Un cuarto frío
Fausto Leyva
Hace más de una década que murió mi abuelo: dejó de respirar en un hospital particular de la colonia Roma, Ciudad de México, un domingo en la madrugada. Debido a estas circunstancias la entrega del cuerpo tardo más de lo esperado, pues conseguir el dinero para liquidar el adeudo en la clínica, con los bancos cerrados y la burocracia tramitológica en la que estamos sumergidos, morirse en domingo resulta una muy mala idea. A medio día de ese domingo por fin fue posible recaudar los requisitos para liberar el cadáver de mi abuelo –es extraño hablar de la libertad de un muerto–, aún así, se presentaba una última complicación: el cuerpo no podría ser entregado sin una canastilla especial que se usa para trasladar muertos, cosa que el servicio funerario y el hospital no tenían. En un acto de hartazgo, un par de familiares y yo entramos a donde el cuerpo esperaba –¿un muerto espera?– para sacarlo cargando sin importar el protocolo del hospital, era un cuarto frío, oscuro, era la primera vez que estaba en ese lugar tan peculiar, y ahí encontré tres personas: acostadas y envueltas en sábanas blancas ¿quién de ellos era o había sido mi abuelo? Esta es una de las funciones actuales de estas salas mortuorias: un depósito de cadáveres, donde los vivos van a reconocer a los difuntos. Así fue que tuve el infortunio de ver a la cara a un par de desgraciados sin vida, pues el tercero resultó ser mi abuelo: esperaba con una sonrisa tranquila, como de paz ¿Qué había en ese lugar que lo tenía tan en calma, cómo hacía mucho que no estaba?
En Monociclo nos dimos a la tarea de darle un tratado literario al tema del aposento necrológico, algo nos daba cierto optimismo al hacerlo a pesar del asunto, después nos encontramos que en realidad era un lugar poco explorado, por lo menos, en el ámbito de las letras. Esto me llevó en generar una pregunta principal ¿por qué casi nadie toma como eje temático tan escabrosa estancia?
Después una infructuosa búsqueda, pude percatarme que este dormitorio luctuoso es empleado cotidianamente en los reportajes de nota roja, narcotráfico, feminicidio, crímenes de Estado, etc. Todo esto me hace pensar que es un lugar de transición: el requisito indispensable para entrar, además del de estar muerto, es haber tenido una muerte violenta o poco inusual, o estar buscando a alguien que desapareció o murió de una manera violenta o poco inusual, es decir: una oscura sala de espera, en donde se decide el mítico destino final: la tumba, el incinerador, en algún anfiteatro, la fosa común, es más, puede ser que el cadáver termine en un museo --pregúntenle Gunther von Hagens y sus cuerpos plastificados.
Hasta este punto aún no es posible responder a la pregunta que provoca estas líneas ¿Tan poco valor tiene? Pienso en las personas que andan buscando a sus parientes extraviados en hospitales y delegaciones, este cuarto sombrío quizá sería el último en que desearían encontrarlos ¿Qué se preguntará, por ejemplo, un joven en busca su esposa desaparecida, y al cual se le ha avisado que tiene que ir a reconocer un cuerpo al INCIFO? “¿Será ella?” El menor problema es que no sea ella, aunque esto implique seguir en la incertidumbre de no saber qué pasó, pero si es, entonces vendrá la pregunta obligada: ¿por qué? Una de las funciones de los cuartos forenses es la de retardar el proceso de descomposición del cadáver que ahí ingresa, esto con la finalidad de dar tiempo a los peritos para dictaminar las causas de muerte --una oscura y fría sala de espera--. Entonces, retomando el caso planteado anteriormente, existe una infinidad de motivos que le serán proporcionados al joven para esclarecer sus dudas: atropellada porque cayó en las vías del metro, violada y ejecutada en un lote baldío, un infarto fulminante o lo que sea, murió y ya no hay remedio.
En esta peculiar sala de lo perecido trabajan: camilleros, médicos forenses, personal de limpieza, embalsamadores, etc. En la actualidad este trabajo se ha vuelto muy lucrativo, no quiere decir que la gente no muriera antes, mas vivimos tiempos violentos, y estos personajes se dedican a recabar información que puede ser útil en muchos casos, por ejemplo: un baleado dará datos suficientes sobre la efectividad de un arma de fuego, lo cual será bien visto por los fabricantes; en el ámbito médico un suicida bien podría documentar sobre la fragilidad del ser humano, ampliando un catálogo de sustancias nocivas para la salud. ¡Cuánta morbosidad alrededor de la muerte! ¿de qué se puede curar un muerto o sólo es para encontrar mejores métodos de exterminio? Otra pregunta pertinente, pero de momento no es la que me interesa lograr responder.
Este escenario fúnebre tiene como actor principal, sin duda, al muerto, ya sabemos por qué está ahí y la posible utilidad que tiene. De este espacio hemos encontrado al menos sus rasgos físicos y su propósito, también se sabe que ha sido sede películas, series televisivas, documentales, fotografías, y algunos cuentos que relatan historias grotescas dentro de estas instalaciones, pero apenas rozan el tema como tal, todo este trabajo cultural sólo se enfoca en los finados que ahí se albergan, ¿y el lugar? ¿Será que el artista tiene miedo de encontrarse en tal circunstancia e intenta evitarla a toda costa? Varias de ideas revientan en mi cabeza, a tal grado que tengo la curiosidad de estar ahí y ser un occiso, deseo saber qué se siente estar en esa localidad, si es posible, descubrir el punto exacto del por qué nadie se ha atrevido a relatar de manera minuciosa sobre esta tétrica estadía.
Regresa a mi cabeza el rostro de mi abuelo en aquel cuarto ¿por qué pareciera que sonreía, qué esperaba en ese lugar? Imagino a mi abuelo ahí acostado, platicando con los otros dos tipos, preguntando el por qué están ahí y a quién esperan, como si se tratara de una cotidiana escena de cárcel, y retornan esas preguntas ¿un muerto espera? ¿Tiene libertad? ¿Hay paz en ese lugar? Uno de ellos habla “mi hijo me dejó morir ahogado para poder cobrar un seguro de vida”, el otro dice “lo último que recuerdo es un camión viniendo de frete y dudo mucho que alguien venga por mí”, entonces mi abuelo se apena y agacha el rostro, no quiere decir que el murió de cáncer, que estaba en ese hospital por que sus hijos no se resignaban a verlo morir, y prefiere guardar silencio, se vuelve a enredar en las pesadas sábanas blancas y con una pequeña sonrisa en sus labios morados, está seguro que toda su familia está afuera, esperando abrazar la frialdad de su cuerpo inerte ¿qué tipo de historias suceden ahí?
Estas líneas son insuficientes para llegar a la respuesta de mi pregunta. No sé si soy el primero que se la plantea, incluso ahora me doy cuenta de que este lugar necesita de la muerte para existir —¡qué paradójico!—; sin embargo, aquí están mis dudas y mis reflexiones, quizá sea alguien más el que se atreva a seguir buscando, hasta la última consecuencia, para lograr resolver estos cuestionamientos y dar vida a este especio con olor a carne descompuesta. Por mi parte, lo seguiré intentando en algún otro momento y lugar, en otra forma de expresión. Lo seguiré intentando, al menos, hasta que llegue a esa inevitable cita que tengo en ese oscuro y frío cuarto, llamado morgue.