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Una de vaqueros
El pacto
Enrique González Rojo Arthur
El señor Sóstenes Malaparte llegó a pensar hasta en el suicidio. Y no era para menos. Su problema es que nació mal dotado de la parte del cuerpo que ustedes saben. Casi casi podría decirse que tenía todas las cualidades del mundo, menos esa. O bien vistas las cosas: menos dos: la que dije y la valentía que es la cualidad que hay que poner en juego para salir del mundo motu proprio. Atraía a las mujeres por su plática florida, su agilidad mental, sus ojos aniñados de pupilas acariciantes, sus manos suaves y nerviosas; pero a la hora de la verdad, que se presentaba demasiado pronto según sus gustos, resultaba un desencanto para ellas y una frustración para él. Por eso una buena parte de la adolescencia y del inicio de la madurez fue triste, amarga, opresiva, lo que lo condujo a pensar en el suicidio. Pero el destino, que a veces se halla inspirado, hizo que conociera a la señorita Esperanza Segura, una provinciana que, por lo menos en apariencia, no era demasiado exigente o ambiciosa en cuestiones de cama, ya que el primer mandamiento de su decálogo era: “hay que conformarse con lo que Dios nos da”. Estaban creadas así las condiciones para que pasara lo que tendría que pasar y pasó: el señor Malaparte y la señorita Segura contrajeron nupcias. El matrimonio le trajo la felicidad a ella —en la medida en que un matrimonio le puede traer la felicidad a alguien—, pero no a él. Y no hace falta tener mucha imaginación para saber los motivos.
Fanatismo de altura
Enrique González Rojo Arthur
Me llama la atención que me inviten. ¿Por qué desean estos místicos y gentes de iglesia que en su Congreso haya una persona como yo? No tengo para ello una respuesta precisa e indudable, pero sospecho que se quieren presentar como abiertos y liberales, y un individuo como yo, ateo recalcitrante, les cae de perlas. En una palabra, me pretenden utilizar. Esto último me tiene sin cuidado si lo comparo con la gran oportunidad que el Congreso le ofrece a mi curiosidad para conocer de viva voz las concepciones actuales de las diferentes religiones y credos y cómo polemizan entre sí.
Me detengo frente al enorme edificio. Vuelvo los ojos hacia arriba, recorro las ventanas, y advierto que el rascacielos se pierde en las nubes. Entro en la majestuosa construcción y me dirijo con presteza a la ventanilla de Informes a preguntar dónde se hallan los elevadores, ya que voy al Congreso sobre las creencias religiosas de la actualidad que, según me habían aclarado, tendría lugar en el último piso.
Me detengo frente al enorme edificio. Vuelvo los ojos hacia arriba, recorro las ventanas, y advierto que el rascacielos se pierde en las nubes. Entro en la majestuosa construcción y me dirijo con presteza a la ventanilla de Informes a preguntar dónde se hallan los elevadores, ya que voy al Congreso sobre las creencias religiosas de la actualidad que, según me habían aclarado, tendría lugar en el último piso.
Generaciones
Ernesto Tancovich
El tren Zárate–Ballester tortugueaba más que de costumbre, deteniéndose cada dos por tres debido a desperfectos de locomotora, señales o vías. Yo intentaba leer, sobreponiéndome al reguetón que machacaba dos asientos atrás. Vencido, cerré el libro. El hombre que tenía sentado enfrente me miró con la expresión del que pone proa para hablar.
—¿Carl Schmitt, eh?, —dijo, señalando la tapa.
El concepto de lo político. Alguien me había dicho que era preciso leerlo para entender lo que pasaba en el país.
—Si yo le dijera dónde entendí la ley general de la historia se va a sorprender. No en Marx ni en Spengler ni en ninguno de esos. Al Schmitt este ni de nombre lo conocía ¿Le molesta que fume?
—¿Carl Schmitt, eh?, —dijo, señalando la tapa.
El concepto de lo político. Alguien me había dicho que era preciso leerlo para entender lo que pasaba en el país.
—Si yo le dijera dónde entendí la ley general de la historia se va a sorprender. No en Marx ni en Spengler ni en ninguno de esos. Al Schmitt este ni de nombre lo conocía ¿Le molesta que fume?
Juguetes de polvo
Salvador Ángeles Herrera
La miraba como una niña de tantas, no tenía mucha diferencia. Cuando has estado tanto tiempo aquí te vas cansando, el espíritu se te va volviendo como una tela pesada que va cubriendo todo, en ocasiones ni siquiera te deja respirar. Te vas acostumbrando a mirar las imperfecciones, no las integridades. El “negocio” te enseña las virtudes como nimiedades y las particularidades se convierten en defectos. Niños inquietos que están a un paso de convertirse en pubertos inquietos. Traté durante varios años de permanecer en la línea de en medio, sin dejarme llevar por los sentimientos, pero tampoco convertirme en un ser frio e indiferente… al final no pude.
Salvaje es el viento
Rudy Tolentino
Las carcajadas de los niños llegaban en sordina hasta oídos de Ramón Magos. Precisamente aquel día estuvieron infames. Subieron en tropel a la sala, Rodrigo y Yeye arrebatándose el primer lugar de la carrera. Atrás la vocecita de Cati acompañaba el escándalo, excitadísima por la locura que traían sus hermanos. En otras circunstancias Ramón les habría reclamado que pusieran así a la niña. Habría gritado: ¡Que la chingada! ¡Luego la niña no puede dormir por las fiebres que le provocan! Pero era justo lo que Cati adoraba, que sus hermanos la pusieran a girar. El asunto es que vinieron corriendo hasta Ramón, el señor absorto ante un partido de futbol en la televisión sin audio y quien apenas distrajo la mirada para reconocer aquella presencia pueril.
La muerte chiquita
Si no me encuentran
Fausto Leyva
busquen en el piso
entre las latas de cerveza
por debajo de las colillas de cigarro
verán que soy parte de la desgracia
de lo que lumbre fue
y ahora ni restos quedan
si hay sol
penosamente no me hallarán
porque estaré en la sombra
o tal vez más abajo
en las rutinas del hambre
en la penumbra de las cañerías
entre ratas y otras desafortunadas especies
y si la cosa no es tan jodida:
eclipsado por una mujer
entre las latas de cerveza
por debajo de las colillas de cigarro
verán que soy parte de la desgracia
de lo que lumbre fue
y ahora ni restos quedan
si hay sol
penosamente no me hallarán
porque estaré en la sombra
o tal vez más abajo
en las rutinas del hambre
en la penumbra de las cañerías
entre ratas y otras desafortunadas especies
y si la cosa no es tan jodida:
eclipsado por una mujer
Los hospitales me aburren
Fausto Leyva
mi abuela está internada en uno
y la cuido por el momento
la vecina cama 203 está muriendo
los médicos electrocutan su pecho
los enfermeros no se inmutan
otros cuentan chistes
mi abuela está dormida
nada la perturba
la vecina
cama 201
pide que le ayuden a sentarse
un camillero con voz dulce se niega
“usted solita puede, madre”
¡madre te hace falta!
y la cuido por el momento
la vecina cama 203 está muriendo
los médicos electrocutan su pecho
los enfermeros no se inmutan
otros cuentan chistes
mi abuela está dormida
nada la perturba
la vecina
cama 201
pide que le ayuden a sentarse
un camillero con voz dulce se niega
“usted solita puede, madre”
¡madre te hace falta!
Serie I
Mar Ruiz
I
El canto de los pájaros develó la noche
en el pueblo ya no se escuchó la voz de mi madre.
Entre las vías secas
envejeció su respiración,
viajera desde el nacimiento
decidió caminar con la niebla bajo sus pies.
Dejó raíces en el musgo de la casa
se llevó la sed del pájaro y su canto,
esa sed de semilla que deshila flores blancas.
El canto de los pájaros develó la noche
en el pueblo ya no se escuchó la voz de mi madre.
Entre las vías secas
envejeció su respiración,
viajera desde el nacimiento
decidió caminar con la niebla bajo sus pies.
Dejó raíces en el musgo de la casa
se llevó la sed del pájaro y su canto,
esa sed de semilla que deshila flores blancas.
Tiene su chiste
El creador
Diego Alba
En el centro de la galería, la diosa de ébano acapara todas las miradas, arranca suspiros con sus curvas sensuales.
Mientras los ricachones enloquecen admirando sus rasgos exóticos y compiten por hacerla suya, ella solo tiene ojos para el viejo de rostro arrugado, melena gris y manos callosas...
Mientras los ricachones enloquecen admirando sus rasgos exóticos y compiten por hacerla suya, ella solo tiene ojos para el viejo de rostro arrugado, melena gris y manos callosas...
El fin del asombro
Diego Alba
En medio de la plaza de esta ciudad, se materializó, de la nada, un ángel celestial. Su increíble blancura contrastaba con el paisaje gris mugriento. Permaneció parado en el centro, estático, observando con incredulidad la decadencia de nuestra sociedad.
Desde lo alto de su figura, buscaba un ser que mereciera ser salvado del inminente final. Una multitud se congregó a su alrededor.
Desde lo alto de su figura, buscaba un ser que mereciera ser salvado del inminente final. Una multitud se congregó a su alrededor.
Vivo
Antonio Medina Padilla
…un buen día ya no pude más, me estaba volviendo loco, quería salir corriendo, respirar aire fresco: empecé a gritar, a golpearme, me azoté con todo lo que pude, golpeé mi cara con mis propias manos; reía, lloraba, decía cosas absurdas y, en ese estado de catarsis, comencé a masturbarme. En ese dolor había encontrado algo: placer. Un placer único que nunca antes había experimentado; el del dolor que nos recuerda que estamos vivos, mezclado con el del orgasmo que nos lleva momentáneamente cerca de la muerte.
Por si fuera poco
Un aventurero con escrúpulos ideológicos
Gustavo Sáenz
[...] la segunda vez que viajé a Cuba, en enero de 1969, fue desviando un avión comercial de Aerolíneas Peruanas que abordé en Guayaquil (venía de Montevideo e iba a Miami) a punta de pistola en protesta por la masacre del 2 de octubre de 1968 que cometió el gobierno criminal de Díaz Ordaz, y no me fue bien porque los cubanos siempre, y eso sí lo puedo afirmar, nunca dieron un apoyo, así como lo dieron a otros revolucionarios de América latina, a los guerrilleros mexicanos. El gobierno de Fidel Castro en ese sentido mantuvo un acuerdo cómplice y vergonzante con el gobierno de México, de tal manera que cuando llegué en esa situación pues era un personaje incómodo. No sabían qué hacer conmigo...