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Una de vaqueros
Save the Queen
BS Fernando Barba
Parecía un vuelo normal, con un poco de turbulencia al despegar pero nada más. Lo único fuera de lo normal fue que las aeromozas solo pasaron a servir las bebidas, y ya no volvieron a pasar a recoger la basura generada; algo que, para los que viajamos regularmente, sucede cuando hay turbulencia severa, pero en este caso, no hubo tal. Cuando aterrizamos, las aeromozas se veían nerviosas y corrían por el pasillo central. Lo cual, de acuerdo a los procedimientos, no era una conducta adecuada.
Apuesto a que te ves bien en la pista
Gamaliel Flores
Miguel no sabe bailar, pero insiste en traerme a éste tipo de lugares. Me siento mal. Las primeras veces fue divertido, eso duró un año y medio, quizá un poco más; dejó de serlo, hace tres años, me embriagaba con tal de no estar con él y terminé faltando todos los sábados a mi trabajo debido a las crudas tremendas que volvían las sábanas un mar picado de aceite negro reusado. Cubas, caballitos, micheladas, shoots, compartíamos la pista. Varias veces. Cómo justo ahora la tengo a usted, dama calladita, que dice llamarse Margarita. Miguel está en el baño, seguro está peinándose las cejas con el meñique y el pulgar de la mano derecha; qué curioso es que los gestos que tanto nos gustaban de la gente al inicio de una relación, con el tiempo se vuelven aburridos, despreciables, asquerosos.
El profesor
Jonathan Caicedo Girón
“¡Hay golpes en la vida, tan fuertes, tan fuertes…Yo no sé! Golpes como del odio de Dios”; mientras navegaban por su mente aquellos versos inmarcesibles, Danilo, el maestro de la escuela, preparaba su clase de Literatura y Letras.
Se acordaba de Vallejo, y sentía cómo su estómago vacío hacía catarsis con los versos del apesadumbrado poeta. Al igual que el escritor, el profesor tampoco tenía el mínimo trozo de pan. Su situación era cada vez más precaria. Una lluvia de espinas penetraba las carnes de su estómago. Para acabar de completar con sus penurias, la escuela andaba en quiebra. Le adeudaban seis meses. Su escenario no podía ser más vil.
En casa el ámbito no era distinto, vivía en una añeja pensión de paredes blancas selladas con arena y cal. El techo se componía de una madera espinosa y desgastada, que le permitía entrada para el concierto que emitía la lluvia cuando el cielo borracho de ira escupía dagazos de agua.
Se acordaba de Vallejo, y sentía cómo su estómago vacío hacía catarsis con los versos del apesadumbrado poeta. Al igual que el escritor, el profesor tampoco tenía el mínimo trozo de pan. Su situación era cada vez más precaria. Una lluvia de espinas penetraba las carnes de su estómago. Para acabar de completar con sus penurias, la escuela andaba en quiebra. Le adeudaban seis meses. Su escenario no podía ser más vil.
En casa el ámbito no era distinto, vivía en una añeja pensión de paredes blancas selladas con arena y cal. El techo se componía de una madera espinosa y desgastada, que le permitía entrada para el concierto que emitía la lluvia cuando el cielo borracho de ira escupía dagazos de agua.
La muerte chiquita
Erotismo para cristianos
Mónica Vargas
I
Cuando te veo en el nocturno pasar,
a tu sombra persigo como la grajilla:
una inquieta paciencia, un deseo carnal.
Tres Padres Nuestros y un Ave María.
Letanías de pecado
en mi oído provocan cosquilla:
un largo camino de hormigas en la piel.
Padre de oscuridad,
mírame.
Padre de umbría,
habítame.
Padre del caos,
lléname.
Dios nos salve María,
Amén.
a tu sombra persigo como la grajilla:
una inquieta paciencia, un deseo carnal.
Tres Padres Nuestros y un Ave María.
Letanías de pecado
en mi oído provocan cosquilla:
un largo camino de hormigas en la piel.
Padre de oscuridad,
mírame.
Padre de umbría,
habítame.
Padre del caos,
lléname.
Dios nos salve María,
Amén.
Dos postales mexicanas
Eduardo Paredes Ocampo
I. Turno vespertino
El viento
llo-ve-rá
silabea
y, pronto, las calles
remedan
su prédica:
brota, a borbotones,
del remanente
de su memoria,
lo fluvial.
Como el aire,
el río verbaliza,
a cántaros,
que nunca desapareció
-las cloacas
ronco, vetusto
lo pintan.
llo-ve-rá
silabea
y, pronto, las calles
remedan
su prédica:
brota, a borbotones,
del remanente
de su memoria,
lo fluvial.
Como el aire,
el río verbaliza,
a cántaros,
que nunca desapareció
-las cloacas
ronco, vetusto
lo pintan.
Reloj de arena
Jorge Escobedo
Fluye el río descendente de arena inagotable en la prisión de cristal
se escapa entre los dedos de la memoria segundo a segundo
Cada gota arenisca es un rostro un lugar una palabra
consumida por el viento quizá se repita
pero no sonará igual
Cada vibración
es única
se escapa entre los dedos de la memoria segundo a segundo
Cada gota arenisca es un rostro un lugar una palabra
consumida por el viento quizá se repita
pero no sonará igual
Cada vibración
es única
¿Por qué se detiene?
Jorge Escobedo
¿Por qué se detiene a medio paso
el pie del andar decisivo
al abandonar la calle visitada una y otra vez?
¿Por qué se detiene a media lengua
la palabra liberadora de insomnios,
terminadora de laberintos?
¿Por qué se detiene la mano
a centímetros de alcanzar el objetivo fijado
desde hace años por la mirada?
el pie del andar decisivo
al abandonar la calle visitada una y otra vez?
¿Por qué se detiene a media lengua
la palabra liberadora de insomnios,
terminadora de laberintos?
¿Por qué se detiene la mano
a centímetros de alcanzar el objetivo fijado
desde hace años por la mirada?
Mañana
Jorge Escobedo
Me levantaré temprano
y haré la cama de mis desvelos.
Barreré de mi cuarto todas las inconformidades,
sacudiré el polvo de los propósitos y de las promesas,
limpiaré el pasado de las ventanas para poder ver el porvenir
y lavaré el cansancio de la ropa y los malos hábitos de la vajilla.
y haré la cama de mis desvelos.
Barreré de mi cuarto todas las inconformidades,
sacudiré el polvo de los propósitos y de las promesas,
limpiaré el pasado de las ventanas para poder ver el porvenir
y lavaré el cansancio de la ropa y los malos hábitos de la vajilla.
Tiene su chiste
La mortalidad de los inmortales
Plácido Romero
Fue Ciro quien creó el regimiento de los inmortales. Estos soldados aterrorizaron a todos los pueblos que se enfrentaron a los persas. Los medos se rindieron incluso antes de combatir. Los babilonios se encerraron en su ciudad, confiando en sus inexpugnables murallas. Los inmortales las asaltaron de noche y sembraron el caos en Babilonia. Nabónido y toda su corte fueron exterminados. Creso de Lidia no creyó las historias que se contaban de los inmortales y osó declarar la guerra a Ciro. El ejército lidio fue aplastado en una sola noche.