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Una de vaqueros
¿Por qué no comen los perros?
(cuadro hopperiano no. 3)
Marcos Iván Ramos Espejel
El sol se extendía holgazán, agotado y exageradamente amarillo sobre la playa. Las olas como bestias obesas y azules, a penas móviles, se sucedían y bufaban con lentitud exasperante.
-¿Por qué no comen los perros?
-Yo que voy a saber, mendigos perros malagradecidos.
Dos enormes pitbulls blancos con ojos color avellana dormían bajo la sombra de una pared, de espaldas y con la lengua de fuera. Dos platos repletos de croquetas que comenzaban a desparramarse yacían en el suelo.
-¿Por qué no comen los perros?
-Yo que voy a saber, mendigos perros malagradecidos.
Dos enormes pitbulls blancos con ojos color avellana dormían bajo la sombra de una pared, de espaldas y con la lengua de fuera. Dos platos repletos de croquetas que comenzaban a desparramarse yacían en el suelo.
Noches sin sueño
Ariel Salvador Roja Fagúndez
Otra noche desvelado. Los ruidos se hacen sentir más en la oscuridad de la madrugada. Siento el viento anunciar el cambio de estación. Hace tambalear las últimas hojas de los árboles otoñales y empuja el vidrio de la ventana. Se oye una ambulancia en la lejanía. Supongo que también debe haber sido así la sinfonía nocturna en los tiempos de la dictadura cívico-militar, de ésas tantas a que fueron sometidas varias repúblicas sudamericanas en los conturbados años del Plan Cóndor. Tiempos de toque de queda, de miedo, de desconfianza, de incertezas, de violencia, de muertes silenciosas, de reuniones y abrazos prohibidos.
La repentina lluvia fina anuncia el comienzo del invierno. Como nudillos de una mano fantasmal, el viento golpetea la ventana y alborota mis pensamientos.
¿Ves la puerta del al lado? ¿Allí al lado del comedor? Aquel era el cuarto de Ruben. Y más a la derecha, había un portón de madera.
La repentina lluvia fina anuncia el comienzo del invierno. Como nudillos de una mano fantasmal, el viento golpetea la ventana y alborota mis pensamientos.
¿Ves la puerta del al lado? ¿Allí al lado del comedor? Aquel era el cuarto de Ruben. Y más a la derecha, había un portón de madera.
Trasno
Pilar Alvarellos Lema
Las hermanas Sofía y Laura dormían en la misma habitación. Sofía era la mayor y como tal adoptaba una actitud protectora hacia su hermana pequeña, cosa que a Laura le fastidiaba mucho, sólo se llevaban dos años y ella se consideraba, a sus ocho años, capaz de desenvolverse por sí misma sin que su hermana le reprimiera a cada rato. Aquella noche cuando Laura entró en la habitación, vio a su hermana Sofía tumbada en la cama, hojeando un diccionario. Llevaba puesto un camisón celeste. Lo que le llamó mucho la atención es ver una ristra de ajos colgada en la cabecera de su cama. Se tumbó a su lado. Había unos soldados bebiendo agua en dos de las páginas de aquel grueso libro que su hermana miraba con una extraña admiración. De repente cerró el diccionario, se giró hacia ella y le dijo que le iba a contar una historia.
- ¿De miedo? –le preguntó Laura. No le gustaban mucho esas historias porque después le costaba dormirse.
-Sí –le dijo Sofía- pero no de miedo, miedo, ya sabes nadie mata a nadie. Te va a gustar, ya verás.
Y antes de que Laura dijera nada su hermana empezó a relatarlo.
- ¿De miedo? –le preguntó Laura. No le gustaban mucho esas historias porque después le costaba dormirse.
-Sí –le dijo Sofía- pero no de miedo, miedo, ya sabes nadie mata a nadie. Te va a gustar, ya verás.
Y antes de que Laura dijera nada su hermana empezó a relatarlo.
La muerte chiquita
Andanada
Génesis Milagrosa Hernández Núñez
Ojalá mis palabras volaran
de la punta de mi lengua
a la punta de la tuya
sin ninguna escala
y que así vos pudieras saber
cuánto me pesa la distancia,
cómo me abruma el tiempo,
por qué me quedo callada.
de la punta de mi lengua
a la punta de la tuya
sin ninguna escala
y que así vos pudieras saber
cuánto me pesa la distancia,
cómo me abruma el tiempo,
por qué me quedo callada.
El filo de tu lejanía
Sandra Álvarez
Lo corto de mis faldas no ayuda a que tus recuerdos se queden conmigo,
quimeras sangrantes desnudan mi cuerpo de todo lo que nunca has sido.
Ayúdame, permíteme esconder mi cuerpo entre tus rodillas
contorsionarle los átomos al miedo
contarte que mis lobas incendiarias
llevan meses haciendo planes que todavía te incluyen.
Sé perfecto que somos dos personas enhebradas en el destino de no ser
sin embargo, eres la única diosa que se antecede a las lluvias
siendo el cielo dibujado con tizas azules del diluvio.
quimeras sangrantes desnudan mi cuerpo de todo lo que nunca has sido.
Ayúdame, permíteme esconder mi cuerpo entre tus rodillas
contorsionarle los átomos al miedo
contarte que mis lobas incendiarias
llevan meses haciendo planes que todavía te incluyen.
Sé perfecto que somos dos personas enhebradas en el destino de no ser
sin embargo, eres la única diosa que se antecede a las lluvias
siendo el cielo dibujado con tizas azules del diluvio.
Antes de las causas
Sandra Álvarez
Dos relojes corriendo hacia atrás para coincidir:
nos conocimos en ese mundo irreverente
creador de realidades alternativas
silvestre refugio de peces inhumanos.
Aún no lo sabíamos,
pero ya habíamos firmado para aceptar una muerte por amor
una historia sin personajes
una realidad sin definir
inseparable de mis mentiras.
nos conocimos en ese mundo irreverente
creador de realidades alternativas
silvestre refugio de peces inhumanos.
Aún no lo sabíamos,
pero ya habíamos firmado para aceptar una muerte por amor
una historia sin personajes
una realidad sin definir
inseparable de mis mentiras.
Las divisiones del reloj y de otras cosas
Sandra Álvarez
No sé las horas
si con cada una de tus veces detienes más mi tiempo y mi reloj.
Tú eres mi necesidad y mi salvajismo;
el escribirme en la piel
cuando el papel escasea en el mundo,
el perseguir incansablemente los mismos lugares.
si con cada una de tus veces detienes más mi tiempo y mi reloj.
Tú eres mi necesidad y mi salvajismo;
el escribirme en la piel
cuando el papel escasea en el mundo,
el perseguir incansablemente los mismos lugares.
El inicio del arcoiris
José Rodrigo
Una vida he pasado buscando el inicio del arcoíris.
Allí busco, donde los árboles nacen y se yerguen como esfinges
de entre la sequedad de la tierra.
Buscando voy entre las ramas, entre las sombras que proyectan las hojas unas a otras
cuando se anteponen por el leve soplido del aire.
Busco en el agua naciente de los hontanares,
cuando su espesura produce los sonidos más delicados, casi silenciosos, de la belleza.
Busco, todavía, mientras sospecho que debe ser en el filo de los pastizales amarillentos
o en la infinitud de un fondo de pozo perdido,
desdibujado de todos los lugares,
como si fuera ningún lugar oculto por la maleza exagerada.
Allí busco, donde los árboles nacen y se yerguen como esfinges
de entre la sequedad de la tierra.
Buscando voy entre las ramas, entre las sombras que proyectan las hojas unas a otras
cuando se anteponen por el leve soplido del aire.
Busco en el agua naciente de los hontanares,
cuando su espesura produce los sonidos más delicados, casi silenciosos, de la belleza.
Busco, todavía, mientras sospecho que debe ser en el filo de los pastizales amarillentos
o en la infinitud de un fondo de pozo perdido,
desdibujado de todos los lugares,
como si fuera ningún lugar oculto por la maleza exagerada.
Yorick
José Rodrigo
Antes, ellos, nosotros, también reíamos.
Antes, ellos, nosotros, también podíamos.
Solíamos correr por los prados con dirección al sol
y había momentos en que…
y había momentos en que…
¿te acuerdas, Hamlet?
Momentos en que el sol ya nos llevaba,
nos elevaba ya a su luz,
y quién sabe con qué felicidad hermosa y sudorosa
nos devolvía a nosotros.
En la primera abducción acordamos el silencio,
pero eso no fue impedimento para advertir sonrientemente el nuevo brillo en las cosas.
Antes, ellos, nosotros, también podíamos.
Solíamos correr por los prados con dirección al sol
y había momentos en que…
y había momentos en que…
¿te acuerdas, Hamlet?
Momentos en que el sol ya nos llevaba,
nos elevaba ya a su luz,
y quién sabe con qué felicidad hermosa y sudorosa
nos devolvía a nosotros.
En la primera abducción acordamos el silencio,
pero eso no fue impedimento para advertir sonrientemente el nuevo brillo en las cosas.
A prueba y error
Nuestros clásicos
Hugo Hiriart
En la mayoría de los casos, decía Graham Greene, no es que Shakespeare sea un gran poeta en el sentido usualmente aceptado de la palabra, sino lo que logra es decir la frase correcta en el momento correcto, con precisión matemática, como si este asombroso dramaturgo pudiera pesar sus palabras sobre la naturaleza humana en una balanza sensible a fracciones de miligramo.
¿Cómo lo logró? Nadie lo sabe, pero sin duda, grandemente lo ayudó esa absoluta capacidad de despersonalización que, a la hora de trabajar, siempre tuvo: Shakespeare nunca opina, no se sabe nunca qué piensa, si algo piensa, ni qué cree, si algo cree. Completo silencio en la materia: su imparcialidad es absoluta, jamás toma partido.
¿Cómo lo logró? Nadie lo sabe, pero sin duda, grandemente lo ayudó esa absoluta capacidad de despersonalización que, a la hora de trabajar, siempre tuvo: Shakespeare nunca opina, no se sabe nunca qué piensa, si algo piensa, ni qué cree, si algo cree. Completo silencio en la materia: su imparcialidad es absoluta, jamás toma partido.