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Una de vaqueros
Las abuelas
Eve Gil
Yo tuve dos infancias. Y dos abuelas: una buena y otra mala. La presencia de una y la omnisciencia de de la otra hicieron que la historia de mis pocos años se escribiera bifurcadamente, al grado de hacer de mí dos niñas opuestas, una que amaba, otra que odiaba.
Mi abuela buena era la abuela de mis vacaciones, la materna, claro. En la escuela yo no hacía más que contar los días que faltaban para las treguas de agosto y de diciembre. Me esforzaba para sacar adelante el grado en curso, de tal suerte que no se me regateara el premio de volar a sus brazos, moldeados a fuerza de las tortillas de harina del tamaño de un mantel que forjaba desde chiquita, y el hecho de que viviera en una casona donde pasaban cosas raras era un encanto adicional. Mi abuela buena atraía espíritus chocarreros. De niña vio unas patas de macho cabrío pendiendo, estremecidas y peludas de la copa de un árbol, y yo siempre diciendo: anda Mamá, anda, vuélveme a platicar la historia de las patas peludas, anda...
Mi abuela buena era la abuela de mis vacaciones, la materna, claro. En la escuela yo no hacía más que contar los días que faltaban para las treguas de agosto y de diciembre. Me esforzaba para sacar adelante el grado en curso, de tal suerte que no se me regateara el premio de volar a sus brazos, moldeados a fuerza de las tortillas de harina del tamaño de un mantel que forjaba desde chiquita, y el hecho de que viviera en una casona donde pasaban cosas raras era un encanto adicional. Mi abuela buena atraía espíritus chocarreros. De niña vio unas patas de macho cabrío pendiendo, estremecidas y peludas de la copa de un árbol, y yo siempre diciendo: anda Mamá, anda, vuélveme a platicar la historia de las patas peludas, anda...
La muerte chiquita
Igualmente lloro
Rosina Conde
Lloro por las cosas pequeñas
y por las grandes también,
y a veces no distingo entre unas ni otras:
lloré cuando vi en televisión a Enriqueta Basilio encender la Llama
Olímpica;
cuando Neil Armstrong pisó por primera vez la Luna;
cuando vi las fotografías de los trabajadores en las minas de esmeraldas;
cuando escuché el llanto de mi primera nieta al nacer.
Igualmente lloro cuando se suma uno más a la lista de desaparecidos;
mueren más migrantes al cruzar la frontera;
aparecen los miembros de una mujer esparcida en el desierto;
o presiento una muerte tras el impacto de una bala que silba tras la
noche.
y por las grandes también,
y a veces no distingo entre unas ni otras:
lloré cuando vi en televisión a Enriqueta Basilio encender la Llama
Olímpica;
cuando Neil Armstrong pisó por primera vez la Luna;
cuando vi las fotografías de los trabajadores en las minas de esmeraldas;
cuando escuché el llanto de mi primera nieta al nacer.
Igualmente lloro cuando se suma uno más a la lista de desaparecidos;
mueren más migrantes al cruzar la frontera;
aparecen los miembros de una mujer esparcida en el desierto;
o presiento una muerte tras el impacto de una bala que silba tras la
noche.
Isabella
Rosina Conde
Tengo un nuevo amor
con aroma de café recién cortado,
de lirio con rocío de madrugada,
y ternura de bebé.
Este nuevo amor, óiganme todos,
tiene risa cristalina
una fuerza que vence la ignominia
y mira con desdén al poderoso.
con aroma de café recién cortado,
de lirio con rocío de madrugada,
y ternura de bebé.
Este nuevo amor, óiganme todos,
tiene risa cristalina
una fuerza que vence la ignominia
y mira con desdén al poderoso.
Ciudad gris
Claudia Islas Coronel
Se necesita ser isla
para mirar al mar amanecer en la ventana
y saludar al vecino del edificio seis
se necesita un alma líquida
con marea de viento
para buscar peces de banqueta
brincando olas de adoquín
para mirar al mar amanecer en la ventana
y saludar al vecino del edificio seis
se necesita un alma líquida
con marea de viento
para buscar peces de banqueta
brincando olas de adoquín
Cenotafio
Claudia Islas Coronel
El mar siempre el mar
última ilusión de mi abuela
las cortinas de su mirada
que se diluye azul
dame el mar
llévate mis pasos
el tatuaje de sol
suspiro de fuego
entre canto y espuma
última ilusión de mi abuela
las cortinas de su mirada
que se diluye azul
dame el mar
llévate mis pasos
el tatuaje de sol
suspiro de fuego
entre canto y espuma
Ser solar
Andrés García Barrios
Cada vez que quiera volver al pasado
iré enfrente,
cada vez que quiera protegerme del sol
miraré la luz.
Soy como esas siluetas que regresan
una y otra vez a los cuartos
y se miran a sí mismas en quien está dormido
y sueñan con volver a ser.
Quizá puedan. Sí, tal vez.
iré enfrente,
cada vez que quiera protegerme del sol
miraré la luz.
Soy como esas siluetas que regresan
una y otra vez a los cuartos
y se miran a sí mismas en quien está dormido
y sueñan con volver a ser.
Quizá puedan. Sí, tal vez.
Oficina
Andrés García Barrios
Es de mañana en el poema. La tarde
es un camaleón que se mira con una lente.
Las ondas del dictado parecen conejos,
osos que hibernan.
Se hace el silencio
(¿qué más se puede hacer?)
Callar es una niña y un árbol,
una canasta de bejuco y manzanas.
Callar es un riíto y una hormiguita
pataleando por vivir.
es un camaleón que se mira con una lente.
Las ondas del dictado parecen conejos,
osos que hibernan.
Se hace el silencio
(¿qué más se puede hacer?)
Callar es una niña y un árbol,
una canasta de bejuco y manzanas.
Callar es un riíto y una hormiguita
pataleando por vivir.
No lo sé de cierto
Ramón I. Martínez
He nacido al centro del desierto
custodiado por el mar;
del mar su horizontal espejo
donde el viento apaga
voces en la distancia candente;
el desierto cercado por el mar,
en la playa gente se habla a gritos
sin percatarse
del refulgente corazón mínimo de las arenas.
custodiado por el mar;
del mar su horizontal espejo
donde el viento apaga
voces en la distancia candente;
el desierto cercado por el mar,
en la playa gente se habla a gritos
sin percatarse
del refulgente corazón mínimo de las arenas.
Sillas
Claire Joysmith
La silla amarilla espera paciente.
No pide luz pues surge de ella
en reconocible amarillo vangoghiano.
Espera solitaria, sin sombra, firme
sobre el piso humilde de campiña arlesiana,
la perspectiva un reto siempre esquivo.
No pide luz pues surge de ella
en reconocible amarillo vangoghiano.
Espera solitaria, sin sombra, firme
sobre el piso humilde de campiña arlesiana,
la perspectiva un reto siempre esquivo.
Árbol
Eduardo Mosches
Fue un buen acompañante
en tardes de infancia barrial,
de agradable altura y cargaba ramas gruesas,
plantado a mitad de mi cuadra,
se transformaba en avión,
cruzaba océanos,
enfrentaba a otros aviones,
el tiempo se iba deslizando
junto con las hojas del otoño.
en tardes de infancia barrial,
de agradable altura y cargaba ramas gruesas,
plantado a mitad de mi cuadra,
se transformaba en avión,
cruzaba océanos,
enfrentaba a otros aviones,
el tiempo se iba deslizando
junto con las hojas del otoño.
¿Qué leer?
Lo Diferente. Iniciación en la MísticaNo se sabe qué se desarrolló primero, si el lenguaje o la religión; lo más seguro es que se desarrollaron al mismo tiempo y ambos surgieron como respuesta a los asombros de la existencia.
Entre ensayo literario y libro confesional, Lo diferente es una generosa invitación a reflexionar sobre la experiencia religiosa y, sobre todo, a descubrir la singular y regocijante vía mística. Hugo Hiriart, uno de los escritores más brillantes en lengua española, comparte aquí las memorias sobre su relación íntima y solitaria con Dios, así como las aproximaciones religiosas, filosóficas y teológicas de grandes pensadores como Pascal, William James, Rudolf Otto, Simone Weil, Romano Guardini, Simone de Beauvoir, y de sus maestros José Gaos, Luis Villoro y Gallegos Rocafull. Con una prosa conversada, yendo a contracorriente con las posturas ensayísticas de esta época, Hiriart nos acerca a temas como el mal, la presencia de Dios y la compasión, sumando así inquietudes y asombros a nuestra constelación personal de lo sagrado. |