Un día excitante
Eduardo Omar Honey Escandón*
Hoy toca. Es el día correcto, el que llega de súbito, que sin esperarse ya se percibía por alguna feromonas que deambulaba por allí. Así que sin pensarle mucho, porque ni hay cerebro, se siente el amor en el ambiente.
Nuestro héroe de hoy, un archirecontrarreconocido pepino de mar, al que llamaremos Anónimo para evitar suspicacias o molestias por parte de parientes cercanos o remotos, tanto por distancia como por cladograma. Eso incluye el erizo de mar que anda cerquita, por allá, encaramado en el borde de esa roca, muy entretenido decidiendo si avanza o no. También, aunque algo distante, tenemos que señalar a la estrella de mar algo más a la derecha que prefiere alejarse del reflector de esta narración. Es voraz y prefiere pisar el acelerador para acercarse a un gastrópodo que ha puesto el pie en polvorosa.
Así que regresemos con Anónimo. Mientras no esté seguro que las feromonas que recibió sean las correctas avanzará otro dos o tres centímetros para zamparse, con sus pegajosos tentáculos que coronan su frente, deliciosos y variados desechos. Esta pradera submarina es excelente, ni siquiera tiene que esforzarse en escarbar para encontrar alimentos. Los detritos superficiales, dispersos por montones, se pegan con facilidad a cada tentáculo que los empujan directo a la boca, y ¡glup! para dentro. Tan a la mano están que muy poca arena es engullida. ¿Quién no se pondría así de feliz? Mucha más comida por cada movimiento.
Ha sido tal la glotonería que, casi a la velocidad en que entran esos manjares, una cilíndrica y maciza tira va saliendo por el lado opuesto. Incluso se deposita a una velocidad mucho mayor que el paso campirano que lleva nuestro protagonista. Así que, colocadas en diversas formas según lo reciba el fondo marino, se pueden aprenciar zig-zags, líneas rectas, extraños ideogramas de un trazo o, simple y sencillamente, montoncitos.
Aunque algunos de sus pies ambulacrales se estrellaron contra una pequeña roca, ni se inmuta nuestro héroe. Ningún dolor como cuando ciertos vertebrados chocan sus dedos meñiques contra objetos duros a ras del suelo. Es la ventaja de tener decenas de piecitos flexibles y con movimientos bien monos. Los pies ambulacrales que vienen a continuación miden bien el obstáculo, se comprimen, se posan, empujan, se alargan y así las decenas que llegan por detrás.
Anónimo es un pepino de mar perfectamente normal: es alargado, de buena musculatura, que sobrevivió una pequeñez flotante como larva tras salir del huevo. Como es típico, no conoce padre ni madre. Es más, ni le importa. Es un pepino que sólo toma en cuenta las cosas sencillas y comunes de la vida: comer y defecar. Sólo que ahora, sin aviso, hay otra urgencia que siente. ¡Son las feromonas de nuevo! Esta vez, nomás como cortesía y cortejo, libera las que le toca. Más vale poner sobre aviso que esta noche no sólo será romántica sino totalmente erótica.
Sin embargo siente que algo lo roza. ¡Diablos! Es la amargada estrella de mar que tras tanta prisa y esfuerzo en alcanzar al gastrópodo, se topó con que era más flaco que un alga. Así que, aún con bastante hambre, al deambular se encontró con una excelente guía: los mojones que claramente marcaban una ruta de unos dos metros hacia Anónimo. Con deseo de echarse algo más a la boca aceleró los pies para llegar a él. Sin tomar en cuenta parentesco o amistad alguna, extiende tres de sus brazos con la intención de asegurarse que hay menú. Anónimo, presionado por la situación, decide echarse a correr. Avanza ahora al doble de velocidad: casi dos centímetros por minuto.
La estrella de mar, necia como ella sola, decide que esta vez no le ganarán el paso como ha venido sucediendo en las últimas mareas. También apresura su deambular e inicia una persecución donde, tras más de una hora, la estrella está por dar alcance a Anónimo. Entonces, como siempre debe suceder en una película de acción, lo insospechado sucede. El erizo de mar, después una larga reflexión, decide dar múltiples pasitos por el borde de la roca, resbala y cae dando tumbos. Rebota un poco en el fondo arenoso y rueda hasta golpear a la estrella. Esta última, sorprendida, retrae sus brazos que estaban por abrazar a Anónimo y decide fugarse de forma desaforada de ese impacto. Tras unos diez minutos y unos veinte centímetros cae en cuenta que no hay amenaza alguna.
Así que sin dar media vuelta (es la ventaja de tener cinco lados y ser plano) retoma la carrera. Anónimo, quien mientras huía no dejaba de comer y defecar, se topó contra la pared. Es la roca desde donde se precipitó el erizo. Viéndose atrapado entre el basalto y los cinco brazos decide que ya estuvo bien, que esa estrella de mar debe recibir su merecido. Así que mientras se prepara sin dejar de engullir aunque es tal su prisa, que se lleva más arena que desechos a la boca.
En cuanto la estrella está por alcanzarlo, Anónimo expele sus vísceras por la cloaca cubriendo por completo a su perseguidora. Ante tan mal día, la estrella decide bajar los brazos, ya son muchas las vicisitudes que ha sufrido. Mientras se mueve más lentamente por lo pegajoso de las vísceras descubre que no ha sido tan desastrosa la persecución como el resultado: están bastante exquisito lo lanzado por Anónimo.
Así que nuestro héroe, tras librar el peligro, pasa a un lado de la estrella sin que ni uno ni otra se inmuten. Antes de que llegue a esa pradera de detritos sabroso recibe la respuesta feromonal. Levanta la parte anterior de su cuerpo y expulsa nube tras nube blanca que se disuelve conforme las corrientes las arrastran. ¡Van que vuelan los gametos!
Contento, en la medida que un equinodermo con un sistema nervioso lo puede estar, Anónimo vuelve a la sencilla rutina de comer y defecar con un añadido: tuvo un excitante sexo.
Nuestro héroe de hoy, un archirecontrarreconocido pepino de mar, al que llamaremos Anónimo para evitar suspicacias o molestias por parte de parientes cercanos o remotos, tanto por distancia como por cladograma. Eso incluye el erizo de mar que anda cerquita, por allá, encaramado en el borde de esa roca, muy entretenido decidiendo si avanza o no. También, aunque algo distante, tenemos que señalar a la estrella de mar algo más a la derecha que prefiere alejarse del reflector de esta narración. Es voraz y prefiere pisar el acelerador para acercarse a un gastrópodo que ha puesto el pie en polvorosa.
Así que regresemos con Anónimo. Mientras no esté seguro que las feromonas que recibió sean las correctas avanzará otro dos o tres centímetros para zamparse, con sus pegajosos tentáculos que coronan su frente, deliciosos y variados desechos. Esta pradera submarina es excelente, ni siquiera tiene que esforzarse en escarbar para encontrar alimentos. Los detritos superficiales, dispersos por montones, se pegan con facilidad a cada tentáculo que los empujan directo a la boca, y ¡glup! para dentro. Tan a la mano están que muy poca arena es engullida. ¿Quién no se pondría así de feliz? Mucha más comida por cada movimiento.
Ha sido tal la glotonería que, casi a la velocidad en que entran esos manjares, una cilíndrica y maciza tira va saliendo por el lado opuesto. Incluso se deposita a una velocidad mucho mayor que el paso campirano que lleva nuestro protagonista. Así que, colocadas en diversas formas según lo reciba el fondo marino, se pueden aprenciar zig-zags, líneas rectas, extraños ideogramas de un trazo o, simple y sencillamente, montoncitos.
Aunque algunos de sus pies ambulacrales se estrellaron contra una pequeña roca, ni se inmuta nuestro héroe. Ningún dolor como cuando ciertos vertebrados chocan sus dedos meñiques contra objetos duros a ras del suelo. Es la ventaja de tener decenas de piecitos flexibles y con movimientos bien monos. Los pies ambulacrales que vienen a continuación miden bien el obstáculo, se comprimen, se posan, empujan, se alargan y así las decenas que llegan por detrás.
Anónimo es un pepino de mar perfectamente normal: es alargado, de buena musculatura, que sobrevivió una pequeñez flotante como larva tras salir del huevo. Como es típico, no conoce padre ni madre. Es más, ni le importa. Es un pepino que sólo toma en cuenta las cosas sencillas y comunes de la vida: comer y defecar. Sólo que ahora, sin aviso, hay otra urgencia que siente. ¡Son las feromonas de nuevo! Esta vez, nomás como cortesía y cortejo, libera las que le toca. Más vale poner sobre aviso que esta noche no sólo será romántica sino totalmente erótica.
Sin embargo siente que algo lo roza. ¡Diablos! Es la amargada estrella de mar que tras tanta prisa y esfuerzo en alcanzar al gastrópodo, se topó con que era más flaco que un alga. Así que, aún con bastante hambre, al deambular se encontró con una excelente guía: los mojones que claramente marcaban una ruta de unos dos metros hacia Anónimo. Con deseo de echarse algo más a la boca aceleró los pies para llegar a él. Sin tomar en cuenta parentesco o amistad alguna, extiende tres de sus brazos con la intención de asegurarse que hay menú. Anónimo, presionado por la situación, decide echarse a correr. Avanza ahora al doble de velocidad: casi dos centímetros por minuto.
La estrella de mar, necia como ella sola, decide que esta vez no le ganarán el paso como ha venido sucediendo en las últimas mareas. También apresura su deambular e inicia una persecución donde, tras más de una hora, la estrella está por dar alcance a Anónimo. Entonces, como siempre debe suceder en una película de acción, lo insospechado sucede. El erizo de mar, después una larga reflexión, decide dar múltiples pasitos por el borde de la roca, resbala y cae dando tumbos. Rebota un poco en el fondo arenoso y rueda hasta golpear a la estrella. Esta última, sorprendida, retrae sus brazos que estaban por abrazar a Anónimo y decide fugarse de forma desaforada de ese impacto. Tras unos diez minutos y unos veinte centímetros cae en cuenta que no hay amenaza alguna.
Así que sin dar media vuelta (es la ventaja de tener cinco lados y ser plano) retoma la carrera. Anónimo, quien mientras huía no dejaba de comer y defecar, se topó contra la pared. Es la roca desde donde se precipitó el erizo. Viéndose atrapado entre el basalto y los cinco brazos decide que ya estuvo bien, que esa estrella de mar debe recibir su merecido. Así que mientras se prepara sin dejar de engullir aunque es tal su prisa, que se lleva más arena que desechos a la boca.
En cuanto la estrella está por alcanzarlo, Anónimo expele sus vísceras por la cloaca cubriendo por completo a su perseguidora. Ante tan mal día, la estrella decide bajar los brazos, ya son muchas las vicisitudes que ha sufrido. Mientras se mueve más lentamente por lo pegajoso de las vísceras descubre que no ha sido tan desastrosa la persecución como el resultado: están bastante exquisito lo lanzado por Anónimo.
Así que nuestro héroe, tras librar el peligro, pasa a un lado de la estrella sin que ni uno ni otra se inmuten. Antes de que llegue a esa pradera de detritos sabroso recibe la respuesta feromonal. Levanta la parte anterior de su cuerpo y expulsa nube tras nube blanca que se disuelve conforme las corrientes las arrastran. ¡Van que vuelan los gametos!
Contento, en la medida que un equinodermo con un sistema nervioso lo puede estar, Anónimo vuelve a la sencilla rutina de comer y defecar con un añadido: tuvo un excitante sexo.
*(México, 1969) Ing. en sistemas. Participante desde los 90 en talleres literarios, tanto en México como Venezuela, bajo la guía de diversos escritores. Un cuento suyo ganó uno de los tres lugares en la convocatoria "Todos somos Teresa". Publica constantemente tanto en antologías como en revistas físicas y electrónicas. Coordina los talleres de introducción a la escritura que imparte la Tertulia de Ciencia Ficción de la CDMX. Forma parte de la generación 2020-2021 de Soconusco Emergente.