un lado los gregüescos, sudando en abundancia. Pidiome que saliere a dilatar al hidalgo y eso hice, pero el señor de la casa diome calabazadas y puntapiés, me llamó pitapanderos y presto sacó de su tahalí una espada — ¡Voto a Dios que esta hoja de Cuéllar os atravesará el corazón! — Como aquella espada se blandía en pos de las carnes del mercedario y las mías, subime en el tejado mientras el fraile luchaba por subirse los gregüescos, me apuré por la gatera, y dejando mi vestido en arrapiezo, bajé dando tumbos hasta el suelo y corrí hasta caer la noche. Así fue como me separé de ese oficio tan peligroso que me hartaba la panza a costa de perder la cabeza.
Huelgo de contar a vuestra merced, que dicho fraile apreció en mí buen mozo y llevome con él a sus andadas. Era muy dado en chirlería y por doquiera que llegábamos, hacíase amigo de las señoras, las hacía reír a carcajadas y hacíales no sé qué señas y guiños que pronto le invitaban a pasar a sus casas y presto me decía — Quédate aquí y avísame si ves algún hidalgo acercarse.
Dende a terminar su asunto, salía con la faltriquera llena de bodigos, queso, vino y letuario de frutas, e íbamos por el camino hasta encontrar un claro dónde comer. Me sentía como gallofero, mas la comida no era gallofa y en esta vía mi remanso.
Así anduvimos los días y una tarde mientras esperaba a que el fraile saliera de una de sus visitas, cuando no me caté, vi acercarse un hidalgo y entré en la casa a avisar a mi amo. Lo encontré en la chimenea, con la señora asida del talle y ésta con la valona de yuso, y el fraile, en igual predicamento, con el paletoque al piso y a un lado los gregüescos, sudando en abundancia. Pidiome que saliere a dilatar al hidalgo y eso hice, pero el señor de la casa diome calabazadas y puntapiés, me llamó pitapanderos y presto sacó de su tahalí una espada — ¡Voto a Dios que esta hoja de Cuéllar os atravesará el corazón! — Como aquella espada se blandía en pos de las carnes del mercedario y las mías, subime en el tejado mientras el fraile luchaba por subirse los gregüescos, me apuré por la gatera, y dejando mi vestido en arrapiezo, bajé dando tumbos hasta el suelo y corrí hasta caer la noche. Así fue como me separé de ese oficio tan peligroso que me hartaba la panza a costa de perder la cabeza.