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Una de vaqueros
Flora
Verónica Alvarado Hernández Rojas
Aún no terminaba de decir: “papás: me voy a hacer mi vida de forma autónoma” cuando ya estaba pagando quince pesitos por una gatita como de dos meses en el mercado al que fui toda mi infancia, el de Medellín, frente a esa famosa cantina “La Villa de Sarria”. En una veterinaria una gatita con pelo abundante y blanco, dentro de una jaula para perros, luchaba para que sus patas no se salieran de los agujeros de una jaula que le quedaba enorme. Con un simple esfuerzo hubiera salido de ella, por su pequeñez, pero no, se mantenía ahí, con un letrerito que la vendía.
Nece(si)dades
Lisbeth Lima Hechavarría
—Es que tú no lo entiendes. No me entiendes, no haces más que observarme y llorar mientras hablo. No es que no lo quiera, es que no me hace falta, no lo necesito. Me sobra. ¿Para qué lo quiero? ¿Por qué debe ser más de uno? Con uno basta. Deja de mirarme como si fuera un bicho raro.
Enma piensa que me he vuelto loco. Pero es que de pronto he comenzado a sentir que me sobra. Al principio la sensación de molestia era soportable, pero ya después comencé a darle uso solo al que necesitaba y el resto se hacía prescindible por completo. Lo ignoré, aunque admito que a veces involuntariamente atinaba a usar más del que debía, pero era inútil la mayor parte del tiempo y ha llegado el momento de apartarlo de mí de una vez y por todas.
Enma piensa que me he vuelto loco. Pero es que de pronto he comenzado a sentir que me sobra. Al principio la sensación de molestia era soportable, pero ya después comencé a darle uso solo al que necesitaba y el resto se hacía prescindible por completo. Lo ignoré, aunque admito que a veces involuntariamente atinaba a usar más del que debía, pero era inútil la mayor parte del tiempo y ha llegado el momento de apartarlo de mí de una vez y por todas.
Oroño y Arijón
Lisandro Romero Carrier
La última vez fue en el cruce de Oroño y Arijón. Estación obligada para los que desde la zona sur quisieran ir para Buenos Aires. Última vez de respirar aire enviciado de marginalidad expuesta. Adiós al barrio y sus heridas. A la monstruosidad de una ciudad insensible. Ella había pasado años trabajando para poder concretar el despegue y en ese momento todo le daba un poco de miedo. Lo nuevo da miedo. Lo viejo, lo cómodo y conocido no representaba ningún miedo, pero sí la promesa de quedarse estancada en una esquina como esa sin nunca llegar a saber cómo moja el agua del Mediterráneo o como el Sena desprende su olores por las noches. El miedo no podía ganarle a eso o al menos ella no lo permitiría.
El restaurante
Plácido Romero
La joven se acercó al coche y dio dos golpes con los nudillos en el cristal.
–¿La señora Lindqvist? –preguntó.
–Sí –respondí.
Dio la vuelta y abrió la puerta del acompañante.
–¿Puedo?
–Sí, sí. Adelante.
Se sentó y me miró.
Advertí que llevaba un pantalón oscuro y una camisa blanca. Luego supe que era una de las camareras.
–¿Ha leído las instrucciones?
–Sí. Desde luego. ¿Vamos ahora a…?
–No, todavía no, señora Lindqvist. Tengo que recordarle una vez más que no puede utilizar el móvil, que no puede grabar, que no puede hablar a nadie del restaurante.
–¿La señora Lindqvist? –preguntó.
–Sí –respondí.
Dio la vuelta y abrió la puerta del acompañante.
–¿Puedo?
–Sí, sí. Adelante.
Se sentó y me miró.
Advertí que llevaba un pantalón oscuro y una camisa blanca. Luego supe que era una de las camareras.
–¿Ha leído las instrucciones?
–Sí. Desde luego. ¿Vamos ahora a…?
–No, todavía no, señora Lindqvist. Tengo que recordarle una vez más que no puede utilizar el móvil, que no puede grabar, que no puede hablar a nadie del restaurante.
La muerte chiquita
Etérea despeinada
Jano Opazo Reyes
Entonces el poema perdido
vive un instante fecundo en los cielos del sur (en cielos del ser azul) con un grito desesperado de escribir y borrar en la noche sin luna con frío que recorre el espinazo al enterrar un perro atropellado con lo sensible que es hablar ahora de tus abrazos sin pretextos |
Tres poemas
Alejandro Espinosa
Poema
Vino a la puerta de la noche un poema extraviado.
Le serví leche para gatos y la bebió con desesperación de vagabundo sin mirarme
Cuando iba a echarlo ya se había instalado en una parcela de mi cama
Pero mañana te largas, advertí a manera de desvarío
Cuando desperté, el poema ya se había comido un zapato
y un libro de filosofía que estaba en la cómoda
Llamé al veterinario e hice una cita porque los poemas que aparecen en la noche
son como animales silvestres
Tiene rota una pata, dijo el médico, mire las palabras de aquí,
casi se le salen,
lo tuvimos que suturar,
Le serví leche para gatos y la bebió con desesperación de vagabundo sin mirarme
Cuando iba a echarlo ya se había instalado en una parcela de mi cama
Pero mañana te largas, advertí a manera de desvarío
Cuando desperté, el poema ya se había comido un zapato
y un libro de filosofía que estaba en la cómoda
Llamé al veterinario e hice una cita porque los poemas que aparecen en la noche
son como animales silvestres
Tiene rota una pata, dijo el médico, mire las palabras de aquí,
casi se le salen,
lo tuvimos que suturar,
Fracciones del perdedor
Ernesto Adair Zepeda Villarreal
I
Vengo caminando entre la bruma,
como si los parajes desconocidos
que me han sido dados en la casualidad
(todo es una graciosa coincidencia de luces)
fueran la violenta espera de aguardar
los círculos solares y la helada noche.
Esta es una forma del final, mirar adelante
hasta que la carne se descompone, y mana de las entrañas
del suelo un surtidor de discrepancias
sanguinolentas que se deshidratan en los dedos.
No me encuentro frente al espejo, ridículo,
extraviado de algo que pueda reconocer;
miro en los espejos manchados bajo la humedad
desanudarse cada línea.
Vengo caminando entre la bruma,
como si los parajes desconocidos
que me han sido dados en la casualidad
(todo es una graciosa coincidencia de luces)
fueran la violenta espera de aguardar
los círculos solares y la helada noche.
Esta es una forma del final, mirar adelante
hasta que la carne se descompone, y mana de las entrañas
del suelo un surtidor de discrepancias
sanguinolentas que se deshidratan en los dedos.
No me encuentro frente al espejo, ridículo,
extraviado de algo que pueda reconocer;
miro en los espejos manchados bajo la humedad
desanudarse cada línea.
Los horrores de un eterno retorno
Francisco Valenzuela Saravia
entresueños
observo los surcos en mis palmas
estas líneas son también las de otro
estas partículas este polvillo sideral que nombro
una masa una equis elevada al infinito
será replicada me digo
tal vez renací con calcado semblante
tal vez cometí mismas acciones
mismos sentires mismas equivocaciones que aquel
observo los surcos en mis palmas
estas líneas son también las de otro
estas partículas este polvillo sideral que nombro
una masa una equis elevada al infinito
será replicada me digo
tal vez renací con calcado semblante
tal vez cometí mismas acciones
mismos sentires mismas equivocaciones que aquel
Tiene su chiste
Oportunidades
Horacio Chirino
Él se arrodilló, no le importaba tenerlo en su lengua,
el sabor,
lo grande
que
era.
el sabor,
lo grande
que
era.
A prueba y error
De pestes y otros demonios
Gustavo Sáenz
En cuanto llegué a mi destino, lo primero que me ocurrió fue ver caer, en pleno vuelo, a una martineta. Cayó muy cerca, casi me pega en el hombro derecho. Esta ave, pariente del ñandú, lleva por nombre científico Eudromia elegans y en verdad que su andar, acompañado de su distinguido copete, es elegante, aunque su vuelo no lo sea tanto. Las martinetas tienen un planeo corto, no más allá de veinte o treinta metros; sus alas redondeadas —y demasiado pequeñas en relación a su cuerpo— le impiden un vuelo largo; siempre acompañan su trayecto aéreo de un silbido fuerte y estridente. Esta martineta, que cayó a mi lado, no silbaba, lo que me llevó a pensar, paranoicamente, en muerte por asfixia. La pandemia está contribuyendo a la extinción de su ya amenazada especie, me dije.
¡El amigo no llega!
Gustavo Sáenz
Los fantasmas no acuden. El pasajero oscuro se queda en el interior. La contemplación tampoco viene en mi auxilio. La lectura no me transmite ideas para plasmar esa emoción que no consigue transmutar en sentimiento. El amigo no llega.
Esta imposibilidad de satisfacer la necesidad de enunciar la emoción y convertirla en sentimiento, razonarla para comprenderla y compartirla, me causa bronca; pero la provocación se queda enana y, aunque brinque, no alcanza el timbre. El amigo no llega.
Esta imposibilidad de satisfacer la necesidad de enunciar la emoción y convertirla en sentimiento, razonarla para comprenderla y compartirla, me causa bronca; pero la provocación se queda enana y, aunque brinque, no alcanza el timbre. El amigo no llega.