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Una de vaqueros
La ejecución
Plácido Romero
–¡Vamos! –gritó el guardián.
Fiódor se levantó por fin. Estaba destrozado. Buscó con la mirada al viejo decembrista, que permanecía acurrucado en su rincón, todavía medio adormilado.
–Han leído mi nombre –le susurró.
El anciano le miró sosegado.
–Ya le dije lo que pasaría, Fiódor Mijáilovich, ya se lo dije. No se preocupe, no se preocupe.
–Han leído mi nombre –repitió.
–¡Vamos! ¡Rápido!
Lanzó una última mirada al viejo preso: él también había pasado por aquello y allí estaba. Fiódor fue el último en abandonar la celda. –¡Vamos! –gritó el guardián.
Fiódor se levantó por fin. Estaba destrozado. Buscó con la mirada al viejo decembrista, que permanecía acurrucado en su rincón, todavía medio adormilado.
–Han leído mi nombre –le susurró.
Fiódor se levantó por fin. Estaba destrozado. Buscó con la mirada al viejo decembrista, que permanecía acurrucado en su rincón, todavía medio adormilado.
–Han leído mi nombre –le susurró.
El anciano le miró sosegado.
–Ya le dije lo que pasaría, Fiódor Mijáilovich, ya se lo dije. No se preocupe, no se preocupe.
–Han leído mi nombre –repitió.
–¡Vamos! ¡Rápido!
Lanzó una última mirada al viejo preso: él también había pasado por aquello y allí estaba. Fiódor fue el último en abandonar la celda. –¡Vamos! –gritó el guardián.
Fiódor se levantó por fin. Estaba destrozado. Buscó con la mirada al viejo decembrista, que permanecía acurrucado en su rincón, todavía medio adormilado.
–Han leído mi nombre –le susurró.
Pez dorado
Miguel Roldán
En el salón de clases teníamos una pecera redonda con un pez dorado adentro. La había llevado la señorita Mansur. Yo le daba de comer al pez todas las mañanas y todas las tardes. Sin que nadie me viera. Porque nadie más lo hacía.
El salón de clases daba a un patio pequeño con una jardinera terrosa donde jugábamos a las canicas. Era cuarto de primaria y a mis amigos les gustaban las canicas y a mí escribir. Y como yo quería gustarles a mis amigos, jugaba a las canicas con ellos. Nadie quería hacer equipo conmigo. No tenía nada de puntería. Verme jugar era penoso: un niño gordo al que se le asomaba el inicio de las nalgas al agacharse y su grasa abdominal lo hacía sudar por cualquier esfuerzo [...]
El salón de clases daba a un patio pequeño con una jardinera terrosa donde jugábamos a las canicas. Era cuarto de primaria y a mis amigos les gustaban las canicas y a mí escribir. Y como yo quería gustarles a mis amigos, jugaba a las canicas con ellos. Nadie quería hacer equipo conmigo. No tenía nada de puntería. Verme jugar era penoso: un niño gordo al que se le asomaba el inicio de las nalgas al agacharse y su grasa abdominal lo hacía sudar por cualquier esfuerzo [...]
Soñando despierta
Graciela Matrajt
Esa mañana tenía que ir al laboratorio a recoger los resultados de unos análisis. El día estaba fresco pero soleado e invitaba a caminar. Así que en vez de ir en bicicleta como solía hacerlo, preferí caminar un poco sobre el malecón y bordear el agua. Me habían dicho que los resultados no estarían listos antes de las 2:30 y eran las 11:40, así que tenía tiempo para caminar. En el trayecto, que conocía de memoria porque era también la ruta hacia mi trabajo, me topé con un café que no había notado antes, quizás porque pasaba rápido con mi bicicleta y no había prestado atención. El olor a café me invitó a entrar y cuando estuve dentro fui a la terraza para disfrutar del sol [...]
Un ballet para el señor F.
Eduardo Omar Honey Escandón
—Pues es así como mi representado, el señor F, pide que cumpla con la solicitud.
Estábamos en transmisión mundial. El acto era parte de la disculpa que se le debía al señor F por atentar contra sus derechos. Antes la abogada había expuesto el caso. Todo empezó cuando mi antecesor rechazó la solicitud del señor F para participar en el montaje de una obra. La situación trascendió y en una entrevista de banqueta le preguntaron «Licenciado, ¿por qué razón no aceptó la solicitud? ¿Porque es el señor F?» Y se fue de lengua en esa memorable declaración: «Claro que es por el señor F: con semejante estatura y cuerpo, es una abominación ponerlo al lado de nuestra prima ballerina...» seguido de una explicación de la importancia de la figura y los años de práctica para un bailarín de ballet.
Estábamos en transmisión mundial. El acto era parte de la disculpa que se le debía al señor F por atentar contra sus derechos. Antes la abogada había expuesto el caso. Todo empezó cuando mi antecesor rechazó la solicitud del señor F para participar en el montaje de una obra. La situación trascendió y en una entrevista de banqueta le preguntaron «Licenciado, ¿por qué razón no aceptó la solicitud? ¿Porque es el señor F?» Y se fue de lengua en esa memorable declaración: «Claro que es por el señor F: con semejante estatura y cuerpo, es una abominación ponerlo al lado de nuestra prima ballerina...» seguido de una explicación de la importancia de la figura y los años de práctica para un bailarín de ballet.
Un día excitante
Eduardo Omar Honey Escandón
Hoy toca. Es el día correcto, el que llega de súbito, que sin esperarse ya se percibía por alguna feromonas que deambulaba por allí. Así que sin pensarle mucho, porque ni hay cerebro, se siente el amor en el ambiente.
Nuestro héroe de hoy, un archirecontrarreconocido pepino de mar, al que llamaremos Anónimo para evitar suspicacias o molestias por parte de parientes cercanos o remotos, tanto por distancia como por cladograma. Eso incluye el erizo de mar que anda cerquita, por allá, encaramado en el borde de esa roca, muy entretenido decidiendo si avanza o no. También, aunque algo distante, tenemos que señalar a la estrella de mar algo más a la derecha que prefiere alejarse del reflector de esta narración. Es voraz y prefiere pisar el acelerador para acercarse a un gastrópodo que ha puesto el pie en polvorosa
Nuestro héroe de hoy, un archirecontrarreconocido pepino de mar, al que llamaremos Anónimo para evitar suspicacias o molestias por parte de parientes cercanos o remotos, tanto por distancia como por cladograma. Eso incluye el erizo de mar que anda cerquita, por allá, encaramado en el borde de esa roca, muy entretenido decidiendo si avanza o no. También, aunque algo distante, tenemos que señalar a la estrella de mar algo más a la derecha que prefiere alejarse del reflector de esta narración. Es voraz y prefiere pisar el acelerador para acercarse a un gastrópodo que ha puesto el pie en polvorosa
Los teros
Juan Luis Henares
Todo comenzó con mi gusto por las máquinas; desde pequeño me apasionaron las que, provistas de un motor, tenían movimiento propio. Fuera en la calle, en las revistas o en la pantalla del televisor, mis ojos azorados se posaban en ellas: la imaginación volaba al ver autos, colectivos, camiones, motos, tranvías, trenes, lanchas y barcos. Rumbo a la casa de mis abuelos maternos en Santa Fe a fines de los sesenta, cruzábamos en balsa el río Paraná, y el trasladarnos en esa gigantesca embarcación llena de autos y camiones se convertía en la más fantástica aventura que podía vivir en esos años [...]
Día de la Marina
J.R. Spinoza
Pasé por mamá a las siete en punto. Había rentado un traje para la ocasión y mandé a lavar el auto. Me bajé del vehículo y toqué el timbre armado con un ramo de rosas.
Ella vestía una blusa azul rey con un grueso cinturón café y falda negra. Su cabello recogido. Parecía haberse peinado en algún salón. Lo tenía casi todo blanco, no se lo pintaba desde que murió papá.
—Hoy no es día de las madres —me dijo, con esa mirada de rayos x, que usaba cuando niño para ver a través de mis mentiras.
—No lo es, es 1 de junio, Día de la Marina.
Le sostuve la mirada, y aunque lo intento, no pudo ver a través de mí. Yo sonreí complacido y la tomé del brazo. Caminamos hasta la puerta del copiloto, donde le abrí para que subiera.
—¿A dónde vamos? —dijo después de que yo encendiera el auto.
Ella vestía una blusa azul rey con un grueso cinturón café y falda negra. Su cabello recogido. Parecía haberse peinado en algún salón. Lo tenía casi todo blanco, no se lo pintaba desde que murió papá.
—Hoy no es día de las madres —me dijo, con esa mirada de rayos x, que usaba cuando niño para ver a través de mis mentiras.
—No lo es, es 1 de junio, Día de la Marina.
Le sostuve la mirada, y aunque lo intento, no pudo ver a través de mí. Yo sonreí complacido y la tomé del brazo. Caminamos hasta la puerta del copiloto, donde le abrí para que subiera.
—¿A dónde vamos? —dijo después de que yo encendiera el auto.
La muerte chiquita
Estando juntos
Eduardo Magoo Nico
En los antiguos tiempos
La tierra nos ignoraba tanto o más que hoy
En cuerpos que temen ya la tumba
He encontrado la vida que anhela la vida
Aunque aquí no haya tumbas...
Yo nos veo danzando con nuestros hijos
En el espejo del agua
La mano en la mano
Jugando sin saberlo
La tierra nos ignoraba tanto o más que hoy
En cuerpos que temen ya la tumba
He encontrado la vida que anhela la vida
Aunque aquí no haya tumbas...
Yo nos veo danzando con nuestros hijos
En el espejo del agua
La mano en la mano
Jugando sin saberlo
El pulpo, a la gallega
Eduardo Magoo Nico
La infelicidad es sin dudas
Una enfermedad contagiosa
Los infelices y los pobres
Deberían apartarse los unos de los otros
Para evitar mayores sufrimientos
La Móvil Figura se dejará ver
Tan solo en el mundo que vendrá
Después de ella
Una verdadera rebelión de la ligereza
(Contra la ley)
Asolará el mundo
Una enfermedad contagiosa
Los infelices y los pobres
Deberían apartarse los unos de los otros
Para evitar mayores sufrimientos
La Móvil Figura se dejará ver
Tan solo en el mundo que vendrá
Después de ella
Una verdadera rebelión de la ligereza
(Contra la ley)
Asolará el mundo
Tiene su chiste
Caza mayor
Raúl Garcés Redondo
Éramos uno más en la escuela. Lo que ocurre es que el fotógrafo se empeñó en que debía aparecer también la iglesia y, al mover la cámara, sacó al pobre Mateo de la foto. A Braulio, que estaba a su lado, no le cortó la cabeza de milagro. Y es que don Esteban decía que la parroquia de San Pedro era una joya del Románico. A nosotros, por aquel entonces, solo nos interesaba subir a la torre para coger palomas. Todos los niños regresábamos triunfantes salvo Mateo que bajaba siempre con las manos vacías. Para frenar las burlas de las que era objeto, cierto día nos espetó:
- Las palomas son poco para mí. Yo conseguiré algo mucho mejor.
- Las palomas son poco para mí. Yo conseguiré algo mucho mejor.