Urbe
José Sánchez
Los hechos comienzan en Egipto ¿Sabías que en el libro de los muertos se indican ciertos procesos que practicaban los médicos hace siglos? Entre ellos, se cuenta el de la trepanación. Sí, en ocasiones era necesario abrir el cuerpo de los enfermos para poder extraer los males, el trepanador real se encargaba de los casos más complejos; por supuesto, la mayoría de las personas que llegaban con él, terminaban en la tumba. Sin embargo, había excepciones y el moribundo era salvado.
Ahora imagina a un moribundo de esa época sin haber sido tratado con los anestésicos modernos; imagínalo ser cortado por un cuchillo, mientras percibe en su enfermo cuerpo cada centímetro del dolor aún después de los cortes. El siguiente procedimiento era la extracción de las partes insanas. Parece doloroso, ¿verdad? Pues con un cuchillo atravesando la piel es donde nace este cuento. Claro, no estamos en el antiguo Egipto, estamos en una urbe, donde el metro va lleno en las horas pico, donde el chofer del microbús te amenaza con un desarmador si le reclamas por cruzarse un alto, donde la vida va a prisa y a veces la soledad es tanta que los charlatanes son capaces de aprovecharse de esa vulnerabilidad, somos tantos y estamos tan solos.
Cada pensamiento del párrafo anterior lo había reflexionado Liliana, nuestro personaje principal. Ella es quien en un departamento ubicado en el sur de esta urbe ha tomado un cuchillo y ha comenzado a cortar la piel de su brazo izquierdo, poco a poco. Al contrario de lo que muchos creen, para cortar una vena y lograr suicidarse se necesita de un corte profundo. Liliana no hace eso, ella corta su piel y hace sangrar su brazo dejando cicatrices duraderas en su cuerpo, pero nada que la pueda matar.
Tendremos que husmear en el pasado de Liliana para entender su comportamiento. Eso nos lleva a un personaje secundario, Gabriela, esta mujer es una terapeuta emocional que no teme a las teorías radicales.
La liberación del cuerpo utilizando como método catártico el dolor, era la premisa de Gabriela. Dicho de tal forma, no parece tan extremo como aquella práctica del Egipto de la antigüedad. Gabriela estuvo investigando sobre el cuting o la autolesión. A pesar de ser algo que se ha expandido por el mundo es complicado encontrar información. En internet las páginas se limitan a breves explicaciones y pocas son las que ofrecen un servicio de ayuda para combatir esta adicción.
Puesto que es inevitable hacer la relación entre Liliana y Gabriela. Es necesario decir que ellas se conocían desde la infancia y cuando Liliana entró en crisis recurrió a su amiga.
Volvamos un momento al apartamento de Liliana. Se ha secado la sangre del brazo, da unos ligeros resoplidos sobre la cortada para calmar el ardor. En este momento se recuesta, todo ha pasado. Ha encontrado la paz. La urbe ha dejado de hostigarla.
Cortar la piel hasta poner todo en calma parece un método insuficiente. Sin embargo, el remedio es necesario para la joven.
Observemos una escena con Gabriela y Liliana tomando café, la plática gira en torno a los pensamientos de la última, cada vez le son más y más pesados. Ha recuperado un recuerdo, todas las noches durante un año su padre entró a su habitación y le hizo prometer que guardaría silencio, durante ese año fue la consentida. Gabriela escuchó atenta cada palabra, pudo mirar las lágrimas que emanaban de esos grises y opacos ojos.
No creas que el descubrimiento de ese viejo recuerdo es lo que complica la trama de la historia, el enredo por así llamarlo, viene cuando Gabriela al percibir las heridas de su amiga y notar que ella no podría ayudarla, decide canalizarla a un colega que está tratando de sanar a sus pacientes con una variedad de terapias radicales y poco probadas.
Aquí es donde volvemos con Liliana caminando sola a través de la urbe, perdida en sus pensamientos a la espera de la siguiente llovizna, a la espera de ese impulso que le mande arrojarse a las vías del metro en hora pico. Ella llega al consultorio donde se encuentra con el Dr. Rubén Valdivia.
Las sesiones van pasando, una tras otra, no hay muchos progresos por parte de Liliana. Hasta que Valdivia la convence de mostrarle sus cicatrices y va preguntando por sus motivos. Un día ella llega tan desconsolada, tan dispuesta a acabar con su existencia que Valdivia pronuncia:
— ¿Quieres sentir lo que es la muerte?
Entonces la deja un momento, le permite estar sola en la habitación. La mujer desesperada nota que una navaja de bolsillo ha quedado en el escritorio. La toma, no puede evitar pasar con fuerza el afilado metal hasta hacer brotar las primeras gotitas de sangre y repite la operación varias veces.
Valdivia entra de improviso, la sorprende. La paciente está avergonzada. Pero él logra tranquilizarla y le hace notar que no está muriendo. Ella tarda en comprender aquel discurso, sin embargo, después de un rato dice:
—No me encuentro más cerca de la muerte, ahora realmente me siento con vida.
Es en ese instante cuando Valdivia lleva a la práctica uno de sus métodos poco ortodoxos. La adrenalina que desprende su paciente después de rebanar la piel de su extremidad es un estímulo para él. En primer lugar la relaja con ejercicios de respiración, una vez en calma, le inyecta una sustancia, alegando que es una vacuna, pues la navaja podría provocar una infección.
La mujer al pasó de los minutos comienza a sentirse somnolienta, pero sigue consciente, Valdivia reaparece en escena. Es en esta parte de la historia cuando nos encontramos a ese extraño terapeuta sosteniendo una sierra eléctrica de mano con disco giratorio. La mujer no puede moverse, siente como su propia sangre le mancha la mejilla derecha y escucha como cruje el hueso, después se desmaya.
La escena que sigue sólo nos permite ver por un momento a través de un espejo el cuerpo de Liliana, ninguna de sus cuatro extremidades existe ya, es sólo un cuerpo compuesto por el tronco y la cabeza. En ese reflejo también notamos un montón de brazos y piernas que Valdivia escoge con cautela.
Esta es la parte en que Liliana despierta después de largas horas, sus piernas y sus brazos se encuentran en perfecto estado, las cortadas han desaparecido. Ella lo percibe, no son las mismas partes de su cuerpo con las que llegó. Su terapeuta le muestra su antiguo brazo, tiene las cicatrices frescas pues ella las hizo hace muy poco. Valdivia le dice que ahora puede vivir despreocupada. Ella acaricia sus tersas y nuevas muñecas, no sabe cómo reaccionar, por fin, se decide y abraza a su sanador.
En fin toda historia tiene un desenlace. Cerremos con Liliana despertando en su apartamento, mirando con tranquilidad cada cortada hecha la tarde anterior, gradualmente se van apagando las cicatrices hasta convertirse en un viejo recuerdo. Ella, por fin, pudo extraer su dolor clavando con lentitud la punta de una navaja sobre su cuerpo, hasta lograr un sentimiento de completa tranquilidad.
Ella elige un bonito conjunto de ropa para lucir, toma las precauciones necesarias y desprende su brazo, lo guarda así, herido. Lo coloca en un cajón al cual puede echar cerrojo, toma una de sus nuevas articulaciones y la pone en lugar de la otra pieza.
Así sale de su hogar, proyecta una sonrisa, ya no espera la próxima llovizna, ni la voz que la empuje al abismo de las vías del subterráneo. Prefiere los días soleados, tomar algo con Gabriela de vez en cuando. Y su vida laboral también ha mejorado, si de pronto las circunstancias le llevan a conocer otra alma desesperada que siente el peso encima de esta urbe, ella le propone una nueva terapia, con la guía de Rubén Valdivia.
Así que si de repente sientes la soledad golpear tu rostro o el peso de la ciudad caer sobre tu espalda, no desesperes. Es posible que en cualquier callejuela conozcas a una mujer de ojos grises, capaz de convencerte, por extraño que parezca, de que el dolor se puede curar con más dolor.
Contempla el lugar en el que habitas y siente ese frío que sentimos al descubrir que somos tantos y estamos tan solos o arroja este cuento, pues el final llegó hace un par de oraciones.
Ahora imagina a un moribundo de esa época sin haber sido tratado con los anestésicos modernos; imagínalo ser cortado por un cuchillo, mientras percibe en su enfermo cuerpo cada centímetro del dolor aún después de los cortes. El siguiente procedimiento era la extracción de las partes insanas. Parece doloroso, ¿verdad? Pues con un cuchillo atravesando la piel es donde nace este cuento. Claro, no estamos en el antiguo Egipto, estamos en una urbe, donde el metro va lleno en las horas pico, donde el chofer del microbús te amenaza con un desarmador si le reclamas por cruzarse un alto, donde la vida va a prisa y a veces la soledad es tanta que los charlatanes son capaces de aprovecharse de esa vulnerabilidad, somos tantos y estamos tan solos.
Cada pensamiento del párrafo anterior lo había reflexionado Liliana, nuestro personaje principal. Ella es quien en un departamento ubicado en el sur de esta urbe ha tomado un cuchillo y ha comenzado a cortar la piel de su brazo izquierdo, poco a poco. Al contrario de lo que muchos creen, para cortar una vena y lograr suicidarse se necesita de un corte profundo. Liliana no hace eso, ella corta su piel y hace sangrar su brazo dejando cicatrices duraderas en su cuerpo, pero nada que la pueda matar.
Tendremos que husmear en el pasado de Liliana para entender su comportamiento. Eso nos lleva a un personaje secundario, Gabriela, esta mujer es una terapeuta emocional que no teme a las teorías radicales.
La liberación del cuerpo utilizando como método catártico el dolor, era la premisa de Gabriela. Dicho de tal forma, no parece tan extremo como aquella práctica del Egipto de la antigüedad. Gabriela estuvo investigando sobre el cuting o la autolesión. A pesar de ser algo que se ha expandido por el mundo es complicado encontrar información. En internet las páginas se limitan a breves explicaciones y pocas son las que ofrecen un servicio de ayuda para combatir esta adicción.
Puesto que es inevitable hacer la relación entre Liliana y Gabriela. Es necesario decir que ellas se conocían desde la infancia y cuando Liliana entró en crisis recurrió a su amiga.
Volvamos un momento al apartamento de Liliana. Se ha secado la sangre del brazo, da unos ligeros resoplidos sobre la cortada para calmar el ardor. En este momento se recuesta, todo ha pasado. Ha encontrado la paz. La urbe ha dejado de hostigarla.
Cortar la piel hasta poner todo en calma parece un método insuficiente. Sin embargo, el remedio es necesario para la joven.
Observemos una escena con Gabriela y Liliana tomando café, la plática gira en torno a los pensamientos de la última, cada vez le son más y más pesados. Ha recuperado un recuerdo, todas las noches durante un año su padre entró a su habitación y le hizo prometer que guardaría silencio, durante ese año fue la consentida. Gabriela escuchó atenta cada palabra, pudo mirar las lágrimas que emanaban de esos grises y opacos ojos.
No creas que el descubrimiento de ese viejo recuerdo es lo que complica la trama de la historia, el enredo por así llamarlo, viene cuando Gabriela al percibir las heridas de su amiga y notar que ella no podría ayudarla, decide canalizarla a un colega que está tratando de sanar a sus pacientes con una variedad de terapias radicales y poco probadas.
Aquí es donde volvemos con Liliana caminando sola a través de la urbe, perdida en sus pensamientos a la espera de la siguiente llovizna, a la espera de ese impulso que le mande arrojarse a las vías del metro en hora pico. Ella llega al consultorio donde se encuentra con el Dr. Rubén Valdivia.
Las sesiones van pasando, una tras otra, no hay muchos progresos por parte de Liliana. Hasta que Valdivia la convence de mostrarle sus cicatrices y va preguntando por sus motivos. Un día ella llega tan desconsolada, tan dispuesta a acabar con su existencia que Valdivia pronuncia:
— ¿Quieres sentir lo que es la muerte?
Entonces la deja un momento, le permite estar sola en la habitación. La mujer desesperada nota que una navaja de bolsillo ha quedado en el escritorio. La toma, no puede evitar pasar con fuerza el afilado metal hasta hacer brotar las primeras gotitas de sangre y repite la operación varias veces.
Valdivia entra de improviso, la sorprende. La paciente está avergonzada. Pero él logra tranquilizarla y le hace notar que no está muriendo. Ella tarda en comprender aquel discurso, sin embargo, después de un rato dice:
—No me encuentro más cerca de la muerte, ahora realmente me siento con vida.
Es en ese instante cuando Valdivia lleva a la práctica uno de sus métodos poco ortodoxos. La adrenalina que desprende su paciente después de rebanar la piel de su extremidad es un estímulo para él. En primer lugar la relaja con ejercicios de respiración, una vez en calma, le inyecta una sustancia, alegando que es una vacuna, pues la navaja podría provocar una infección.
La mujer al pasó de los minutos comienza a sentirse somnolienta, pero sigue consciente, Valdivia reaparece en escena. Es en esta parte de la historia cuando nos encontramos a ese extraño terapeuta sosteniendo una sierra eléctrica de mano con disco giratorio. La mujer no puede moverse, siente como su propia sangre le mancha la mejilla derecha y escucha como cruje el hueso, después se desmaya.
La escena que sigue sólo nos permite ver por un momento a través de un espejo el cuerpo de Liliana, ninguna de sus cuatro extremidades existe ya, es sólo un cuerpo compuesto por el tronco y la cabeza. En ese reflejo también notamos un montón de brazos y piernas que Valdivia escoge con cautela.
Esta es la parte en que Liliana despierta después de largas horas, sus piernas y sus brazos se encuentran en perfecto estado, las cortadas han desaparecido. Ella lo percibe, no son las mismas partes de su cuerpo con las que llegó. Su terapeuta le muestra su antiguo brazo, tiene las cicatrices frescas pues ella las hizo hace muy poco. Valdivia le dice que ahora puede vivir despreocupada. Ella acaricia sus tersas y nuevas muñecas, no sabe cómo reaccionar, por fin, se decide y abraza a su sanador.
En fin toda historia tiene un desenlace. Cerremos con Liliana despertando en su apartamento, mirando con tranquilidad cada cortada hecha la tarde anterior, gradualmente se van apagando las cicatrices hasta convertirse en un viejo recuerdo. Ella, por fin, pudo extraer su dolor clavando con lentitud la punta de una navaja sobre su cuerpo, hasta lograr un sentimiento de completa tranquilidad.
Ella elige un bonito conjunto de ropa para lucir, toma las precauciones necesarias y desprende su brazo, lo guarda así, herido. Lo coloca en un cajón al cual puede echar cerrojo, toma una de sus nuevas articulaciones y la pone en lugar de la otra pieza.
Así sale de su hogar, proyecta una sonrisa, ya no espera la próxima llovizna, ni la voz que la empuje al abismo de las vías del subterráneo. Prefiere los días soleados, tomar algo con Gabriela de vez en cuando. Y su vida laboral también ha mejorado, si de pronto las circunstancias le llevan a conocer otra alma desesperada que siente el peso encima de esta urbe, ella le propone una nueva terapia, con la guía de Rubén Valdivia.
Así que si de repente sientes la soledad golpear tu rostro o el peso de la ciudad caer sobre tu espalda, no desesperes. Es posible que en cualquier callejuela conozcas a una mujer de ojos grises, capaz de convencerte, por extraño que parezca, de que el dolor se puede curar con más dolor.
Contempla el lugar en el que habitas y siente ese frío que sentimos al descubrir que somos tantos y estamos tan solos o arroja este cuento, pues el final llegó hace un par de oraciones.