|
Una de vaqueros
Ay, las palabras
Enrique González Rojo Arthur
En esa banca, en ésa, me voy a sentar. Y dicho y hecho, en ella me siento a meditar en lo que me acaba de suceder. La llamada telefónica que recibí en mi departamento, me generó tal trastorno que, como si tuviera lugar un abrupto cambio de temperatura a varios grados menos cero, no dejo de temblar. En esa banca voy a sentarme para ver si me tranquilizo. Al mismo tiempo de arrojarme a la banca del parque, veo al hombrecillo que sale de su casa. Camina tortuosamente como si Baco fuera su lazarillo y acaba por sentarse junto a mí. Dejo de pensar en él y vuelvo a la llamada telefónica. No lo puedo creer: la voz resucitada se me mete hasta los entresijos. Reconocí su timbre y su inconfundible sonsonete.
¿Por qué rueda sola esa carreta?
Medardo Maza Dueñas
“...Una vez un a piedra se desprendió de una pendiente y atrapó en su cueva a un orco. Como el orco no pudo salir, el trasgo que colectaba para él los impuestos de debajo de una carreta abandonada decidió que sería el nuevo rey.
El rey trasgo robó a los niños menores de todas las familias leprechaun, para pincharlos en un collar y colgárselos al dormir, porque temía mucho a las voces de la oscuridad.
Las madres leprechaun, llorando por sus hijos enhebrados, a un señor brownie borracho y gruñón que vivía en la rueda loca de la carreta que giraba sin ir a ninguna parte, le ofrecieron toda la leche de sus ratones para que liberara a sus pequeños.
El rey trasgo robó a los niños menores de todas las familias leprechaun, para pincharlos en un collar y colgárselos al dormir, porque temía mucho a las voces de la oscuridad.
Las madres leprechaun, llorando por sus hijos enhebrados, a un señor brownie borracho y gruñón que vivía en la rueda loca de la carreta que giraba sin ir a ninguna parte, le ofrecieron toda la leche de sus ratones para que liberara a sus pequeños.
Cuando la pistola cayó al suelo
Ireri Finn
La perilla no había sido forzada. La puerta estaba entreabierta. Los dos hombres de traje oscuro entraron sigilosamente al apartamento intercambiando miradas. Ramiro, el de la corbata desarreglada, acarició con los dedos el arma que escondía bajo el saco, mientras que Ernesto, su compañero, miraba hacia ambos lados de la habitación tratando de acomodar con los ojos tanto desorden: cajones abiertos, ropa tirada en el suelo, la puerta del congelador goteando y el foquito intermitente del baño a punto de fundirse.
Un gato flacucho y despeinado, muy seguro de sí mismo, se acercó hasta los hombres. Ramiro quiso acariciarlo, pero el animal peinó las orejas hacia atrás y, enseñándole los dientes, hizo un sonido rasposo y agresivo. Ernesto sonrió y miró a su amigo a los ojos, luego sintió vergüenza y bajó la vista hacia la alfombra.
Un gato flacucho y despeinado, muy seguro de sí mismo, se acercó hasta los hombres. Ramiro quiso acariciarlo, pero el animal peinó las orejas hacia atrás y, enseñándole los dientes, hizo un sonido rasposo y agresivo. Ernesto sonrió y miró a su amigo a los ojos, luego sintió vergüenza y bajó la vista hacia la alfombra.
El río
Miguel Pérez
Veo un punto de luz que se aleja, está cada vez más alto. Me rodea la oscuridad, hace frío. Siento que me jalan más profundo. Desciendo al fondo, al fango.
Me advirtieron que no escribiera de “ellos”. Que no me fuera por “esa” línea. Pero soy periodista. Eso hago, investigo, documento y publico.
Trabajo en un pequeño periódico local. Eso no le resta valor a lo que hago, por lo menos para mí significa todo, es mi profesión y la tomo muy en serio.
Me advirtieron que no escribiera de “ellos”. Que no me fuera por “esa” línea. Pero soy periodista. Eso hago, investigo, documento y publico.
Trabajo en un pequeño periódico local. Eso no le resta valor a lo que hago, por lo menos para mí significa todo, es mi profesión y la tomo muy en serio.
La grieta
René Ostos
Leía con solicitud cuando un sonido como el que hacen las hormigas al caminar, me apartó de mi lectura --¿no odias que eso pase?-- Busqué aquí y allá, con la mirada, el origen del tap top top tap tap top que me perturbaba y, después de varias horas de búsqueda, de remover pilas y pilas de mis preciados libros y un par de plantas secas que olvidé que tenía, mis ojos se clavaron en la pared.
Ahí estaba ¡la maldita!, ¡la intrusa!, justo detrás de Negaciones de Enoch Soames. Aprovechando el aislamiento que a su crujir habían proporcionado los libros, una grieta se había hospedado en el muro, amenazaba con extenderse y no irse jamás. Le lancé una mirada cargada de odio. --Qué haces aquí? ¿Quién te invitó? ¿Qué no ves que estoy leyendo La historia de Élheazzar? ¡Largo! ¡Interrumpes mi lectura!— Le grité, mas no se alteró. Fue entonces que decidí acosarla como a una presa. Monté guardia frente a ella sin apartar los ojos de su accidentada extensión; permanecí en silencio, casi sin pestañear, midiéndola con la mirada. Tic tac, el reloj caminaba lentamente, tic tac, parecía arrastrar sus manecillas somnolientas, tic tac, contagiándome el sopor, tic tac ¿cuánto hace que no duermo? quizá cuatro o cinco días Tic tac tic tac tic tac…y tras varias horas de acosarla me quedé dormido.
Ahí estaba ¡la maldita!, ¡la intrusa!, justo detrás de Negaciones de Enoch Soames. Aprovechando el aislamiento que a su crujir habían proporcionado los libros, una grieta se había hospedado en el muro, amenazaba con extenderse y no irse jamás. Le lancé una mirada cargada de odio. --Qué haces aquí? ¿Quién te invitó? ¿Qué no ves que estoy leyendo La historia de Élheazzar? ¡Largo! ¡Interrumpes mi lectura!— Le grité, mas no se alteró. Fue entonces que decidí acosarla como a una presa. Monté guardia frente a ella sin apartar los ojos de su accidentada extensión; permanecí en silencio, casi sin pestañear, midiéndola con la mirada. Tic tac, el reloj caminaba lentamente, tic tac, parecía arrastrar sus manecillas somnolientas, tic tac, contagiándome el sopor, tic tac ¿cuánto hace que no duermo? quizá cuatro o cinco días Tic tac tic tac tic tac…y tras varias horas de acosarla me quedé dormido.
Antesala
René Ostos
—Va a llover.
—No, no va a llover.
—Claro que sí, mira las nubes, están cargadas.
—Pero si ni hay nubes.
—Aquí no, pero mira hacia la sierra, el cielo se ve negro y hay viento.
—Si el viento soplara, mecería las ramas de los árboles.
—No se mueven de lo secas que están.
—Recuéstate, Mateo, ya te volvió la fiebre.
—Va a llover, estoy seguro.
—No, no va a llover.
—Claro que sí, mira las nubes, están cargadas.
—Pero si ni hay nubes.
—Aquí no, pero mira hacia la sierra, el cielo se ve negro y hay viento.
—Si el viento soplara, mecería las ramas de los árboles.
—No se mueven de lo secas que están.
—Recuéstate, Mateo, ya te volvió la fiebre.
—Va a llover, estoy seguro.
La muerte chiquita
Campo y desierto (poema en prosa)
David Huerta
El campo estaba desnudo de verdores. Pasaba por su momento-Sahara, por su semana líbica. Era ártico, antártico, góbico. Camellos lo orlaban con jorobas y talento para la sed duradera.
Los catoblepas dormían como gorriones debajo del ala izquierda del Sol. Los basiliscos se enguantaban y se acicalaban como travestís holandeses para ir a pasear por la ribera del Nilo
Los catoblepas dormían como gorriones debajo del ala izquierda del Sol. Los basiliscos se enguantaban y se acicalaban como travestís holandeses para ir a pasear por la ribera del Nilo
Su hermano (poema en prosa)
David Huerta
La huella del sudor no debía distraerlo al inclinarse sobre el rostro muerto, el remate de ese organismo inmóvil, el cuerpo distendido y acostado boca arriba sobre la inercia de la tierra. Debía concentrarse en registrar cada uno de los rasgos: la nariz ancha y picada de viruela, los labios delgados y ya azulosos, el dibujo firme de las cejas, los párpados ligeramente hinchados, las arrugas de la frente ahora en trance de alisarse por el rigor de la muerte.
El prícipe y el secretario (poema en prosa)
David Huerta
Alcanzadas por escopetas de caza
tres palomas cayeron a tierra
la bandada continuó no obstante su vuelo...
tres palomas cayeron a tierra
la bandada continuó no obstante su vuelo...
Conejo en fuga
Iliana Rodríguez
1
Un charco en la avenida:
nubes, árboles, pájaros,
flamantes edificios.
Quisiera cruzar su umbral,
transitar a ese mundo
mejorado.
2
¿Qué me encontraría
tras el umbral del agua?
¿Sombras
de árboles, fantasmas
de nubes,
espejismos de aves?
¿Espectros
de edificios?
Un charco en la avenida:
nubes, árboles, pájaros,
flamantes edificios.
Quisiera cruzar su umbral,
transitar a ese mundo
mejorado.
2
¿Qué me encontraría
tras el umbral del agua?
¿Sombras
de árboles, fantasmas
de nubes,
espejismos de aves?
¿Espectros
de edificios?
La muerte de la flor enamorada
Xhevdet Bajraj
Al regresar a casa con la niebla de la mañana
el cielo olía a marihuana encendida
una flor a la mitad del campo de la vida y la muerte
roja como la sangre
el cielo olía a marihuana encendida
una flor a la mitad del campo de la vida y la muerte
roja como la sangre
Estremecimiento
Xhevdet Bajraj
Se derrama la lluvia de negros pensamientos
con periódicos atrasados bajo el brazo
más pequeño que una brizna de recuerdo
aferrado al paraguas abierto
regreso a casa
con periódicos atrasados bajo el brazo
más pequeño que una brizna de recuerdo
aferrado al paraguas abierto
regreso a casa
El marinero y el mar
Alma Delia Delgado Cid de León
Frente al mar
un viejo marinero cuenta historias
un viejo marinero cuenta historias
Al otro lado del muro
Carolina Alvarado
Mi abuelo era un hombre simple,
un mortal en toda la extensión de la palabra:
disfrutaba del caldo de res como cualquiera,
y compartía el oficio del crucificado,
no el de pregonar la palabra de Dios,
sino aquel que resucita la madera de un árbol muerto.
un mortal en toda la extensión de la palabra:
disfrutaba del caldo de res como cualquiera,
y compartía el oficio del crucificado,
no el de pregonar la palabra de Dios,
sino aquel que resucita la madera de un árbol muerto.
Armonía
Abril Albarrán
La armonía que anhelo
en el destierro sordo
de mi interior
dispara las palabras
que me dibujan
en la realidad.
en el destierro sordo
de mi interior
dispara las palabras
que me dibujan
en la realidad.
Depuración (hasta el tuétano de mis huesos)
René Ostos
Lo sé,
sudor con sudor se lava,
pero lo que yo tengo
sudor con sudor se lava,
pero lo que yo tengo
A prueba y error
Olfateando el sentido
Ireri Campos
Como todos los días, te subes en un vagón del metro y de repente percibes el bouquet del sudor extremo; no obstante, de las docenas de personas que allí viajan, no logras descubrir a quién pertenece la pestilencia. A ver, responde: ¿Quién de las 4 chicas que están sentadas junto a ti esperando la entrevista de trabajo huele a perfume de frutas? ¿Cuál de los diez bebés de la sala de maternidad es el que tiene caca en el pañal? ¿Cuál de todas las casas de mi calle es la culpable de una fuga de gas? ¡Ajá! El olfato es un sentido rápido y envolvente, pero poco certero para atinar a primera olida, de dónde procede un hedor. ¿A poco no? Pasamos por una calle y de pronto el olfato “pesca” el aroma a tacos al pastor, pero por más que volteamos no localizamos el puesto. ¡¿Y ahora qué hacemos con esta hambre que se nos despertó?!
Antonio Machado, la profundidad de lo sencillo
Ireri Campos
La sencillez es cualidad de almas buenas; de espíritus puros capaces de nombrar al mundo entero en una sola palabra y convertir lo complicado en natural. Es, al mismo tiempo, el niño interno y el viejo sabio describiéndonos la vida…
Antonio Machado era un hombre sencillo, un humilde maestro rural que logró a través de su poesía un estilo muy particular: hablar de sí mismo hablando de otras cosas. De las cosas cotidianas, y es que para el hombre moderno ocupado, complicado, y preocupado por todo, las cosas sencillas pasan desapercibidas; son relegadas incluso al plano de lo trivial.
Antonio Machado era un hombre sencillo, un humilde maestro rural que logró a través de su poesía un estilo muy particular: hablar de sí mismo hablando de otras cosas. De las cosas cotidianas, y es que para el hombre moderno ocupado, complicado, y preocupado por todo, las cosas sencillas pasan desapercibidas; son relegadas incluso al plano de lo trivial.