Yorick
José Rodrigo*
Antes, ellos, nosotros, también reíamos.
Antes, ellos, nosotros, también podíamos.
Solíamos correr por los prados con dirección al sol
y había momentos en que…
y había momentos en que…
¿te acuerdas, Hamlet?
Momentos en que el sol ya nos llevaba,
nos elevaba ya a su luz,
y quién sabe con qué felicidad hermosa y sudorosa
nos devolvía a nosotros.
En la primera abducción acordamos el silencio,
pero eso no fue impedimento para advertir sonrientemente el nuevo brillo en las cosas.
Ya casi te puedo ver,
ya casi nos puedo ver las tardes siguientes levantando piedras,
inspeccionando pozos,
abriendo malezas,
oyendo manantiales,
buscando en todos los lugares el inicio del arcoíris.
Me parece tan tonto ahora, Hamlet, me parece tan tonto,
porque en todo lugar, ahora lo sé Hamlet amigo,
en todo lugar, en algún momento, inició un arcoíris.
Nunca me quejé del dolor en los hombros por llevarte
y aún te llevaría hasta esa última orilla rojo violácea del cielo,
mi casa ahora, desde donde te veo.
Qué habrá más allá, decíamos;
qué habrá más allá, nos repetíamos.
Todavía guardo los crepúsculos chispeantes compartidos contigo en mi alma,
las cimas de monte compartidas contigo en mi alma,
todavía guardo las noches,
las ramitas con que picábamos estrellas en mi alma.
Puse a tu disposición todas mis bromas,
todos mis chistes,
me dediqué con fanatismo a mis saltos,
a mis malabares, a mis maromas, a mis mimos,
con tal todo de que sintieras como yo la vida un juego.
Éramos mucho más, qué duda cabe,
mucho más que este mísero cráneo en la tristeza de tus dedos.
Antes, Hamlet,
cuando el mundo estaba más hermoso y más acarameladas eran las flores,
antes, cuando los árboles piaban,
cuando aún vivía yo y vivía tu padre,
cuando aún vivía Ofelia y vivía tu madre,
antes, amigo,
ellos, nosotros,
indescriptiblemente,
inolvidablemente,
también reíamos.
Antes, ellos, nosotros, también podíamos.
Solíamos correr por los prados con dirección al sol
y había momentos en que…
y había momentos en que…
¿te acuerdas, Hamlet?
Momentos en que el sol ya nos llevaba,
nos elevaba ya a su luz,
y quién sabe con qué felicidad hermosa y sudorosa
nos devolvía a nosotros.
En la primera abducción acordamos el silencio,
pero eso no fue impedimento para advertir sonrientemente el nuevo brillo en las cosas.
Ya casi te puedo ver,
ya casi nos puedo ver las tardes siguientes levantando piedras,
inspeccionando pozos,
abriendo malezas,
oyendo manantiales,
buscando en todos los lugares el inicio del arcoíris.
Me parece tan tonto ahora, Hamlet, me parece tan tonto,
porque en todo lugar, ahora lo sé Hamlet amigo,
en todo lugar, en algún momento, inició un arcoíris.
Nunca me quejé del dolor en los hombros por llevarte
y aún te llevaría hasta esa última orilla rojo violácea del cielo,
mi casa ahora, desde donde te veo.
Qué habrá más allá, decíamos;
qué habrá más allá, nos repetíamos.
Todavía guardo los crepúsculos chispeantes compartidos contigo en mi alma,
las cimas de monte compartidas contigo en mi alma,
todavía guardo las noches,
las ramitas con que picábamos estrellas en mi alma.
Puse a tu disposición todas mis bromas,
todos mis chistes,
me dediqué con fanatismo a mis saltos,
a mis malabares, a mis maromas, a mis mimos,
con tal todo de que sintieras como yo la vida un juego.
Éramos mucho más, qué duda cabe,
mucho más que este mísero cráneo en la tristeza de tus dedos.
Antes, Hamlet,
cuando el mundo estaba más hermoso y más acarameladas eran las flores,
antes, cuando los árboles piaban,
cuando aún vivía yo y vivía tu padre,
cuando aún vivía Ofelia y vivía tu madre,
antes, amigo,
ellos, nosotros,
indescriptiblemente,
inolvidablemente,
también reíamos.
*Próximo a concluir la licenciatura en Filosofía e Historia de las Ideas en la UACM y la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM, José Rodrigo ha colaborado en diversas revistas culturales y ha participado en diversos eventos dedicados a la poesía. Un amante infatigable de las palabras, de la sintaxis, de los adverbios de tiempo y de los enclíticos. Un escritor sólo cuando escribe y sólo porque lo hace