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Una de vaqueros
Tal como lo recuerdo
Guadalupe T. I. Ramírez
¿Que si les temo? No. ¿Qué daño podrían hacerme, si cuando me los traen ya están tiesos! ¿Que si nada me da miedo? ¿que si jamás me he asustado! Pues verán que sí, y mucho, pero de eso ya han pasado más de veinte años.
En ese entonces llegó a vivir a nuestra casa un tío lejano, por parte de la familia de mi mamá; y como ella siempre decía que la familia es familia y que entre todos debemos apoyarnos, no dudó en recibirlo cuando enfermó, por razones que nunca nos explicó muy bien, o al menos no a mí, pues en ese entonces, a los niños no se les contaban muchas cosas.
A mi padre no le agradó la idea de que mi tío viviera con nosotros y menos la de sacar a uno de sus hijos de su cuarto para dárselo a alguien que prácticamente no conocía, especialmente porque amuebló nuestras habitaciones con muebles que él mismo hizo, tanto así, que la cuna de Jorge se convirtió en una pequeña cómoda al poco tiempo de que dejara de caber en ella.
En ese entonces llegó a vivir a nuestra casa un tío lejano, por parte de la familia de mi mamá; y como ella siempre decía que la familia es familia y que entre todos debemos apoyarnos, no dudó en recibirlo cuando enfermó, por razones que nunca nos explicó muy bien, o al menos no a mí, pues en ese entonces, a los niños no se les contaban muchas cosas.
A mi padre no le agradó la idea de que mi tío viviera con nosotros y menos la de sacar a uno de sus hijos de su cuarto para dárselo a alguien que prácticamente no conocía, especialmente porque amuebló nuestras habitaciones con muebles que él mismo hizo, tanto así, que la cuna de Jorge se convirtió en una pequeña cómoda al poco tiempo de que dejara de caber en ella.
El bucle y el gato con escarcha de nieve
Horacio D a n e l
El retrato de Leonora es lo último que observo. Me pongo el pesado abrigo sobre los hombros y salgo en búsqueda de nuestro encuentro.
No debo regresar a este cementerio de cuatro paredes –pienso–, y pronuncio el falso nombre que ella suele usar como remitente. Cierro la puerta y comienzo mi marcha.
La calle parece extenderse. Cada paso estimula mi deseo de verla y atenuar mi solitaria vida sin ella. El rostro de la nieve es un desolado paraje y de golpe surgen caminos por doquier.
Mis huellas se desvanecen y resulta imposible alcanzar a verlas aunque acelere los pasos. En esta fría blancura mis manos se amoratan por no enfundarme los guantes que siempre traigo en el abrigo. Leo el último mensaje de Leonora y experimento un déjà vu.
No debo regresar a este cementerio de cuatro paredes –pienso–, y pronuncio el falso nombre que ella suele usar como remitente. Cierro la puerta y comienzo mi marcha.
La calle parece extenderse. Cada paso estimula mi deseo de verla y atenuar mi solitaria vida sin ella. El rostro de la nieve es un desolado paraje y de golpe surgen caminos por doquier.
Mis huellas se desvanecen y resulta imposible alcanzar a verlas aunque acelere los pasos. En esta fría blancura mis manos se amoratan por no enfundarme los guantes que siempre traigo en el abrigo. Leo el último mensaje de Leonora y experimento un déjà vu.
Dosis
Paloma Kirchmann
Después de que mi tía política me sacó de clases y me cambió el uniforme por un vestido negro y cuello de terciopelo blanco —me enamoré del negro ese día—, y me puso medias blancas y zapatos de charol. Tomamos un taxi al hospital. Bajamos al sótano. Justo al frente del ataúd me dijo: “Cuando crezcas sabrás la verdad”.
Fue la primera ocasión que me enfrentaba con el concepto de la muerte. Estaba impresionada. No entendía. No me asusté al ver el cuerpo a través de la pequeña ventana en una caja tan grande. Yo lo conocía. No pude quedarme a mirarlo mucho tiempo. El tío político que me levantó en vilo, me había dicho: “apúrate”. Todo era raro y nuevo. Una fila de personas cuyos rostros no conocía, lloraba. La tía política estrangulaba mis dedos con su mano húmeda. Con la izquierda se golpeaba el pecho, repetía una letanía ininteligible para mí. “¿Dónde están mis hermanos y mi madre?”, le pregunté. No contestó.
Fue la primera ocasión que me enfrentaba con el concepto de la muerte. Estaba impresionada. No entendía. No me asusté al ver el cuerpo a través de la pequeña ventana en una caja tan grande. Yo lo conocía. No pude quedarme a mirarlo mucho tiempo. El tío político que me levantó en vilo, me había dicho: “apúrate”. Todo era raro y nuevo. Una fila de personas cuyos rostros no conocía, lloraba. La tía política estrangulaba mis dedos con su mano húmeda. Con la izquierda se golpeaba el pecho, repetía una letanía ininteligible para mí. “¿Dónde están mis hermanos y mi madre?”, le pregunté. No contestó.
El rompecabezas del abuelo
Juan Andrés Capalbo
Armar rompecabezas es una afición que nació cuando era niño. En mi cumpleaños número 6 mi abuelo, que era coleccionista, me regaló uno de cuarenta y ocho piezas con la imagen de un dinosaurio anaranjado.
Desde aquel entonces recibí muchos otros en distintas fechas. Pero los más especiales siempre fueron los del abuelo, que a veces armábamos juntos. Un barco en el puerto, una playa soleada y una manada de caballos corriendo por el campo son algunas de las imágenes que más recuerdo.
Aunque había uno que captaba mi atención de un modo particular. Era de mil piezas cuya tapa representaba los días de la revolución francesa. En la caja podía verse una multitud reunida en una plaza alrededor de un patíbulo. Arriba había un grupo de revolucionarios que llevaban a un prisionero para ser ejecutado. Pero había otra cosa que lo diferenciaba del resto: prometía revelar un secreto sobre aquel evento histórico. El abuelo decía que era muy difícil y que revelaría algo no apto para niños. Por este motivo nunca lo armamos juntos.
Desde aquel entonces recibí muchos otros en distintas fechas. Pero los más especiales siempre fueron los del abuelo, que a veces armábamos juntos. Un barco en el puerto, una playa soleada y una manada de caballos corriendo por el campo son algunas de las imágenes que más recuerdo.
Aunque había uno que captaba mi atención de un modo particular. Era de mil piezas cuya tapa representaba los días de la revolución francesa. En la caja podía verse una multitud reunida en una plaza alrededor de un patíbulo. Arriba había un grupo de revolucionarios que llevaban a un prisionero para ser ejecutado. Pero había otra cosa que lo diferenciaba del resto: prometía revelar un secreto sobre aquel evento histórico. El abuelo decía que era muy difícil y que revelaría algo no apto para niños. Por este motivo nunca lo armamos juntos.
La muerte chiquita
Hermana
Rolando Robles Figueroa
Hermana,
el norte se estampa en tu rostro como un tatuaje
te marca el mar
y el aleteo de los peces que alcanzaron sobrevivir.
Bajo el lambimbo cuelgas tu hamaca
y desde ahí escuchas el rumor del viento:
totopos, la muerte del habitante lejos de ti,
el acento de quien no es extraño en tus calles.
Te vi regar las plantas con los ojos
porque el vértigo
y los árboles morían de tristeza
y había que ponerle calendas en lugar de agua.
el norte se estampa en tu rostro como un tatuaje
te marca el mar
y el aleteo de los peces que alcanzaron sobrevivir.
Bajo el lambimbo cuelgas tu hamaca
y desde ahí escuchas el rumor del viento:
totopos, la muerte del habitante lejos de ti,
el acento de quien no es extraño en tus calles.
Te vi regar las plantas con los ojos
porque el vértigo
y los árboles morían de tristeza
y había que ponerle calendas en lugar de agua.
Tú y los cuatro patas
Rolando Robles Figueroa
Me veo por los gatos de tus gestos
de amables huraños
garras de hambres y pelos agrestes.
Por los suaves bigotes de tus palabras
el áspero maúllo del silencio.
Me veo en el almuerzo de tu sonrisa,
en las tortas largas del abrazo cuando cumples años;
en las uñas de la alfombra
cuando palpo las mandíbulas de quien suelta sus huellas
y tus mordiscos buscan el habla, la lengua del rugido.
de amables huraños
garras de hambres y pelos agrestes.
Por los suaves bigotes de tus palabras
el áspero maúllo del silencio.
Me veo en el almuerzo de tu sonrisa,
en las tortas largas del abrazo cuando cumples años;
en las uñas de la alfombra
cuando palpo las mandíbulas de quien suelta sus huellas
y tus mordiscos buscan el habla, la lengua del rugido.
Demencia
Paloma Kirchmann
Tengo demencia o dicen que la tengo
es un escape —sin filtro— pero salida al fin
emergió de arcanas grietas
la cargo como tarea impuesta
sin voluntad
sin comprender
sumida en el laberinto vida
La vida en si no es una bazofia
no es bonita ni fea
es solo eso tal cual el tiempo donde transita el ser
hecho a imagen y semejanza —según algunos--
en ese transitar aparece gárgola la demencia
incubo de la vigilia que arrebata sueño y visón
presente y consciencia
te deja flotar en esquirlas de pasado a cambio del futuro
estira sus brotes de semilla siniestra y te transforma
en estatua de carne con movimiento involuntario
es un escape —sin filtro— pero salida al fin
emergió de arcanas grietas
la cargo como tarea impuesta
sin voluntad
sin comprender
sumida en el laberinto vida
La vida en si no es una bazofia
no es bonita ni fea
es solo eso tal cual el tiempo donde transita el ser
hecho a imagen y semejanza —según algunos--
en ese transitar aparece gárgola la demencia
incubo de la vigilia que arrebata sueño y visón
presente y consciencia
te deja flotar en esquirlas de pasado a cambio del futuro
estira sus brotes de semilla siniestra y te transforma
en estatua de carne con movimiento involuntario
Dédalo
Antonio Rosales
Cien mil siglos fugaces
(treinta y un meses para los mortales)
he vivido, olvidando
de mis sentimientos, sus sabores:
Holocaustos emocionales
en los que nunca te encontraste.
No soy un doliente Job,
ni Mefistófeles enamorado:
Soy ambos seres a la vez
luchando por no volverte a querer,
dulce escándalo innombrable.
Me levanto bañado de polvo,
versos marchitos, caricias secas
y viejos pudores míos
tirados sobre la cama:
Herencia legada
para tatuarme tu perfil;
tu amor fue tan invisible
que necesitaba templos para existir.
(treinta y un meses para los mortales)
he vivido, olvidando
de mis sentimientos, sus sabores:
Holocaustos emocionales
en los que nunca te encontraste.
No soy un doliente Job,
ni Mefistófeles enamorado:
Soy ambos seres a la vez
luchando por no volverte a querer,
dulce escándalo innombrable.
Me levanto bañado de polvo,
versos marchitos, caricias secas
y viejos pudores míos
tirados sobre la cama:
Herencia legada
para tatuarme tu perfil;
tu amor fue tan invisible
que necesitaba templos para existir.
Tiene su chiste
Sanatorio
Raúl Garcés Redondo
Avanza por el interminable pasillo empujando el carrito con la cena. Al que afirma ser Napoleón le tranquiliza tomando la primera cucharada para demostrarle la ausencia de arsénico o cualquier otro veneno. Para el que dice ser Jesucristo, le reserva el vaso más distinguido. Es agua – se disculpa. No hay problema – responde éste mostrando una sonrisa de complicidad.
Muertos
Mauricio León Guzmán
Créame, veo gente muerta que deambula por las calles y que se mezcla con los vivos. Nadie más parece percatarse de que son difuntos. No tienen nada que ver con la apariencia y los movimientos de los zombis en las películas. Estos muertos que yo veo son como cualquier otra persona, caminan normalmente, pero como si buscaran a alguien. A veces alguno de ellos parece haber encontrado a la persona buscada y camina detrás de ella, la sigue en sigilo por cuadras. Hay momentos en que intenta acercarse y tocarla por la espalda, pero se arrepiente. Luego de varios intentos fallidos, por fin se decide, se aproxima a la persona viva que ha seguido, extiende la mano y con el dedo índice la toca en el hombro.
Milagros
Antonio Rosales
Una noche de diciembre, la Luz iluminó aquel paraje solitario del bosque, donde el invierno era eterno y una tristeza oscura impregnaba todo, hasta congelarlo y derruirlo de conformismo y desesperanza.
Era una luz blanca y cegadora, que conmovía e inquietaba a quién la veía, aunque fuera solo un instante. Dios habló largamente con aquel anciano pálido y enfermo, que llevaba días rezando agonizante; lo perdonó por todos sus pecados y el hombre pudo marcharse tranquilo a otra dimensión, sin tiempo ni espacio.
Era una luz blanca y cegadora, que conmovía e inquietaba a quién la veía, aunque fuera solo un instante. Dios habló largamente con aquel anciano pálido y enfermo, que llevaba días rezando agonizante; lo perdonó por todos sus pecados y el hombre pudo marcharse tranquilo a otra dimensión, sin tiempo ni espacio.
Éntrale, maestro
Lecturas pujantes
Luis Alberto Carmona Sánchez
En la medida que la lectura se torna más abominable para el hombre, a este solo le queda seguir disfrutando de la satisfacción de sus necesidades fisiológicas. No habría desacuerdo con lo anterior si no fuera porque ambas actividades, la cultural y la fisiológica, no terminan siendo tan excluyentes como su apariencia lo sugiere.
Tal vez lo anterior contenga algo de certeza, y procuraré aproximarme a ella a partir de un tipo específico de lectura que no solo es compatible, sino medicinal para el cuerpo, y que podría hacerse en un espacio exclusivo, de reflexión y retiro para algunos, de nirvana o apocalíptico para otros, espacio que llamaré reeletre (para otros oficina, excusado o Alcaldía).
Tal vez lo anterior contenga algo de certeza, y procuraré aproximarme a ella a partir de un tipo específico de lectura que no solo es compatible, sino medicinal para el cuerpo, y que podría hacerse en un espacio exclusivo, de reflexión y retiro para algunos, de nirvana o apocalíptico para otros, espacio que llamaré reeletre (para otros oficina, excusado o Alcaldía).
Gilgamesh, un poema antiguo para valorar la vida
Luis Alberto Carmona Sánchez
Un poema antiguo, que nos advierte sobre la posibilidad que aún tenemos para conservar toda forma de vida en el planeta, podría ser la salvación de todos.
Considerada la primera epopeya en la historia, cuenta que un rey, Gilgamesh, gobernó Uruk por 126 años. Hijo de la diosa Ninsun y del humano Lugalbanda, hicieron de él un ser divino en dos tercios y lo demás humano.
Poema escrito en cuatro partes, doce tablillas incompletas, cuenta la rivalidad entre Gilgamesh como representante de la civilización y Enkidu como abanderado de la barbarie. Las circunstancias condujeron a que ambos se hicieran amigos, teniendo que combatir al Toro Celeste creado por la diosa Anu. Enkidu, protector de los animales, muere en aquella batalla. El componente divino de Gilgamesh no lo había hecho sospechar de la finitud de la vida, de la mortalidad de la materia, hasta que lo experimenta con la pérdida de su amigo.
Considerada la primera epopeya en la historia, cuenta que un rey, Gilgamesh, gobernó Uruk por 126 años. Hijo de la diosa Ninsun y del humano Lugalbanda, hicieron de él un ser divino en dos tercios y lo demás humano.
Poema escrito en cuatro partes, doce tablillas incompletas, cuenta la rivalidad entre Gilgamesh como representante de la civilización y Enkidu como abanderado de la barbarie. Las circunstancias condujeron a que ambos se hicieran amigos, teniendo que combatir al Toro Celeste creado por la diosa Anu. Enkidu, protector de los animales, muere en aquella batalla. El componente divino de Gilgamesh no lo había hecho sospechar de la finitud de la vida, de la mortalidad de la materia, hasta que lo experimenta con la pérdida de su amigo.
¿Qué leer?
Lo Diferente. Iniciación en la MísticaNo se sabe qué se desarrolló primero, si el lenguaje o la religión; lo más seguro es que se desarrollaron al mismo tiempo y ambos surgieron como respuesta a los asombros de la existencia.
Entre ensayo literario y libro confesional, Lo diferente es una generosa invitación a reflexionar sobre la experiencia religiosa y, sobre todo, a descubrir la singular y regocijante vía mística. Hugo Hiriart, uno de los escritores más brillantes en lengua española, comparte aquí las memorias sobre su relación íntima y solitaria con Dios, así como las aproximaciones religiosas, filosóficas y teológicas de grandes pensadores como Pascal, William James, Rudolf Otto, Simone Weil, Romano Guardini, Simone de Beauvoir, y de sus maestros José Gaos, Luis Villoro y Gallegos Rocafull. Con una prosa conversada, yendo a contracorriente con las posturas ensayísticas de esta época, Hiriart nos acerca a temas como el mal, la presencia de Dios y la compasión, sumando así inquietudes y asombros a nuestra constelación personal de lo sagrado. |