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Una de vaqueros
Puerto Real
J.R. Spinoza
Pasé mi verano en la ciudad de Puerto Real. Mi padre fue el ganador del sorteo en su trabajo, un par de boletos todo pagado a las paradisíacas playas jamaiquinas.
Hacía mucho que no convivíamos. Mi madre murió cuando yo tenía siete; y mi padre fue absorbido por su empleo. Nunca me faltó nada, tampoco me golpeó ni trajo otras mujeres a la casa. Un gran padre, pese a su ausencia.
Hacía mucho que no convivíamos. Mi madre murió cuando yo tenía siete; y mi padre fue absorbido por su empleo. Nunca me faltó nada, tampoco me golpeó ni trajo otras mujeres a la casa. Un gran padre, pese a su ausencia.
Sacrificio
Plácido Romero Sanjuán
Yo, Arnold de Dyneburg, escribo esta carta por encargo de Herkus, caudillo de los bartios. La haré llegar, por mediación de mi leal siervo Casimir, al obispo de Riga, que me envió a esta áspera región.
Ahora que se aproxima mi fin, Herkus le ruega al obispo que mande a otro misionero para que continúe la tarea por mí iniciada. El caudillo desea informar al prelado de que su pueblo ha admitido entusiásticamente la fe de Cristo: desde que llegué aquí, hace más de dos años, he conseguido bautizar a más de la mitad de los bartios. Sólo mantienen su inefable paganismo los que viven en las regiones más apartadas. Precisamente Herkus me ha encomendado que, antes del fin, las visite para dar a conocer el Evangelio y llevar allí la Eucaristía.
Ahora que se aproxima mi fin, Herkus le ruega al obispo que mande a otro misionero para que continúe la tarea por mí iniciada. El caudillo desea informar al prelado de que su pueblo ha admitido entusiásticamente la fe de Cristo: desde que llegué aquí, hace más de dos años, he conseguido bautizar a más de la mitad de los bartios. Sólo mantienen su inefable paganismo los que viven en las regiones más apartadas. Precisamente Herkus me ha encomendado que, antes del fin, las visite para dar a conocer el Evangelio y llevar allí la Eucaristía.
Vaticinio
J.R. Spinoza
La primera vez que sospeché que mi hijo podía predecir el futuro fue durante el cumpleaños número ochenta y uno de mi padre. Les invité a cenar a mi casa. Compramos un pastel de tres leches para partir después de comer. Recuerdo que coloqué las velas en el pastel, como mi padre hizo tantas veces en mis cumpleaños. Las encendí.
—Una foto, una foto —gritó mi madre quién sacó su cámara y se colocó frente al pastel.
Yo cargué a mi hijo de un año y me coloqué junto a mi padre. Justo antes de que soplara las velas, mi pequeño dijo su primera palabra. Fue pausada, como saboreando cada sílaba.
—A…bue…lo.
Después de que mamá tomara la foto y se soplaran las velas intentamos que el pequeño Rodri repitiera lo que había dicho. Nos rendimos después de media hora. Mis padres se despidieron. Fue una linda velada.
A la mañana siguiente recibí la llamada de mi madre. Apenas podía hablar. Gemía y la voz se le cortaba.
—Es tu padre –me dijo.
—Una foto, una foto —gritó mi madre quién sacó su cámara y se colocó frente al pastel.
Yo cargué a mi hijo de un año y me coloqué junto a mi padre. Justo antes de que soplara las velas, mi pequeño dijo su primera palabra. Fue pausada, como saboreando cada sílaba.
—A…bue…lo.
Después de que mamá tomara la foto y se soplaran las velas intentamos que el pequeño Rodri repitiera lo que había dicho. Nos rendimos después de media hora. Mis padres se despidieron. Fue una linda velada.
A la mañana siguiente recibí la llamada de mi madre. Apenas podía hablar. Gemía y la voz se le cortaba.
—Es tu padre –me dijo.
La muerte chiquita
Tiempo
Alicia Leonor
Sigo viva, pero el tiempo escapa.
Mis secretos —dolores mudos— contradicen mis sueños.
El tiempo traspasa las entrañas de la noche,
me apresa,
deja huellas en mi frente,
estrías en mi cuerpo,
vacío que lastima
por la ilusión que escapó
Mis secretos —dolores mudos— contradicen mis sueños.
El tiempo traspasa las entrañas de la noche,
me apresa,
deja huellas en mi frente,
estrías en mi cuerpo,
vacío que lastima
por la ilusión que escapó
En cada una de tus salvajes alboradas
Alicia Leonor
Atrápame con bríos, refúgiame en el túnel de tus sueños
en la profunda raíz del almendro, en el rayo de luz.
Gózame como ese libro que atesoras.
Quiero estar en cada verso y al final, siempre al final
saborear tus letras al viento del otoño que me desnuda.
en la profunda raíz del almendro, en el rayo de luz.
Gózame como ese libro que atesoras.
Quiero estar en cada verso y al final, siempre al final
saborear tus letras al viento del otoño que me desnuda.
En medio de la frente
Félix Martínez
Hoy llegué a una decisión terminante
porque robaron mis sueños.
Busco a la ladrona
pero se fue del pueblo.
Perdí el trabajo
por dejar de reír.
porque robaron mis sueños.
Busco a la ladrona
pero se fue del pueblo.
Perdí el trabajo
por dejar de reír.
Espejo empañado
Félix Martínez
No limpies el espejo
para que no se descubran
para que no vean mis miedos
mis aletargados anhelos.
El espejo empañado
mantendrá la ilusión de mejores días.
para que no se descubran
para que no vean mis miedos
mis aletargados anhelos.
El espejo empañado
mantendrá la ilusión de mejores días.
Epílogo
Gabriela Escobar
Todo tiene un fin,
las ilusiones, las lujurias punzantes,
los idilios, sustento de la hombría,
y la bella edad.
Todo tiene un fin.
La vida vivida,
el garbo, el donaire,
la satisfacción de secreciones esparcidas
en mil vientres.
Se extingue el otrora mancebo;
tiene desdentada la sonrisa,
la virilidad se ha despedido
para no volver.
las ilusiones, las lujurias punzantes,
los idilios, sustento de la hombría,
y la bella edad.
Todo tiene un fin.
La vida vivida,
el garbo, el donaire,
la satisfacción de secreciones esparcidas
en mil vientres.
Se extingue el otrora mancebo;
tiene desdentada la sonrisa,
la virilidad se ha despedido
para no volver.
Tiene su chiste
Lejos del mundanal ruido
Alán Argüello
Empezamos por destrozar las centrales eléctricas, tan solo para comprobar que se seguía escuchando. Decepcionados, nos fuimos en caravana a las montañas y a los desiertos, removiendo cuidadosamente cada piedra y cada grano de arena.
Contaminación turística
Alfredo lozano
Los he visto fornicando en las playas más obscuras, exhibiéndose mientras los niños posan. Los he visto orinando las ceremonias, dormidos entre plazas, acariciando nativas. Los he visto tragar su vómito, naufragar entre psicoactivos, engullir la comida local, después abandonar los restos en los matorrales, los he visto moralistas. Los he visto musitar, hablar en el dialecto de Buer. Se escaman, se prenden fuego, muerden sus escápulas, raspan su piel contra las piedras. Ellas se inclinan, alzan sus caderas y esperan ser penetradas, hacen visiones con sus sexos. Escupen en el Síndrome de Venecia.