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A la memoria del maestro Enrique González Rojo Arthur, el poeta que deletreaba el infinito.
In memoriam
Enrique González Rojo Arthur
(1928 - 2021)
Soltar las riendas a los puños
Nunca, o casi,
nos hincamos de rodillas ante Matilde o Rebeca y le declaramos nuestro odio. O, a la voz de “te odio tanto”, acariciamos el cabello de nuestra mujer. Odiamos a tal o cual persona, costumbre, institución, pero aquí, dentro de nosotros, en nuestro fuero interno, en algún escondrijo de nuestra intimidad. |
La torre de babel
Albañil con delirio de grandezas.
Constructor incansable de la torre de no acabar. Impulso que reúne su mezcla de alma y cuerpo en cada adobe. Aeronave lentísima que escala por terribles centímetros al cielo, y en que hemos ido alzando, sediciosos, la primera escalera hacia lo eterno. |
Prehistoria del puño
En un tiempo yo fui, lo que podría
llamarse una persona decente. Buena educación. Eructos clandestinos. Modales aprendidos con metrónomo. Y un cajón rebosante de dieces en conducta. Pero un día, ante los golpes de culata, las ráfagas de párpados vencidos el furor lacrimógeno, me nació un inesperado «hijos de puta». |
Carta de agradecimiento
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Algo sobre el fondo "Tres Enriques"
René Ostos
Conocí a González Rojo Arthur cuando hice mi servicio social en el 2014. En ese entonces, el maestro junto con Rosa Isela Elías Meneses estaba gestionando la donación de su biblioteca a la UACM, mi casa de estudios. Para tal efecto se necesitaba realizar un inventario y pre catalogación de los libros del maestro; en otras palabras, saber cuántos y cuáles títulos conformaban dicha biblioteca y así dar una idea a las autoridades de la UACM de lo significativo de esta donación.
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Tirando letras
En el principio era el gerundio
Un médico, por favor
Mi tema
Una de vaqueros
La calle de las luces
Nicolás Kouzouyan
Primero fueron las luces, y después su abuela Alicia diciéndole en armenio:
– ¡Naé luicere! ¡Naé luicere! (¡Mirá las luces! ¡Mirá las luces!)
Mateo tenía tres años. Estaba acostado en el fondo del auto, sobre un pequeño sector que se usaba como guardabultos, detrás y por encima del asiento trasero. Miraba hacia arriba, a través del vidrio que caía diagonal y tenía unas rayas horizontales negras que eran los desempañadores; veía luces pasar; eran bolas blancas, sostenidas por altos palos de metal, que al fondo de la calle se convertían en una fina línea que se hundía y desaparecía.
– ¡Naé luicere! ¡Naé luicere! (¡Mirá las luces! ¡Mirá las luces!)
Mateo tenía tres años. Estaba acostado en el fondo del auto, sobre un pequeño sector que se usaba como guardabultos, detrás y por encima del asiento trasero. Miraba hacia arriba, a través del vidrio que caía diagonal y tenía unas rayas horizontales negras que eran los desempañadores; veía luces pasar; eran bolas blancas, sostenidas por altos palos de metal, que al fondo de la calle se convertían en una fina línea que se hundía y desaparecía.
Las sabias costumbres
Ernesto Moreno
El al parecer misericordioso Fray Paulo de Alosno, siguiendo los amorosos pero equivocados pasos de otro gran clérigo erudito, y digo equivocados porque según mi investigación, pertenecía clandestinamente a la gran horda de la herejía pues había sido corrompido por las ideas descabelladas del monje Hui Shen, y eso era lo que secretamente los unía. El nombre del citado sabio no podemos aclararlo por cuestiones de censura de esta casa editorial.
Simplemente, adiós
Robinson Quintero Ruiz
Luis Eduardo revisó en la cocina primero, y siguió con su cuarto de arriba a abajo. La lluvia de octubre humedecía las paredes de la casa. La pintura en ciertos lugares se veía descolorida, en especial en las paredes que colindaban con el largo callejón. El olor persistente de la humedad lo ponía de mal genio. No deseaba abrir las ventanas porque los mosquitos se metían en bandadas. No tenía insecticida a la mano y no tenía dinero para comprarlo. Encontró el libro que buscaba dentro de un viejo morral que había sido de su hijo mayor. El morral tenía las correderas averiadas. Pensó repararlas, pero notó que el morral estaba demasiado gastado en la parte del fondo.
Testimonio anónimo de la balacera de ayer
O. S. Cranston
No, la verdad es que nunca fui tan amigo de Angélica, solo éramos compañeros de trabajo, ya sabes, de los que se saludan por cortesía, de los que a veces concuerdan horarios para comer y de los que no se espera nada uno del otro, de hecho, lo único que sabía de ella cuando sucedió todo era su nombre y apellido. Angélica Hernández, un nombre bastante común aquí en Detéramo. Ahora bien, que si me preguntas si lo veía venir, la verdad es que no, digo, nadie espera que estas cosas pasen. ¿Quién c***** está preparado para asistir a su trabajo desde las nueve de la mañana para ver que, en el turno del cierre del día anterior, un compañero cerró el local y balaceó a todos? No es que no me duela, es que estoy consternado, estoy furioso, indignado y hasta asustado. ¿Cuántas cosas se guardaba esta chica?
Celia
Pilar Alvarellos Lema
Celia estaba en el huerto que tenía detrás de su casa. Se había levantado temprano esa mañana con la idea de plantar algunas hortalizas antes de que el sol estuviera alto y el calor apretara mucho.
Tenía pensado ampliar un poco el terreno de cultivo. El año pasado sus verduras y hortalizas habían crecido mucho y la cosecha había sido más que buena, así que este año iba a atreverse con melones y sandías. Su vecina la había animado enseñándole el resultado de su cosecha del año pasado: tenía unas sandías preciosas y los melones eran de un tamaño considerable. Así que se puso manos a la obra y se dispuso a preparar la tierra donde plantaría sus nuevas hortalizas.
Tenía pensado ampliar un poco el terreno de cultivo. El año pasado sus verduras y hortalizas habían crecido mucho y la cosecha había sido más que buena, así que este año iba a atreverse con melones y sandías. Su vecina la había animado enseñándole el resultado de su cosecha del año pasado: tenía unas sandías preciosas y los melones eran de un tamaño considerable. Así que se puso manos a la obra y se dispuso a preparar la tierra donde plantaría sus nuevas hortalizas.
El silbido
Omar Jiménez Delzo
Siempre, en las sobremesas de Navidad o Año Nuevo, los mayores de la familia (papá, mamá, tíos y abuelos) contaban historias antiguas, de las cosas que habían visto, vivido o escuchado cuando estaban en la sierra de Yauyos.
Algunos detalles de las cosas que hicieron o dijeron se me escapan o desdibujan en el tiempo. Trato de recuperar lo que una vez narró el tío Oswaldo:
Contaba que viajando por Carania, él solo, de noche y a caballo, escuchó en el fondo de una quebrada lo que parecía un silbido. “Como alguien llamándome” diría después.
Algunos detalles de las cosas que hicieron o dijeron se me escapan o desdibujan en el tiempo. Trato de recuperar lo que una vez narró el tío Oswaldo:
Contaba que viajando por Carania, él solo, de noche y a caballo, escuchó en el fondo de una quebrada lo que parecía un silbido. “Como alguien llamándome” diría después.
El último monstruo en el planeta
O. S. Cranston
Lo arrestaron por eso de las dos de la tarde, él se encontraba en su casa en California, los policías no tocaron a la puerta, la tumbaron, creyendo que él huiría o se suicidaría, y no es para poco, su rostro estaba en todos los noticieros, lo señalaban y lo nombraban “El monstruo de San Andrés”. El monstruo se encontraba en su sala, llamaba por teléfono cuando lo vio en la televisión, buscaba a su agente, a su guardaespaldas, a todos lo que pudieran ayudarlo, aunque sea mínimamente, porque todo su imperio, todo por lo que trabajó y por lo que lloró caía como naipes al suelo; el sudor que llegó a quitarse de su frente con la manga no valió para nada.
El niño que nunca volvió
Nicolás Kouzouyan
A mediados de julio llegó un niño nuevo a la clase. Se llamaba Leo. Era un niño alto, enorme, de cara grande y bobona, con la piel blanda y los labios carnosos. Siempre estaba pálido, ojeroso; y sonreía con aire ausente cuando la maestra le hacía preguntas.
Leo llevaba autitos que sus padres le habían regalado para jugar en el recreo. Uno de ellos era una camioneta 4x4 de color naranja que le gustó mucho a Huguito, que enseguida se hizo su amigo para pedírsela prestada. La camioneta era diferente al resto de los autitos; aparte de tener la cabina llena de plastilina de colores (que Leo se había encargado de poner ahí), no era a fricción, como los autitos berretas que la mayoría llevaba; tenía ruedas grandes, patonas, y las cuatro puertas, más la de la valija, se abrían. Era como uno de esos autitos “de colección”, esos que Huguito solo había visto en las vidrieras de las jugueterías, en exhibidores especiales con cúpulas transparentes; esos que siempre que se los pedía a su madre — señalándoselos en la vidriera para que no hubiera ningún error — ella le decía: “no, Hugo, es muy caro, no tenemos plata”.
Leo llevaba autitos que sus padres le habían regalado para jugar en el recreo. Uno de ellos era una camioneta 4x4 de color naranja que le gustó mucho a Huguito, que enseguida se hizo su amigo para pedírsela prestada. La camioneta era diferente al resto de los autitos; aparte de tener la cabina llena de plastilina de colores (que Leo se había encargado de poner ahí), no era a fricción, como los autitos berretas que la mayoría llevaba; tenía ruedas grandes, patonas, y las cuatro puertas, más la de la valija, se abrían. Era como uno de esos autitos “de colección”, esos que Huguito solo había visto en las vidrieras de las jugueterías, en exhibidores especiales con cúpulas transparentes; esos que siempre que se los pedía a su madre — señalándoselos en la vidriera para que no hubiera ningún error — ella le decía: “no, Hugo, es muy caro, no tenemos plata”.
La muerte chiquita
¡Salvad el agua!
José Luis García Herrera
I
(leyenda y patio de olivos)
Noche de luna delgada y trémula.
Noche de lobos aullándole al hambre.
Los ecos de las manos deformándose en piedra,
en redoble de secano, rumor de hojas secas
contra la falda de una bailarina huérfana.
Los carromatos esperan doce campanadas negras.
Descalza como la hierba la niña húngara
baila sobre las ascuas de una noche enlutada,
sobre las raíces del agua sin el agua.
¡Mirad el fuego vivo de sus caderas tempranas!
(leyenda y patio de olivos)
Noche de luna delgada y trémula.
Noche de lobos aullándole al hambre.
Los ecos de las manos deformándose en piedra,
en redoble de secano, rumor de hojas secas
contra la falda de una bailarina huérfana.
Los carromatos esperan doce campanadas negras.
Descalza como la hierba la niña húngara
baila sobre las ascuas de una noche enlutada,
sobre las raíces del agua sin el agua.
¡Mirad el fuego vivo de sus caderas tempranas!
Epístolas a Virgilio
Mariana Lebrija Clavel
17 de noviembre
Es que, ¿acaso no lo ves?
Tu presencia sobrepasa cualquier argumento del que pudiera abastecerme para desaprobar este sentimiento, tan sincero como absurdo.
En conformidad de las posibilidades, no hay espacio que propicie el culmino de mi deseo. Lo mantengo oculto, tácito quizá.
Quisiera enterarte de mis afectos y aspiro a que estos sean correspondidos. Tu silencio me perturba, pues desconozco los alcances de tu devoción. Y yo, proscrita de los excesos, te invoco en silencio.
Trazo tus brazos y tu torso imaginario, en la búsqueda de saciar mis ganas de tocarte, para luego, abismarme en tu pecho, al que le solicito consuelo, y así, romper con la idea ficticia de tu ser.
Es que, ¿acaso no lo ves?
Tu presencia sobrepasa cualquier argumento del que pudiera abastecerme para desaprobar este sentimiento, tan sincero como absurdo.
En conformidad de las posibilidades, no hay espacio que propicie el culmino de mi deseo. Lo mantengo oculto, tácito quizá.
Quisiera enterarte de mis afectos y aspiro a que estos sean correspondidos. Tu silencio me perturba, pues desconozco los alcances de tu devoción. Y yo, proscrita de los excesos, te invoco en silencio.
Trazo tus brazos y tu torso imaginario, en la búsqueda de saciar mis ganas de tocarte, para luego, abismarme en tu pecho, al que le solicito consuelo, y así, romper con la idea ficticia de tu ser.
A prueba y error
Una tableta propia
Héctor R. Sapiña Flores
En nuestros días, el ensayo es el espacio donde los estados de Facebook pasan de embrión a discurso. Detrás de todo buen meme, de toda frase feliz escrita sobre un fondo de color (o de emoticones fecales sonrientes) se esconde una tesis esperando a nacer como el famosísimo feto que iba a ser ingeniero. En tiempos de las revoluciones burguesas Rousseau dio voz a la sociedad ilustrada, en el siglo XXI un ensayista intenta dar sintaxis al ruido de las redes sociales.
Frente al bombardeo de estupideces que se reproducen a diario en los medios, el ciudadano global se ve orillado a dos actitudes: o afloja a la seducción de la cosquilla morbosa, o rechaza la comunicación mediática con la seguridad de poseer la sabiduría romántica del ermitaño. Sin embargo, quien pretende gestar un punto de vista debe encontrar el punto medio, en otras palabras, debe morbosear con escepticismo.
Frente al bombardeo de estupideces que se reproducen a diario en los medios, el ciudadano global se ve orillado a dos actitudes: o afloja a la seducción de la cosquilla morbosa, o rechaza la comunicación mediática con la seguridad de poseer la sabiduría romántica del ermitaño. Sin embargo, quien pretende gestar un punto de vista debe encontrar el punto medio, en otras palabras, debe morbosear con escepticismo.
Miscelánea literaria
Lo mejor del Ficcionario para la conversación con humanos tecnológicos
Héctor R. Sapiña Flores
A continuación, nuestros lectores encontrarán una selección de las entradas más llamativas del recién publicado Ficcionario para la conversación con humanos tecnológicos, un proyecto de años coordinado por el multigalardonado Profesor Ernest Heckel, quien nos honró enviando uno de los primeros tomos impresos a nuestras oficinas en la Rue Nullepart 00. Copiamos agradecidos la dedicatoria manuscrita del profesor: